Invasión a Ucrania: las lecciones que debemos aprender de Spinoza y Churchill

Una vez más, el mundo contempla pasivamente, como hizo con Hitler, una agresión militar exhibiendo como entonces una impotencia que paraliza a los demócratas y moviliza a los autócratas

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Protesta contra la invasión a
Protesta contra la invasión a Ucrania

El 30 de septiembre de 1938 se firmaba el Pacto de Múnich. Días antes la Alemania expansionista de Hitler había anexado la Checoslovaca, región de los Sudetes, con el argumento de su derecho histórico sobre esa tierra y su población. El mundo entraba en vilo por el posible estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Se reunían en Múnich, Adolf Hitler, el Führer, por Alemania; Édouard Daladier, el primer ministro francés; Benito Mussolini, el Duce, por Italia; y Nevile Chamberlain, primer ministro, por Inglaterra para firmar un Pacto tan vergonzoso como absurdo.

En el suscripto pacto de Múnich la incipiente Alemania Nazi declaraba que no invadiría ningún otro país más en el futuro, pero Alemania ya estaba violado el Pacto de Versalles re armándose después de la Primera Guerra -y ni hablar de ocupar tierras de países soberanos como lo era Checoslovaquia en ese entonces.

Los mandatarios de las cuatro naciones dominantes de esa Europa, sonrientes, se sacaron fotos firmando el Pacto y Chamberlain volvía a Londres victorioso con su paraguas y así lacraba -al aterrizar en Heathrow frente a una multitud- la frase “peace for our times” (paz para nuestros tiempos).

Las cuatro potencias de Europa, incluyendo la que había ocupado la región Checoslovaca, habían firmado la paz obviando un pequeño detalle que si no hubiese sido solo canallesco y trágico con predicciones apocalípticas hubiese sido solo absurdo y bizarro, la parte ocupada, Checoslovaquia, quedaba fuera de la negociación.

Hoy, 84 años después del Pacto de Múnich un deja vu nos recorre la espalda a los que leímos a Baruch Spinoza quien dijo: “Si no quieres repetir el pasado, estudialo”.

La potencia mundial Rusa, con el autoritario Putin al frente, que -entre otros- persigue homosexuales, se perpetúa en el poder, envenena opositores y les prohíbe manifestarse en su disidencia, vuelve a quebrar el orden mundial en el centro de Europa invadiendo un país soberano como Ucrania y consagrado en el orden mundial desde hace décadas, amén de exhibir características independentistas desde hace siglos.

Los lugares de Chamberlain, Daladier y Mussolini al lado del tirano de época lo ocupan los mandatarios de Venezuela, Cuba, Nicaragua e Irán entre otros que aplauden como focas esta invasión sin explicar que se oponen a cualquier acción que los afecte más allá de haber violentado en todas sus jurisdicciones el orden democrático y violado todas las garantías de libre expresión en sus territorios. Un oxímoron absurdo como ellos y sus regímenes.

Una vez más, el mundo contempla pasivamente, al igual que en 1938, esta invasión exhibiendo como entonces una impotencia que paraliza a los demócratas y moviliza a los autócratas.

Son momentos donde uno se pregunta para qué existen los organismos internacionales y los pactos que emanan de sus integrantes si no es para frenar a los Putin de hoy que nos retrotraen a los peores momentos que vivió la humanidad hace apenas 84 años, en las horas más oscuras de la historia moderna.

Y cierro con una reflexión: Pacto de Múnich de 1938. Mientras Neville Chamberlain era ovacionado en Heathrow, desde la soledad de su banca, Sir Leopold Spencer Winston Churchill inmortalizaba la frase “you were given the choice between war and dishonour, you choose dishonour and you will have war” (tuvo la oportunidad de elegir entre la guerra y el deshonor, eligió el deshonor y tendrá la guerra). Menos de un año después de esta frase, el 1 de septiembre de 1939, la Alemania de Hitler incumplía este Pacto como lo había hecho con el de Versalles. Así las cosas, la demencia de Hitler arrastraba a Europa y el mundo entero hacia la barbarie, y comenzaba la Segunda Guerra Mundial.

Debemos aprender de Spinoza y Churchill y adaptarlo a los tiempos que nos tocan. No podemos comernos al caníbal e ir a la guerra contra Rusia, pero tampoco se puede ser laxo en las posiciones institucionales. La avanzada empieza por un hogar, por una vida y por una aldea. Termina con un baño de sangre, con miles de personas asesinadas y otras en éxodo, con pueblos desolados y una historia que los marcará a fuego.

Frenen a Putin.

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