Elisabetta: “¿Quién es este pelotudo?”

En un video que se viralizó, un varón le explica desde el piso de un estudio a la mejor corresponsal de guerra de la Argentina cómo hacer su tarea. ¿Por qué hay un hilo que conecta ese gesto de condescendencia con abusos mucho más violentos?

Elizabetta Pique en Ucrania: "¿Quién es este pelotudo?"

Elisabetta Piqué no es de las que ensayan discursos sobre la brecha de género para la tribuna, ni de esas que declaman feminismo en su carta de presentación. La corresponsal del diario La Nación en Roma tendría razones de sobra para ampararse en su condición de mujer e incluso para victimizarse por serlo, pero simplemente no está en su esencia. Nunca lo estuvo.

Hace más de veinte años que cubre conflictos bélicos en Bosnia, Haití, Kosovo, Indonesia, Afganistán e Irak. Y fue la primera periodista argentina en llegar esta semana a Kiev, el epicentro de la guerra que acaba de desatarse. Seguro le debe dar vergüenza haberse convertido en el ícono feminista del momento. Pero hay demasiada verdad en los 43 segundos del video que se viralizó ayer –en el que dos periodistas varones, desde el piso de un estudio, le explican cómo actuar ante la inminencia de los bombardeos sobre la capital ucraniana– como para dejarlo pasar, así como así. Después de todo, si estas situaciones se repiten, es porque las naturalizamos.

Las imágenes son elocuentes. Mientras las alarmas suenan, una voz de un hombre que parece mucho más resuelto que cuando la cámara lo enfoca, comienza a darle instrucciones, que enumera: “...y lo segundo que tenés que hacer es alejarte de las ventanas, así que entrá al menos al lobby…”. “Sí, sí, por supuesto”, dice la corresponsal con una compostura envidiable. “Entrá al lobby del hotel, alejate de las ventanas y preguntá si tenés un estacionamiento subterráneo para entrar inmediatamente. Eso es lo más conveniente que podés hacer en este momento. Después, mientras tanto…”.

Elisabetta escucha, mira a los costados y, finalmente, lo corta: “Bueno, los saludo, gracias, hasta luego”. La cámara llegará a tomarla cuando diga a continuación lo que pensamos todos los que seguimos la secuencia: “¿Quién es este pelotudo?”. Todo podría quedar ahí, pero el conductor del programa refuerza y valida en una sola muletilla toda la torpeza de su compañero. Como si la desubicada –o la loca– fuera ella: “Elisabetta, tranquila. Tomá refugio”.

Hay tanta violencia simbólica en el señor que la manda a calmarse desde el confort de un estudio de televisión de cable como en el hecho absurdo de ver los flashes de la guerra desde nuestro celular, antes del último video del tiktoker de turno. Pero, de nuevo, dudo que Betta le haya dado o quiera darle mayor trascendencia a ese intercambio, que expone en menos de un minuto lo más constitutivo del mansplaining.

“Los hombres me explican cosas, a mí y a otras mujeres, independientemente de que sepan o no de qué están hablando”, escribe Rebecca Solnit, la creadora del término, en el ensayo que da título al libro cuya tapa hoy usamos como meme en todas las redes sociales. Solnit parte de una anécdota que es casi un cliché para la mayoría de las mujeres: en una fiesta, un señor “Muy Importante” le da cátedra sobre el contenido de un libro del que apenas leyó una reseña, sin saber que ella es la autora.

La ilustración de Ro Ferrer que se hizo viral sobre la situación que vivió Elisabetta Piqué

“Me gustan los incidentes de este tipo –sostiene Solnit–, cuando fuerzas que normalmente son tan escurridizas y difíciles de señalar serpentean resbalando fuera de la hierba y se vuelven tan obvias como, por ejemplo, una anaconda que se hubiese tragado una vaca o una mierda de elefante en la alfombra”. El video en el que los periodistas le explican la guerra a la mejor corresponsal de la Argentina es exactamente eso: una anaconda que se traga una vaca frente a nuestros ojos.

Piqué cubrió muchas guerras cuando era soltera, y también lo hace ahora que es madre de dos adolescentes, aunque muchos insistan en preguntarle de un modo en que no se atreverían ante un hombre: “¿Pero y los chicos? ¿Cuándo vas a sentar cabeza?”. Nada jamás la detuvo.

En 2003 publicó un diario conmovedor sobre su experiencia en Afganistán. Es imposible no sentirse una mala feminista al leer en esas páginas cómo sortea las cuestiones básicas que damos por hechas, como la falta de un baño cuando estás indispuesta. Es imposible no sentir también que el resto es banal mientras intenta ayudar a una familia a la que hasta la Cruz Roja le niega asistencia. Para ella, la guerra no es una cuestión de género, ni cree que su sensibilidad sea diferente, pero agradece el acceso que tuvo muchas veces a situaciones vedadas a los hombres: poder entrar a las casas de la gente, hablar con las mujeres, que la inviten a pasar a la cocina. En infinidad de oportunidades fue ella la que tomó nota por sus colegas.

Elisabetta Piqué es la corresponsal de guerra con más experiencia de nuestro país

En todos los conflictos, siempre se movió como “un perro suelto”, casi clandestina, sin el respaldo de las fuerzas militares ni de las grandes cadenas de noticias. En todos, me consta, tuvo que insistirle a sus jefes varones para que la dejaran intentar la travesía del ingreso a la zona de peligro, y también para permanecer allí cuando la crisis escalaba. El año pasado volvió a relatar por escrito cómo fue su llegada de Irak, en 2003: “Íbamos por nuestra cuenta, solos, libres. Y totalmente desprotegidos. Sí, con chaleco antibalas –el casco lo conseguí fortuitamente, recogiendo uno tirado por ahí por militares iraquíes en fuga– pero arriesgando en todo momento”.

A esa mujer que arriesga desde hace veinte años por instinto y vocación, ayer un señor Muy Importante, como diría Solnit, decidió darle consejos también muy importantes de autopreservación. Explicarle, bah. ¿Cómo no fastidiarnos junto a ella si esa enumeración condescendiente habla de la falta de respeto absoluta por el oficio y la carrera de la persona que estaba del otro lado? ¿Cómo no pensar que se hubiera ahorrado los comentarios paternalistas si en vez de Elisabetta hubiera sido un varón el que cumplía su tarea desde el foco del conflicto armado?

“Todas las mujeres saben de qué les estoy hablando –escribe Solnit en Los hombres me explican cosas–. Es la arrogancia lo que lo hace difícil, en ocasiones, para cualquier mujer en cualquier campo; es la que mantiene a las mujeres alejadas de expresar lo que piensan y de ser escuchadas cuando se atreven a hacerlo; la que sumerge en el silencio a las mujeres jóvenes indicándoles, de la misma manera que lo hace el acoso callejero, que este no es su mundo. Es la que nos educa en la inseguridad y en la autolimitación de la misma manera que ejercita el infundado exceso de confianza de los hombres”.

La verdad es que no hay mucha diferencia entre un hombre que le explica a una colega mucho más experimentada cómo hacer bien su trabajo y busca cuidarla desde un estudio, porque la supone más débil, y otro que viola impune, porque su mujer “es suya”. La matriz es siempre la misma: la pretendida superioridad de algunos varones convencidos de que lo que hacen, piensan y desean –aunque sea a la fuerza– es más importante que lo que diga o quiera una mujer.

Rebecca Solnit, la creadora del término "mansplaining" (Gettyimages)

Nos impacta ahora conocer el calvario que vivió por treinta años Mariana Nannis en silencio porque también se parece bastante a una anaconda, más grande, pero con la misma forma. Caniggia también intentó que su ex mujer pasara por loca, era lo más fácil. Repite sin siquiera cuestionárselo: “¿Cómo voy a violar a mi mujer?”. Nannis entiende perfecto lo que subyace en esa pregunta: “Pensaba que como era la mujer podía hacer lo que quisiera conmigo”. Ella tampoco se victimizó nunca, siempre pareció moverla el lujo –el caviar en vez de la mortadela, el agua mineral para bañar a sus perros y el champagne Cristal para bañarse ella–, nunca se ganó la empatía del público local –”Los argentinos son unos pelotudos” (sí, justo, y tal vez deberíamos darle la razón)–, tiene todo para ser “la mala víctima”.

Y, sin embargo, como dice Solnit, todas las mujeres saben de qué está hablando. Saben lo que es la angustia de enfrentarse a un hombre impune: si no la vivieron en carne propia, basta con ver la suerte de Thelma Fardin; todas usamos el hashtag, pero su lucha sigue abierta, y con un costo personal altísimo. También cuando se nos niega Justicia se nos educa en la inseguridad y en la autolimitación.

A Nannis le preguntaron el otro día en una entrevista si tenía conciencia de que el padre de sus hijos podía ir preso. ¿Cómo no iba a tenerla? En su denuncia sostiene que fue violada y golpeada hasta perder un embarazo. Que su vida fue un infierno todos estos años. Que siempre tuvo miedo por los contactos de su ex, que le aseguraba: “Yo entro y salgo, pero tu cabeza va a rodar”. También respondió como una heroína: “¿Me preguntás a mí, que soy la víctima?”

A Elisabetta no le debe haber gustado nada este sorpresivo alto perfil. Siempre hizo su trabajo sin jactancias, tan lejos del muchacho que la mandó a preguntar por un estacionamiento subterráneo que es inútil medirlo en kilómetros. Su respuesta es el grito de muchísimas mujeres: esta vez la vaca se comió a la anaconda. Y en cuanto al refugio subterráneo, tal vez podamos explicarle al señor Muy Importante donde encontrar uno para él. Cuando esté más tranquilo, claro.

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