A veces se utilizan expresiones como “tercera guerra mundial” o “nueva guerra fría” a falta de analogías mejores. Pero históricamente nunca los fenómenos se repiten enteramente. Hablar de una Tercera Guerra Mundial puede ser apresurado. Lo que sí es cierto es que un conflicto de esta naturaleza puede tener consecuencia imprevisibles.
Uno puede determinar cómo se inicia un conflicto pero no cómo puede evolucionar. Y no hay que olvidar que las guerras a menudo estallan por errores de cálculo. En todo caso, conviene recordar el caso de la Primera Guerra Mundial.
Es altamente probable que si los gobernantes europeos hubieran podido imaginar en el verano de 1914 cómo Europa y el Mundo terminarían cuatro años más tarde, seguramente no habrían actuado como lo hicieron. Aquella guerra estalló por la situación en Serbia, un punto que ciertamente no era central, pero que activó una serie de situaciones que formaron una cadena de espiralización con las consecuencias conocidas. Por eso se dice que los gobernantes de entonces marcharon como sonámbulos hacia la guerra.
Cómo se diferenciará este conflicto de las guerras del siglo XX
Una guerra en el Siglo XXI podría implicar elementos tecnológicos desconocidos en el Siglo XX. Por caso, podríamos asistir -si es que ya no estamos asistiendo- a ataques cruzados en matera de ciberataques con el fin de deteriorar la capacidad operativa de uno u otro estado en materia de comunicaciones, etc.
Por otra parte, no podemos olvidar el dato crucial de la presencia de las armas nucleares, las que ofrecen al sistema -simultáneamente- un grado de peligrosidad pero a la vez de disuasión como nunca existió en la historia.
¿Qué rol pueden tener las Naciones Unidas para frenar el conflicto?
Rusia tiene un asiento permanente en el Consejo de Seguridad con poder de veto. Ello puede gustar o no, pero esa es la arquitectura institucional del mundo actual. Las Naciones Unidas reflejan el esquema de poder resultante del fin de la Segunda Guerra Mundial. El problema que estamos viviendo es el derivado de un malentendido de treinta años entre los EEUU y Rusia por las consecuencias del final del periodo inmediato al actual que fue la Guerra Fría. Y en el centro de esa controversia está la política de expansión de la OTAN.
Por entonces el propio George Kennan sostuvo que esa política no podía sino generar un daño enorme en los intereses de seguridad de Rusia y ello a la larga sería muy negativo para los intereses de los EEUU. Y así fue, porque ello condujo a una alianza de intereses entre Moscú y Beijing, con todos los inconvenientes que eso supone. Hoy la potencia rival de Occidente no es la ex Unión Soviética, sino China.
¿Cómo observa a la Administración Biden frente a este conflicto?
Biden preside la tercera administración norteamericana que en los últimos veinte años enfrenta el desafío simultáneo de hacer frente a Rusia y a China al mismo tiempo. Este conflicto implica un desafío de envergadura.
Históricamente, es posible que implique determinar si Biden es, como dicen algunos críticos, la tercera presidencia de (Barack) Obama o si se constituye en una experiencia nueva. Si fuera el caso de una restauración de la era Obama, algo que yo no creo necesariamente, podría implicar peligros dado que durante el período de Obama las relaciones ruso-americanas se deterioraron gravemente y los malos entendidos entre Washington y Moscú se profundizaron por una serie de razones que sería muy largo explicar pero que tienen que ver sobre todo con la incomprensión mutua sobre el fin de la Guerra Fría y los sucesos que la siguieron. Básicamente, por la política de expansión de la OTAN a lo largo de los países que integraban hasta entonces el Pacto de Varsovia, una medida que no podía hacerse sino provocando la inquietud y el rechazo del Kremlin. Pero las cosas no tienen necesariamente que ser así.
Biden es un hombre sumamente experimentado y uno puede suponer que no va a repetir los errores del pasado. Piense en Medio Oriente. Tiendo a creer que buena parte del establishment de política exterior de Estados Unidos ha comprendido, y eso incluye a ambos partidos, los errores que se cometieron en la llamada “Primavera Árabe,” un fenómeno que tuvo lugar hace exactamente una década y que derivó en uno de los errores más graves de los últimos tiempos en la región más compleja y dinámica del mundo.
Lo cierto es que esta situación ha colocado al mundo en el punto de mayor peligro para la paz y la seguridad internacional desde el fin de la guerra fría. No se puede olvidar que Estados Unidos y Rusia siguen siendo las dos potencias que mantienen los arsenales nucleares más grandes del mundo. Como alguna vez dijo Robert Gates (ex secretario de Defensa de Bush y Obama) “con una guerra fría ya fue suficiente”.
¿El régimen de Putin, con sus características internas, con su autoritarismo, es responsable de esta crisis?
Es relevante observar el comportamiento internacional de los estados. Y en ese sentido es inaceptable que Rusia haya violado la integridad territorial de un estado soberano como Ucrania. Pero ello no significa que necesariamente tenga que ver con el tipo de régimen interno.
Por otra parte, tiendo a creer que éste es un conflicto geopolítico; acá estamos hablando de “Great Power Politics”. Aún si Rusia tuviera un gobierno más asimilable a los occidentales, los conflictos geopolíticos persistirían. Pero Rusia nunca fue un país democrático. No lo es hoy, pero tampoco lo fue en el pasado. Y es altamente improbable que lo sea en el futuro inmediato.
A menudo es imprudente aplicar categorías políticas de manera universal. En este mundo en el que vivimos, desgraciadamente, no todas las naciones reúnen los parámetros de respeto a los derechos humanos que a uno pueden parecerle adecuados. Hay situaciones que serían inadmisibles en Occidente, naturalmente. Pero hay que tener en cuenta que Rusia no es un país enteramente occidental. En Rusia no hay un sistema democrático al modelo occidental. Pero nunca lo hubo. Hacia atrás se encuentra a la Unión Soviética, las purgas terribles de Stalin, la guerra. Antes, la Revolución. Y antes, el feudalismo del periodo zarista.
¿Rusia tiene una política deliberadamente anti-occidental?
Rusia ha tenido desde siempre un debate en su relación con Occidente. Una relación de admiración y recelo eterna. Hay quien dice que Rusia es una suerte de civilización en sí misma, con una mirada hacia Occidente y otra hacia Oriente. Hasta sus dos ciudades más importantes, Moscú y San Petersburgo, representan ambas vocaciones.
Por eso a veces en Occidente no se comprenden algunas situaciones, que pueden parecernos repudiables según nuestros criterios democráticos y de gobierno limitado.
Lo mismo se puede decir de China. Y esa realidad es la que explica por qué tantas veces el reclamo democrático no tiene en esas latitudes la envergadura que uno podría suponer que debería tener. Las sociedades no occidentales no atravesaron fenómenos históricos como el Renacimiento, la Ilustración o la Reforma Religiosa, o al menos no las vivieron en la misma medida y con la misma extensión. Por ello a la hora de analizar qué sucede en países con gobiernos autocráticos conviene tener presente esa realidad.
¿Qué le toca hacer a América Latina?
Nuestra región está alejada del conflicto. Pero al mismo tiempo en el siglo XXI las distancias geográficas en algún punto se han reducido por el triunfo de la tecnología sobre el espacio. Ello ha conducido a la humanidad a vivir en un mundo en el que todo transcurre en forma inmediata, con todo lo bueno y lo malo que eso supone.
Lo importante es que Argentina mantenga su compromiso con los principios del derecho internacional, con la carta de las Naciones Unidas y con el respeto al principio de integridad territorial de un estado soberano. En ese plano estamos unidos en esa vocación con nuestros hermanos de la región.
Seguir leyendo: