Voy a dedicar este espacio para compartirles las impresiones grabadas en mi mente y en mi corazón, que son el resultado no solo de los años en los cuales estuve al frente del Ministerio de Seguridad. Son, ante todo, las marcas que me dejan a diario con sus testimonios las personas de los barrios más humildes y castigados por el despliegue brutal del narcotráfico.
El crimen organizado en sus diferentes etapas y modalidades enfrenta a un Estado desorganizado.
Los narcos se enseñorean a lo largo y ancho de las poblaciones y barrios marginados que sufren a diario las amarguras del desamparo del Estado y las trampas y asechanzas que urden los narcos para inundar de miedos a los vecinos que ven, en la mayor de las orfandades, cómo se llevan a sus hijos hacia el camino atroz de convertirlos en soldaditos del menudeo, o en sicarios que tiran a matar entre su propia gente.
No voy en estas líneas a llenarlos de datos, de estadísticas comparativas ni resultados de estudios criminalísticos que considero muy necesarios, pero oportunos para otros ámbitos.
Sí voy a referirme a la inmensa catástrofe que entreví en las reuniones de traspaso de gestión en el año 2019, que tuve con la por entonces designada Ministra reemplazante (Sabina Frederic), quien me dio sus apreciaciones y por lo tanto las del Gobierno entrante, sobre que el narcomenudeo no es un asunto de la Seguridad.
Las consecuencias están a la vista. Ver a la Argentina desmantelada no solo en las protecciones fronterizas que habíamos comenzado a desplegar durante nuestra gestión 2015 a 2019. Ver quién decide sobre la vida y los bienes de los habitantes de los barrios que tratan de superarse y salir de la encerrona con esfuerzo y trabajo, y en lugar de ascender socialmente, pierden todo a manos de los señores de la muerte, o como ha quedado clarísimo en las desgarradoras consecuencias de la cocaína envenenada que se transforma aún más en asesina. Presenciamos con estupor todos los argentinos, la insensata disputa entre ministros de Seguridad que agotan su tiempo y nuestra paciencia en peleas que solo destruye la credibilidad social y ahondan la desconfianza social y la fiesta de una dirigencia que se miran su ombligo. Pasará a la historia como el gobierno que gastó el tiempo en la pelea endógena y lo perdió en la pelea necesaria contra el delito criminal de la droga.
Una sensación de inseguridad ciudadana -como le gusta definir desde hace años al Ministro de Seguridad De la Nación- se pasea por millones de vidas y miles de barrios de trabajadores o de marginados arrojados al ahogo del río caudaloso de la desprotección, la impericia y cuando no, también la complicidad con los patrones del miedo y la muerte.
Mientras tanto, me vienen recuerdos de las madres que aquella tarde de 2017 en Rosario, cuando visité el barrio Grandoli, en la zona sur de la ciudad, tan castigado por las bandas del narcomenudeo que logramos desarticular, me esperaban en medio de la calle entre lágrimas y angustias pidiéndome que no dejemos de enfrentar a los asesinos de sus hijos. Los llamaban asesinos porque se los llevaban para transformarlos en soldaditos del menudeo en los búnkers de los narcos o para transformarlos en sicarios que, tarde o temprano, caerían en las balaceras entre bandas o serían encerrados por las fuerzas policiales. Un destino previsible, trágico y fatal que los pensamientos progres del gobierno actual no consideran.
Fue allí, en ese encuentro con esas mujeres valientes pero desoladas, donde decidí la creación del Servicio Cívico Voluntario en Valores, para ayudar a los chicos que ni estudian ni trabajan y de quienes nadie se ocupa. No es motivo de esta nota, pero cabe señalar que aquella impactante experiencia que solo duró un año y fue combatida por los pensadores miserables de la progresía K, que presentaron amparos en la Justicia para evitar que estos chicos tengan una oportunidad. Los amparos fueron uno a uno desestimados, pero en cuanto asumieron en el Ministerio de Seguridad, uno de los primeros actos de gobierno fue dar el programa de baja sin reemplazo alguno. Eso los define y nos diferencia.
Ellos dicen estar construyendo un Estado presente, que se muestra ausente a simple vista. Nosotros combatimos con firmeza a los personeros de la muerte.
En el río caudaloso del delito impune se ahogan a cada instante miles de chicos soldaditos, cientos de miles de enfermos de adicción y millones de personas desgarradas que ven con asombro la quietud del Estado en el reino de los narcos.
El recientemente fallecido Arzobispo sudafricano Desmond Tutu, Premio Nobel de la Paz, decía a menudo: “Llega un punto en el que tenemos que dejar únicamente de sacar gente del río. Necesitamos ir aguas arriba y descubrir por qué tanta gente está cayendo”.
En la Argentina tenemos que hacerlo.
La lucha contra el narco no está perdida. El Gobierno, aturdido en su ideología, la abandonó.
Ir con firmeza río arriba y desbaratar para siempre las caudalosas y criminales causas que tanto ahogo le producen a la ciudadanía.
Estoy convencida, lo veo, lo conozco, lo siento y me lo dicen, con voz esperanzada, en cada pueblo y cada ciudad que visito.
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