El ataque de Rusia a Ucrania, que involucra una disputa geopolítica, pone en vilo a la seguridad global e incluso la supervivencia del sistema multilateral nacido en San Francisco en 1945. La invasión militar viola los principios centrales de la Carta de las Naciones Unidas y es inconsistente con la Declaración de Relaciones Amistosas de la Asamblea General de la ONU, que la Corte Internacional de Justicia ha citado reiteradamente como pieza de derecho internacional. Lamentablemente, es poco lo que las reuniones de emergencia del Consejo de Seguridad de la ONU puedan hacer en las actuales circunstancias de distribución de poder multilateral. Rusia preside este mes el Consejo, además de contar con poder de veto que hace prácticamente imposible que en febrero el máximo órgano de decisión en materia de seguridad internacional de Naciones Unidas pueda aprobar una resolución contundente sobre la injustificada agresión rusa a la soberanía e integridad territorial de Ucrania conforme a fronteras internacionalmente reconocidas.
La Asamblea General de la ONU viene demostrando una actitud más activa frente a la parálisis del Consejo de Seguridad. La primera sesión sobre Ucrania reflejó una condena ininterrumpida a las acciones de Rusia, con excepción de China que se abstuvo de criticar al Kremlin. La tónica de la amplia mayoría de los discursos ha sido similar a los del Consejo de Seguridad en la que Rusia quedo claramente aislada. México, por ejemplo, refrendó su compromiso con Ucrania. Condenó sin matices el reconocimiento ruso de las autoproclamadas republicas separatistas de Lugansk y Donetsk y rechazó el uso de la fuerza en las relaciones internacionales. Brasil, en términos similares, solicitó además el inmediato retiro de las tropas rusas.
La duda es el futuro comportamiento de China, ya que el silencio podría interpretarse como cierta responsabilidad implícita por asociación. Beijing, que ha pedido moderación a todos los involucrados, estaría en una situación delicada entre mantener una posición en línea con la reciente profundización de los lazos con Moscú y la práctica de su política exterior en defensa de la soberana estatal y la integridad territorial. Hasta ahora en Naciones Unidas, ha intervenido con apoyo tácito a Rusia como si nada nuevo hubiera sucedido. Sigue señalando que la crisis de Ucrania se explica por una profunda red de factores históricos. Palabras que resuenan en la ONU como si Beijing tuviera en mente un horizonte no diplomático para el caso de Taiwán.
La incapacidad de acción multilateral para repeler el uso de fuerza remite al 2014 con la anexión de la península de Crimea y la posterior rebelión de los separatistas pro rusos en Donbás, convertida desde entonces en una guerra de baja intensidad. La no solución sobre Crimea fue la carta patente para la nueva aventura expansionista de Vladimir Putin. De poco han servido las exhortaciones del Secretario General de las Naciones Unidas para evitar la invasión. El paso dado por Moscú requiere de una urgente acción colectiva para evitar agresiones similares en el futuro. Las Repúblicas Bálticas estarían en la mira del Kremlin.
De ahora en más la principal preocupación multilateral debería ser la recuperación de la soberanía de Ucrania, la paz en Europa y el retiro inmediato de las tropas de la Federación rusa. Frente a métodos que llevaron en el siglo XX a dos guerra mundiales, una escalada militar podría reproducir consecuencias. La diplomacia debe prevalecer y Rusia debe cumplir de inmediato con los principios consagrados en la Carta de las Naciones Unidas.
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