(Desde Corrientes).- La actual emergencia que atraviesa el nordeste argentino y especialmente la provincia de Corrientes ha derivado en múltiples sensaciones y cientos de reacciones que la comunidad a diario explicita por todos los medios a su alcance. Son tiempos de angustia e impotencia, de bronca y desesperanza. Los sentimientos encontrados, muchas veces contradictorios, se traducen en comportamientos cívicos que adoptan formas casi impensadas.
La gente se expresa como puede y canaliza sus percepciones de diversos modos. No siempre lo hace con la serenidad y sensatez que las circunstancias requieren. En ese devenir se corre el riesgo de ensañarse con algunos y absolver con brutal liviandad a los verdaderos responsables.
Es bastante difícil encontrar el punto exacto en cuestiones tan sensibles y simultáneamente tener la ecuanimidad esperada, tomando distancia de los acontecimientos para observar el panorama desde un lugar menos visceral y aportar una mirada mas pensativa e integral. Nadie espera que los que están en la trinchera lo hagan ya que han tomado la valiente determinación de hacerse cargo de la contingencia. Quienes ponen el cuerpo, y no solo la palabra, tienen todo el derecho del mundo a ser respetados por la consistencia entre lo que piensan, dicen y hacen.
Algunos en ese excesivo despliegue verbal tan asociado a la facilidad que brindan las redes sociales han optado por el sendero de la linealidad, intentando atribuir este siniestro a una sola causa. Sin adentrarse para nada en el asunto y haciendo gala de una superficialidad injustificable y casi absurda han decidido que los responsables son unos u otros, llegando incluso a inculpar a fenómenos universales para encontrar una descripción única para semejante odisea.
Tal vez sea mejor intentar escuchar a los especialistas, apelar a la humildad de reconocer que no se sabe lo suficiente y que quizás la explicación más ajustada a la realidad sea multifactorial y no pueda ser comprendida asumiendo simplicidades infantiles.
Están aquellos que afirman que el “cambio climático”, tan manoseado, tergiversado y manipulado para fines inconfesables, es la razón principal de esta catástrofe y duplican la apuesta diciendo que era predecible.
Otros han seleccionado como blanco predilecto a los gobiernos y particularmente a los políticos, utilizando esta calamidad para pasarles viejas facturas pendientes, por sus infinitos desaciertos del pasado y del presente, muchas de ellas más que merecidas. La despreciable postura de muchos dirigentes de intentar sacarle provecho a este desastre no ha ayudado para nada y ha enervado a esos ciudadanos que en estos momentos esperan empatía y no actitudes tan miserables.
El obsceno arsenal de cámaras filmando y fotografiando a los líderes que posan para mostrar su labor política es verdaderamente patética y nadie, en su sano juicio, puede esperar adhesión ciudadana ante ese despropósito. La falta de ubicación de los comunicadores de la política y de sus “jefes”, esa completa desconexión con la tristeza de la gente, muestra otro problema de fondo que subyace vinculado a la incapacidad para ponerse en el lugar ajeno esclareciendo casi todos los fracasos de esta era.
Los políticos no encendieron el fuego, y no son los causantes primarios de este desmadre, pero claramente no estuvieron a la altura de las expectativas de quienes esperaban de ellos mayor celeridad, coordinación y despliegue de recursos frente a tan potente adversidad.
No se puede hacer caso omiso de la responsabilidad de ciertos productores y propietarios de tierras en la zona rural. Muchos de ellos han trabajado muy bien invirtiendo anticipadamente en prevención, capacitándose y preparándose para la fatalidad y han sido muy exitosos en ese cometido. Sin embargo, habrá que decir que otros no hicieron los deberes, descansaron sobre la tarea gubernamental y lo hicieron con convicción, y ahora lloran ante la cruel evidencia. Buscan culpables cuando en realidad su irresponsabilidad ilustra lo acaecido.
La desidia, la negligencia y hasta la ignorancia explican una parte importante de esta desgracia. Contra todo lo que afirman los fundamentalistas del ambientalismo, este no ha sido un suceso “natural” sino que en la inmensa mayoría de los casos ha requerido la participación deliberada o involuntaria del hombre.
El altruismo, a veces sobreactuado, de quienes simulan sensibilidad es también un capítulo infausto. La idea de ayudar es loable, aunque la necesidad de publicarlo invita a desconfiar de esa generosidad que tiene muchos ingredientes de “show” demagógico.
El enorme trabajo de miles de personas, muchos de ellos anónimos, ha logrado mitigar el impacto de este inusitado infortunio y eso sí que merece un gran y eterno aplauso. Esos gestos heroicos sí que permiten reconciliarse con el mejor costado de la humanidad.
Cuando todo esto culmine, cuando los noticieros nacionales regresen a sus sedes y la solidaridad busque nuevos destinos, los correntinos tendrán que repensar su propio futuro. Es probable que, al regresar la calma, la reflexión permita edificar un porvenir diferente.
Desde las cenizas habrá que diseñar algo mejor que lo disponible, porque el incidente ha dejado no solo secuelas hoy incalculables sino también miles de enseñanzas que si no son internalizadas debidamente llevarán inexorablemente a repetir errores en ese instante en el que la tragedia vuelva a golpear la puerta.
Hay mucho por hacer. La destrucción no puede haber transcurrido en vano. Las fuerzas vivas, la política, la sociedad toda, deben escribir una nueva agenda y discutir la secuencia de inocultables yerros para que la próxima vez que se presente algo parecido todos estén preparados para evitar el drama o al menos intentar resolverlo más eficazmente.
Esta vez ha ganado el fuego, la ignorancia, la mezquindad y la desolación. Si se hace lo que hay que hacer la revancha será distinta y entonces habrá cobrado sentido tanta penuria, desdicha y sufrimiento. Manos a la obra.
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