Política digital, una realidad de nuestro tiempo

Las redes y sus aplicaciones, las plataformas y el uso de las TICs permiten a la vida política y sobre todo a los candidatos la oportunidad de relacionarse con potenciales multitudes

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La promoción electoral microsegmentada, que permitió usar los datos de Facebook, arrimó un 10% más de votos a Donald Trump en las elecciones en las que resultó electo presidente de EUA (REUTERS/Carlos Barria)
La promoción electoral microsegmentada, que permitió usar los datos de Facebook, arrimó un 10% más de votos a Donald Trump en las elecciones en las que resultó electo presidente de EUA (REUTERS/Carlos Barria)

La política y sus actividades constituyen un espacio integral. Y esto comprende la necesaria presencialidad, contacto físico y cercanía, pero sin descuidar ni dejar de practicar las relaciones surgidas del uso de las nuevas tecnologías.

Hay una militancia digital que ocupa cada vez más lugares de preminencia y que es indispensable como parte de la relación entre liderazgos y bases y entre mensajes con bidireccionalidad y sus emisores de ida y vuelta.

La tecnología goza de la inmediatez de las estructuras digitales, que es un valor demandado para una mejor actuación política.

Unir en una práctica política, democracia, tecnología e inteligencia artificial ayuda a mejorar todas las condiciones de vinculación entre los polos de la vida política.

No es el único camino, pero a la espera de que aparezcan mejores ofertas, la militancia digital colabora en vincular las necesidades de la democracia participativa con los ritmos electorales y con respuestas veloces a ciertas demandas populares de reciprocidad entre dirigencia, institucionalidad y sociedad.

En nuestro país partimos de alguna infraestructura consolidada, ya que existen teléfonos inteligentes, plataformas de redes sociales ampliamente aceptadas, chips veloces, banda ancha con cierta instalación, cableados, ductos, fibra óptica y una cultura del uso de Internet y la computación que goza de enorme asentimiento popular.

Un detalle importante es que la mayor cantidad de ciudadanos cuenten con sus herramientas necesarias para ser parte de esa vinculación tecnológica. Por eso la lucha contra la brecha digital (que sigue siendo una brecha social) es impostergable. Cuantas más personas estén conectadas, mejor funciona la política digital y es más permeable a democratizar sus experiencias.

Lo digital puede construir esas aspiracionales plazas públicas (las ágoras virtuales) que democratizan opiniones masivas en tiempo real, encuestan posiciones, hacen conocer demandas y en muchos países van consolidando la confianza en votaciones y decisiones importantes.

En todo el mundo hay varias generaciones que son nativos digitales y ya no son los niños de ayer nomás. Todos los que andan en la treintena de años nacieron y se criaron en la utilización y uso y costumbre de herramientas digitales y asumen con relativa facilidad ciertas complicaciones tecnológicas para otras generaciones mayores.

Pero también esos mayores, que son las migrantes digitales van asumiendo cada vez más el manejo y uso de servicios relacionados con la tecnología.

Delivery, compras en línea, videollamadas, manejo de su prepaga y obra social, usar agendas digitales, pedir transportes por el teléfono, pagar impuestos por la PC y manejar cuentas bancarias por home banking son acciones hoy asumidas por la mayoría de las personas y no patrimonio exclusivo de los más jóvenes.

La importancia de las plataformas algorítmicas en el proceso electoral argentino debe comenzar a analizarse desde un aspecto cuantitativo como es la cantidad de usuarios en red, para las principales concurrencias digitales que hay en el país.

Según informes constatados para 2021 por diversas fuentes de información como: GWI, Statista, App Annie, The ITU en Argentina y hablando de públicos potenciales hay 36 millones de “internautas” (sobre una población de 44 millones de habitantes), que son los que participan en redes con porcentajes que van desde más del 90% que utiliza YouTube, WhatsApp y Facebook, mas del 60% que entra regularmente a Instagram y Twitter hasta los usuarios de Pinterest, LinkedIn y TikTok en menores escalas. No figuran los datos sobre Snapchat, pero se estima en más de 2 millones la potencial audiencia publicitaria de esta red.

Los argentinos usamos redes sociales en un promedio de 3 horas y 11 minutos diarios.

El porcentaje actual de personas que utilizan las redes sociales es del 50,64% de la población total del mundo.

Es necesario mejorar regulaciones y legislación que hagan al resguardo de las privacidades, mediante protocolos estrictos de seguridad. Al tiempo que deben generarse modelos de confianza en la utilización de todos los instrumentos de comunicación, ya que es clave la transparencia y una correcta trazabilidad de lo que se intercambia.

Las redes y sus aplicaciones, las plataformas y el uso de las TICs permiten a la vida política y sobre todo a los candidatos la oportunidad de relacionarse con potenciales multitudes. El especialista cubano Martín Oller Alonso describe bien cuando dice que “el espacio público se reparte den dos polos definidos como un espacio concreto, estos de delimitan por la ciudad, (como expresión física de la presencialidad en las acciones políticas) y por un espacio abstracto que se dimensiona en las redes”. Entonces vemos que en lo físico se aprecian movilizaciones políticas y en las redes las neomanifestaciones. La calle tiene límites de masividad y las redes ofrecen una valoración cuantitativa de casi ilimitada magnitud. El término “neomanifestaciones” nos parece útil para mostrar posibilidades de extrema masividad y donde miles o millones de personas participan en un mismo evento en virtud de estar conectados en plataformas y pueden sostener, apoyar y alentar posiciones políticas o candidatos.

Estudios de espacios académicos, entre otros la Escuela Politécnica Federal de Zúrich, ponen en valor la eficacia de esa práctica de promoción electoral microsegmentada, que permitió usar los datos de Facebook y concluye que esa variable pudo arrimar un 10% más de votos a Donald Trump en las elecciones donde resultó electo presidente de EUA.

Situaciones con similitud ocurrieron en la campaña del Brexit en Gran Bretaña y en las elecciones brasileñas de 2018.

En el Reino Unido las noticias falsas y la actividad de Cambridge Analytica que utilizó en forma ilegal datos obtenidos de Facebook crearon cierto clima favorable a la posición separatista, y en una elección tan reñida que se definió por menos del 2% de diferencia, cualquier forma de apoyo tiene su valía.

En Brasil, el triunfo de Bolsonaro, se asentó en la segunda vuelta en una impactante y fuerte presencia en las redes sociales y en el uso, pletórico de inmoralidad, de noticias falsas distribuidas, en este caso por WhatsApp, que no es una plataforma del tipo de red social, pero es comunicativa y en el caso de Brasil era usada por más de 100 millones de usuarios.

Obviamente esto tiene sus inconvenientes nacidos de prácticas desleales, ilegales y corruptas en el manejo de las campañas electorales (¡nada de esto ausente o desconocido para el mundo analógico!).

ONG Freedom House presentó un informe en 2017 sobre Libertad en la Red, en el que denunciaba que en 18 países se vivieron anomalías electorales por la proliferación de falsedades ubicadas en las redes.

Aclaro que, en mi opinión, ninguno de estos resultados electorales se puede definir solamente por la influencia o el uso ilegitimo e ilegal de las plataformas digitales. Probablemente haya habido ventajas derivadas del mejor uso inteligente de estos instrumentos de comunicación y vinculación social, pero en las tres elecciones las condiciones políticas, culturales y sociales apuntaban para el resultado que se dio. Aún en el caso de la poca diferencia de votos que hubo en el Brexit. Ante esto, la influencia de las redes solo terminó de consolidar un rumbo marcado por la realidad política.

Todas estas posibilidades de influencia de las redes en las elecciones no deben dejar de mirarse desde un estado de desencantamiento con la vida política y de poca credibilidad en los medios tradicionales. Ambas cuestiones provocan firme amplificación de las redes y su potencialidad de mentiras.

Esta indudable presencia del mundo algorítmico y digital en el espacio público va dando contorno a una realidad cultural novedosa y que debe ser objeto de investigación y estudio desde las ciencias sociales y de regulación y actitud legislativa desde lo institucional.

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