La invasión rusa, la economía internacional y la Argentina

No queda claro si el desarrollo temporal del conflicto será tan extenso como para garantizar que precios de emergencia de hoy lo serán dentro de algunos meses

Adultos y niños caminan en un paso fronterizo entre Polonia y Ucrania, después de que el presidente ruso Vladimir Putin autorizara una operación militar en el este de Ucrania, en Medyka, Polonia (REUTERS/Kacper Pempel)

El trascendente conflicto militar entre Rusia y Ucrania puede redefinir el escenario geopolítico mundial para el resto del siglo.

Observamos una guerra con algún componente del estilo del siglo XX: una invasión militar de un país sobre otro vecino; algo que se creía poco probable ya en este nuevo siglo XXI de organizaciones militares paraestatales, agresiones cibernéticas, guerras comerciales y países con menos poder que muchas empresas. Pero es una situación, a la vez, con componentes bien modernos: estamos no solo ante una controversia de facto militar (además de “de jure” por la violación del derecho internacional por parte del invasor) sino en un escenario que podría acelerar la formación de nuevos bloques de alineamiento internacionales (por un lado, hace unos meses el Presidente Biden dividió al mundo entre democracias y autocracias; y por el otro debe advertirse que esta controversia en Europa oriental ha acercado políticamente como hace muchos años no ocurría a Estados Unidos, la Unión Europea y el Reino Unido).

Pero otro componente de la modernidad frente a la antigüedad es que ante la acción militar rusa la reacción de las potencias occidentales fue económica. Dos idiomas en la disputa.

¿Se excluirán a Rusia del sistema SWIFT? ¿Se animará la Unión Europea a afectar el suministro de gas ruso a su territorio?

Sanciones de EEUU a empresas que operen en la zona álgida, interrupción del avance del gasoducto ruso-alemán, penalidades estadounidenses a bancos rusos, medidas financieras de castigo contra funcionarios y empresarios rusos; todas son reacciones financieras antes agresiones militares.

No parecen suficientes (ni mucho menos) para detener al invasor, por cierto. Pero ese análisis no es el objeto de esta nota. Más bien lo relevante es descubrir cómo la economía paga por el desborde geoestratégico. Estamos no solo ante una respuesta en otro idioma sino ante tiempos de impacto de las diferentes acciones que serán diferidos (lo militar va más rápido).

Nos quedan preguntas por delante: ¿excluirán a Rusia del sistema SWIFT, lo que le restringirá fuertemente las operaciones de cobros y pagos por negocios internacionales y con ello seria la sanción más dura en este terreno? ¿Se animará la Unión Europea –tantas veces renuente a ingresar en las discusiones de la nueva geopolítica planetaria- a afectar el suministro de gas ruso a su territorio?

Todo lo antes referido lleva a una aseveración: una cuestión de relevancia es, pues, el impacto económico.

Lo que lleva a una nueva pregunta: ¿qué puede deparar a Argentina este escenario?

Si vamos hacia integraciones de alianzas con creciente relevancia de lo geopolítico en los negocios, podríamos estar ante al necesidad de agudizar virtudes diplomáticas

En el corto plazo, el alza de precios de commodities agropecuarios puede permitirle cobrar mas por tonelada exportada aun cuando la producción está afectada por el clima. Además de que la producción argentina debe esperar más inversiones sistémicas para incrementar sostenidamente -alguna vez-, ante vientos a favor, su volumen. Pero no queda claro por otro lado si el desarrollo temporal del conflicto será tan extenso como para garantizar que precios de emergencia de hoy lo serán dentro de algunos meses.

A ello debe contraponérsele que también suben (porcentualmente más) los precios de la energía, que Argentina debe importar y que había estado consiguiendo a precios muy ventajosos hasta hace poco.

Todo esto puede llevarnos a otra conexión temática: ambos fenómenos (más dólares para obtener por el agro, más dólares para salir por la energía) pueden también impactar en la discusión política local: la apropiación de la renta extraordinaria de los agroexportadores y las condiciones de inversión para la producción petrolera y gasífera pueden (lamentablemente) volver a ser tema de discusión. Esto, además del problema de los subsidios a la energía y el combustible que pueden quedar fuera de la reducción esperada (espera algo ilusoria) si suben los costos locales por las cotizaciones externas. En este plano, el problema no se remite, pues, solo a la Argentina, sino a la parte de la comunidad internacional representada en el Fondo Monetario Internacional que no solo deberá acordar con Argentina un programa (que se espera incluya baja de subsidios) sino que periódicamente acudirá a la revisión del cumplimiento de lo que se acuerde a partir de la primera firma.

El presidente Alberto Fernández y el ministro de Economía Martín Guzmán con la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva

Otras preguntas quedan flotando, como la siguiente: ¿puede todo esto (precios internacionales hacia arriba), además, generar una adicional presión al alza de la inflación?

A todo ello debe agregársele la cuestión cambiaria. La salida de capitales de países emergentes ante controversias como ésta es una normalidad. Y ya ocurre. Esto puede afectar (incluyéndonos) competitividades cambiarias relativas (Argentina, con un tipo de cambio sometido a fijación distorsionada por la autoridad, puede padecer más presión que los más flexibles). Además de generar algún impacto sobre las cotizaciones y hasta alterar los planes de elevación de la tasa de interés de la Reserva Federal.

Para un país con estrés cambiario, inflación elevada y profunda desconfianza como Argentina esto no es menor. La Argentina tiene el origen de sus males en sus propios errores. Pero una vez que los comete, las circunstancias internacionales impactan en ese organismo con comorbilidades. Volatilidades y temores mundiales no son una fuerza favorable para un país tan desordenado.

La ultima advertencia es política: si el mundo está asistiendo (como podría ser el caso) al nacimiento de ese nuevo alineamiento entre democracias y autocracias (Biden dixit), hay que empezar a pensar de nuevo.

Volatilidades y temores mundiales no son una fuerza favorable para un país tan desordenado

Si asistimos a un nuevo escenario en que se producen alineamientos por modelos, pueden cambiar las condiciones. Si habrá por un lado países más comprometidos con la democracia política, el capitalismo de empresas autónomas, la apertura internacional coordinada y el respeto de derechos subjetivos (por un lado); y (por el otro) habrá países con una organización que privilegia el poder político sin mayores limites, un capitalismo tutelado y una organización en la que lo colectivo prevalece sobre lo subjetivo, podría darse el caso de que la internacionalidad económica (indetenible por la evolución tecnológica) ya no sea universal sino más bien ejercida con más comodidad a través de empresas que operan entre países que estén dentro de alguno de los agrupamientos.

Si vamos hacia integraciones de alianzas con creciente relevancia de lo geopolítico en los negocios, podríamos estar ante al necesidad de agudizar virtudes diplomáticas para intensificar la pendiente mayor presencia argentina en la economía planetaria.