“Europa, sé tú misma”: la frase de Juan Pablo II que Ucrania vuelve más vigente que nunca

Hay un espíritu europeo que fue sucesivamente encarnado por líderes de diferentes tendencias políticas. Esa tradición contrasta con los nuevos actores que no tomaron la posta de sus predecesores

Vladimir Putin recibió a Emmanuel Macron en Moscú, el 7 de febrero pasado (Sputnik/Kremlin via REUTERS)

Lo dramático de la iniciativa militar rusa puede resumirse en esa idea acendrada y tantas veces confirmada en la historia de la humanidad de que se sabe cómo empieza una guerra pero no como termina.

Esto obliga a todos los actores que componen la decisión política mundial a colocarse a la altura de los acontecimientos y posicionarse respecto de este conflicto.

Contra lo que puede pensarse a primera vista hay heterogeneidad en el interior de los gobiernos.

En Estados Unidos, los enfoques van desde el presidente Joe Biden que dice “Putin eligió esta guerra: él y su país sufrirán las consecuencias” a un analista como el 3 veces premio Pulitzer Thomas Friedman -New York Times- que en su análisis cita a un ex embajador estadounidense en Rusia, George Kennan, ya fallecido, que en 1998 le dijo sobre la primera ola de expansión de la OTAN hacia países que habían estado en la órbita soviética: “Es el inicio de una nueva Guerra Fría. (...) …es un error trágico. (...) Esta expansión haría que los padres fundadores de este país se revuelquen en sus tumbas.”

En el medio, Donald Trump calificó la iniciativa de Vladimir Putin de reconocer la independencia de Donetsk y Lugansk como “genial” y “maravillosa” y aseguró que con él en el gobierno esto “nunca hubiera sucedido”. Además anunció que posiblemente China haría con Taiwán lo mismo que Putin con Ucrania.

Hasta Henry Kissinger apareció para recordar que Ucrania fue parte fundacional de Rusia y que sólo tuvo vida independiente durante escasos 23 años…

Henry Kissinger, ex Secretario de Estado de los Estados Unidos, escribió una tribuna sobre la crisis de Ucrania (Foto de archivo: LBJ Library photo by Marsha Miller)

Para China lo de Ucrania no es una invasión. Y su cancillería rechazó “el uso prejuicioso de esa palabra”. Aunque pidió resolver el conflicto a través del diálogo, no condenó las acciones de Moscú. Esta posición china estuvo muy presente en Biden cuando le preguntaron por el apoyo de China y se excusó diciendo que de momento no estaba en condiciones de responder.

FRANCIA TRAICIONADA

En septiembre de 2021, Estados Unidos, Reino Unido y Australia anunciaron la firma de un pacto de seguridad por el cual compartirían tecnología avanzada de defensa. La primera víctima de esa iniciativa, que también enojó a China, fue Francia, porque en virtud de esa alianza estratégica, que lleva por nombre el acrónimo inglés de los tres países involucrados, AUKUS, Australia rompió un convenio que tenía con Francia para la compra de 12 submarinos a la empresa gala Naval Group por 67.000 millones de dólares.

El presidente francés, Emmanuel Macron, llamó a consulta a sus embajadores en Canberra y Washington, algo inédito en su historia diplomática. “Traición”, “puñalada por la espalda”, “ruptura de confianza”, “esto no se hace entre aliados”: fueron las reacciones de las máximas autoridades de Francia, presidente y canciller. Este último, Jean-Yves Le Drian, dijo: “Me preocupa el comportamiento de los EEUU”, y agregó que con este estilo Biden se parecía a Trump.

La UE salió en defensa de Francia y criticó el contrato entre Australia y EEUU al que calificó como de “poca transparencia y falto de lealtad”.

En consecuencia, cuando Emmanuel Macron se sienta frente a Vladimir Putin, está allí como representante de “aliados” que le clavaron a Francia un puñal por la espalda. Francia actúa en esta crisis como vocera de los que la traicionaron.

Alemania, por su parte, hizo renunciar al jefe de su Marina, Kay-Achim Schönbach, por decir, en una reunión de expertos en la India el 22 de enero pasado, que “Putin lo que realmente quiere es respeto y probablemente merece ser respetado”.

Lo más probable es que el alto jefe militar no supiera que estaba siendo grabado por lo que sinceramente expresó su idea de que a los intereses permanentes de Europa se los sirve mejor teniendo a Moscú de aliado.

El jefe de la Marina alemana, vicealmirante Kay-Achim Schoenbach, en la reunión en la cual habló de Vladimir Putin (21 de enero de 2022 (via REUTERS)

La ambigüedad de Alemania fue evidente y tiene poderosas razones. Junto con otros tres países europeos, Italia, Hungría y Chipre, abogó por no incluir en las sanciones contra Rusia a la red de pagos internacionales Swift que es usada por muchas instituciones financieras del mundo.

Pero además, bajo presión de las circunstancias, el gobierno alemán suspendió la aprobación de Nord Stream 2, el gasoducto de 1200 kilómetros ya construido que proveería de gas ruso a Alemania, y desde allí al resto de Europa. El Nord Stream 2 puede cubrir más del 50% del consumo anual de gas natural de los alemanes.

El nuevo gasoducto se construyó con la aquiescencia de Europa y seguramente los dichos del jefe de la Marina destituido reflejan la opinión de un sector importante de la sociedad alemana. Sin embargo, al plegarse a Macron, que fue a hablar con Putin como vocero de aquellos a los que ayer nomás consideró traidores, el gobierno alemán también licuó el ascendiente que hubiera podido tener sobre el Kremlin.

Estos antecedentes minaron la credibilidad de los dos países que han constituido históricamente el eje vertebral de la UE y en consecuencia Putin les respondió con decisiones unilaterales, que probablemente ya tenía pensadas, pero las conductas erráticas de Francia y Alemania lo habilitaron a concretar su plan: desconocer los acuerdos de Minsk.

Así, Putin desairó a Macron con el intempestivo reconocimiento de las regiones separatistas pro-rusas de Donetsk y Lugansk como repúblicas independientes y pocos días después con el inicio de las operaciones militares contra Kiev.

La ausencia de una mesa de negociación tendida por una Europa unida y autónoma en su estrategia actuó como acelerador de la crisis. El propio Henry Kissinger señaló: “La Unión Europea debe reconocer que su morosidad burocrática y la subordinación de elementos estratégicos en las políticas internas contribuyeron a convertir la negociación de la relación de Ucrania con Europa en una crisis”

“DESDE SANTIAGO, TE LANZO, VIEJA EUROPA, UN GRITO LLENO DE AMOR…”

El 9 de noviembre de 1982, el papa Juan Pablo II estaba en Santiago de Compostela y desde allí lanzó un llamado: “Desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades. (...) No te deprimas por la pérdida cuantitativa de tu grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan ahora. Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo”.

El papa Juan Pablo II hizo una exhortación a Europa desde Santiago de Compostela en 1982

Europa no se encontró a sí misma en esta instancia histórica. No tuvo el protagonismo que debió tener en una crisis de la que será la principal damnificada; después de los ucranianos, claro. No estuvo a la altura de lo que hizo “gloriosa” su historia.

Europa, que pudo haber tenido una “presencia benéfica”, ser un elemento de equilibrio y poner la mesa para las negociaciones, al alinearse con una de las partes, renunció a la vocación de unidad que alguna vez encarnó.

Podemos marcar el momento de inflexión de una trayectoria trascendente cuando, en el proceso de dotarse de una Constitución, Europa renunció a su raíz cultural fundante. Pese a los ruegos de Juan Pablo II, la UE se negó a incluir una referencia a sus raíces cristianas en el proyecto de carta magna (texto que luego fue archivado porque no lograron plebiscitarlo en los diferentes países miembros).

Hay un espíritu europeo que fue sucesivamente encarnado por líderes de diferentes colores políticos, pero que sirvieron todos a la unidad del continente y a la conformación de un mundo multipolar.

Recordemos a Charles de Gaulle que apenas concluida la Segunda Guerra Mundial, empezó a promover el intercambio de estudiantes secundarios alemanes con sus pares de los demás países europeos, convencido de que el contacto humano y el conocimiento del otro eran el mejor bálsamo para curar las heridas y el mejor antídoto al belicismo. Ese mismo espíritu estuvo presente en la resistencia de Francia a la segunda guerra contra Irak.

Ese mismo espíritu estuvo excelsamente representado por Helmut Köhl, que tras la caída del Muro de Berlín constituyó al euro como moneda de reserva, desafiando la unilateralidad del dólar, pero lo hizo con un grado de flexibilidad tal que Estados Unidos “no tuvo más remedio que tolerarlo”, como me dijo cuando me recibió en Bonn, en el marco de la Internacional de Partidos de Centro y en vísperas de trasladarse a Berlín, ahora capital de la Alemania exitosamente reunificada. Esa reunificación que él lideró, sin descuidar la construcción europea y asumiendo personalmente los costos de una misión histórica que no eludió como hubiese hecho un político demagogo.

Y el mundo pasó a ser multipolar, porque también Estados Unidos jugó al juego en el nuevo tablero mundial. Helmut Kohl tampoco se desentendió de la suerte de los países del Este europeo que debían reconstruirse tras décadas de tutela soviética y guerra fría.

Helmut Kohl en 1990, rodeado de alemanes del este que votaban por primera vez. El llamado padre del euro y de la reunificación alemana murió el 16 de junio de 2017, a los 87 años (AFP PHOTO / DPA / MARK-OLIVIER MULTHAUP / Germany OUT)

Nunca hizo cálculos electoralistas por encima del interés supremo de la unidad de Europa porque siempre se vio como un actor que construía en el sentido de la historia. No estuvo solo en esta tarea: tuvo interlocutores a la altura del desafío y de diferentes culturas políticas, como Mitterrand, Chirac o Felipe González.

Esa tradición contrasta con los nuevos actores europeos que no tomaron la posta de sus predecesores. Los líderes de Europa vienen actuando de un modo errático en sus determinaciones geopolíticas y esto es consecuencia de la ruptura con una tradición metafísica. Es la consecuencia de la renuncia a la identidad.

Y esto es especialmente significativo para nosotros porque un argentino ilustre dijo: “Nuestro destino está ligado al destino de Europa”.

Macron reflotó la idea de la construcción de un ejército común de Europa sólo por el despecho que le causó la “puñalada” australiana, pero no como un objetivo irrenunciable. Necesitó de una agresión externa para hacer (o decir que hará) lo que sus antecesores hicieron por conciencia.

Al renegar de sus raíces cristianas, de su historia y de su esencia en definitiva, Europa se debilitó culturalmente, y la ausencia de unidad de cultura fragiliza la unidad política, lo que a su vez impide la unidad militar, que no puede ser fruto del rencor sino de la convicción.

En esta coyuntura, Europa no se encontró a sí misma. No revivió sus “valores auténticos” porque renunció a ser una instancia de unidad entre potencias involucradas en una disputa que también compromete su propio presente y porvenir.

Es por ello que resuenan más fuertes que nunca las palabras de Juan Pablo II: “Europa, sé tú misma”.

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