Rusia y China recrean las formas de conquistar el mundo del siglo XIX

Vladimir Putin y Xi Jinping, presidentes ruso y chino respectivamente, emulan la estrategia que llevó a Gran Bretaña a consolidar el imperio Británico, que llegó a abarcar la quinta parte de las tierras del planeta

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Xi Jinping (i), presidente de
Xi Jinping (i), presidente de China, junto a su par ruso, Vladimir Putin. (REUTERS/Evgenia Novozhenina)

Rusia y China están implementando en el siglo XXI la estrategia que llevó a Gran Bretaña a conquistar el mundo y consolidar su Imperio en el siglo XIX: la expansión del poderío militar y del comercio global. La historia nos ofrece pistas valiosas para comprender la invasión rusa a Ucrania, un país soberano, y por qué Vladimir Putin tratará de instalar en Kiev un gobierno que le responda.

En el siglo XIX, Gran Bretaña se convirtió en la gran potencia mundial a través del comercio y de una flota comercial y militar que abrió mercados y estableció colonias, desplazando a las viejas potencias coloniales de entonces. Para ello ocupó territorios, introduciendo localmente el modelo de gobierno y de administración inglés. En otros casos, cuando eso no le resultó posible o conveniente, prefirió primero desarrollar el comercio con los países independientes o con las colonias de otras potencias regionales, para luego avanzar con inversiones en actividades estratégicas que le permitieron consolidar sus negocios globales y asegurar el crecimiento del Imperio. Gran Bretaña fue una de las primeras naciones en reconocer la independencia de Argentina, en 1823, y fundamental inversor en nuestro país en puertos, bancos, ferrocarriles y frigoríficos, entre otros sectores. Además, fue el principal prestamista de la Argentina durante décadas.

El comercio inglés se basó en el intercambio de materias primas por productos elaborados, que le permitió consolidar su modelo de producción industrial a gran escala. La amplia disponibilidad de mano de obra de sus colonias y de las naciones con las que comercializaba favorecieron la expansión de las actividades primarias, cuyos productos eran demandados por la metrópoli. Este proceso tuvo tal impacto y permanencia que influyó decisivamente en la formación de la estructura social y económica de los países y de su clase política y empresarial.

Entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, el Imperio Británico abarcaba la quinta parte de las tierras del planeta, el más extenso de la historia, y comerciaba con casi todas las naciones de entonces.

La expansión del Imperio Británico en el siglo XIX fue posible por numerosos factores que confluyeron para garantizarle el éxito: poderío militar (sobre todo naval), tecnología de la revolución industrial, amplios recursos financieros, poderosas empresas comerciales, diplomacia experimentada, modelo de administración exitoso, una probada estrategia de localización de las inversiones en los países y, sobre todo, una clase política determinada a conquistar el mundo. Esta fue, durante siglos, la política de Estado de todos los gobiernos que se sucedieron en Londres.

China está siguiendo este modelo para conquistar el mundo, adaptándolo a las exigencias del siglo XXI. En pocas décadas desplegó un imperio basado en el comercio y en las inversiones estratégicas. Basándose en el viejo programa inglés, comenzó por los países de la periferia: África, América Latina y el sudeste asiático. Al igual que el Imperio Británico, compra materias primas para alimentar a su pueblo y para transformarlos en productos elaborados que exporta. Invierte en toda la cadena de valor de los alimentos, incluyendo en transporte y puertos para la exportación. Focaliza sus negocios en petróleo, gas y carbón, y también en las nuevas energías. Es líder en la extracción y conversión de metales, industria pesada, infraestructura, transporte, y tecnología, sobre todo la relacionada con el control de las personas y de la información. Es uno de los grandes jugadores en comunicación y en la carrera espacial. Casi no hay sectores donde China no esté metida.

El presidente Alberto Fernández (i),
El presidente Alberto Fernández (i), durante su encuentro con el presidente de China, Xi Jinping.

Como lo fue el Imperio Británico, la China de este siglo también es una potencia militar. Como en la época de la reina Victoria, Xi Jinping sostiene una estrategia de expansión basada en el multilateralismo y el pragmatismo. Tiene comercio e invierte tanto en países democráticos como autoritarios, de todos los credos y sistemas económicos y políticos.

Por su parte, la Rusia de Vladimir Putin está recreando la fase militar del Imperio Británico, que le permitió sostener y consolidar su expansión comercial. Rusia no es una potencia económica, pero si militar y nuclear; tampoco es global, pero si regional. Ha llevado la tecnología militar a niveles impensados.

Putin está buscando reconstruir la política exterior que se inició con el zar Pedro El Grande y concluyó en 1991 con la independencia de las 15 repúblicas que integraban la Unión Soviética (URSS), entre ellas Rusia y Ucrania. En la etapa soviética, y en plena Guerra Fría, en 1955 Rusia conformó el Pacto de Varsovia (alianza militar formada por países comunistas de Europa del Este en respuesta a la OTAN), cuyas fuerzas invadieron en 1968 Checoslovaquia para liquidar la llamada Primavera de Praga y mantener en ese país a un gobierno que le respondiera.

Por lo tanto, es altamente probable que Putin reproduzca en Ucrania la misma estrategia: invadir su territorio y, además, derribar al legitimo gobierno de Kiev para instalar uno adicto a Moscú.

Camiones militares ucranianos en la ruta

Putin vuelve ahora a modificar de manera unilateral los límites de Europa, apalancado en su poderío militar. El líder ruso había hecho una prueba similar con anterioridad, en 2014, cuando anexó Crimea sin mayores consecuencias.

Adicionalmente, es posible que Putin considere que la creciente debilidad de Europa y los cambios en la política exterior de los Estados Unidos hayan creado las condiciones para iniciar una guerra en el Viejo Continente, con el propósito de apropiarse de nuevos territorios a un costo bajo en términos de represalias políticas y económicas de los países de la OTAN (Ucrania no integra dicha alianza).

Como se sabe, Europa es dependiente del gas ruso, sobre todo Alemania y los países centro-orientales, y Londres es principal receptora de inversiones financieras provenientes de ciudadanos rusos. Esto explica que los países de Europa no se hayan puesto de acuerdo en aplicarle a Rusia la sanción más gravosa por su invasión a Ucrania: excluirla del sistema mundial de pagos interbancarios (SWIFT).

Por otra parte, desde su creación en 1949, la OTAN pasó de 12 miembros a los 30 actuales con la sucesiva incorporación de países que en la etapa soviética habían sido aliados de Moscú. Es posible que Putin y los jerarcas que lo rodean, criados bajo las ideas que dejó la Guerra Fría y el trauma que les significó el desmembramiento de la URSS, consideren que ha llegado el momento de limitar lo que perciben como una amenaza que proviene del oeste, y que lo que nosotros definimos como una invasión a un país soberano y la violación de los tratados internacionales, ellos lo valoren (o justifiquen) como una reconstrucción de sus antiguas fronteras y de su seguridad nacional.

Invasión rusa en Ucrania. (STRINGER
Invasión rusa en Ucrania. (STRINGER / AFP)

Consideremos ahora la política internacional de los Estados Unidos a la luz de esta crisis. Uno de los factores explicativos es el cambio de visión en el Partido Republicano en materia de política exterior, propenso a encerrarse dentro de sus límites nacionales y a focalizar los esfuerzos en la guerra comercial con China. Como se recuerda, el presidente Donald Trump debilitó la relación con sus aliados europeos y alentó a desfinanciar la NATO (las siglas en inglés de la OTAN). Además, durante su gestión, en 2019 abandonó el tratado de misiles nucleares de medio y corto alcance (conocido con la sigla INF) que Washington y Moscú habían firmado en 1987, bajo el pretexto de que Rusia lo había violado, sin sustituirlo por otro instrumento ni por nuevas negociaciones con Putin.

Respecto del Partido Demócrata, si bien sus líderes sostienen una política exterior más activa que busca retomar el vínculo con los aliados tradicionales de los Estados Unidos, como Europa y Australia, la caja de herramientas que utiliza luce insuficiente. El presidente Joe Biden acaba de proponer como vector estratégico para la reconstrucción del liderazgo americano la exportación de los valores democráticos a Rusia y China. Mientras pregona tal cosa, Putin utiliza su poderío militar para seguir ampliando de manera unilateral sus fronteras en Europa. y China se expande en el mundo prometiendo comercio e inversiones a países que otrora formaban parte del mapa de influencia de los Estados Unidos.

Los desaciertos en la política exterior de las últimas administraciones norteamericanas han hecho fracasar su estrategia de privilegiar la guerra comercial corriendo el conflicto hacia la frontera con China, en desmedro de otros vectores históricos que ahora deberá retomar, como la relación con Rusia, Europa e Irán, entre otros. Las consecuencias están a la vista; otras, en ciernes, como la alianza política entre China y Rusia, impensada hasta hace poco tiempo.

Rusia y China están desafiando al sistema internacional emergente de la finalización de la Guerra Fría. Mientras tanto, Estados Unidos y Europa aparecen débiles y carentes de respuestas efectivas, indicio de que el eje del poder pareciera trasladarse del Atlántico hacia el este.

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