De qué hablamos cuando hablamos de relato

Según Óscar Vilarroya, autor de “Somos lo que nos contamos”, los relatos son estructuras narrativas que nos ayudan a interpretar y comprender lo que ocurre a nuestro alrededor

Cristina Kirchner y Alberto Fernández

“Somos lo que nos contamos”. Eso, al menos, asegura el título de un libro interesantísimo que puede ofrecernos pistas para analizar la densidad y perversión del relato en el que nos vemos dramáticamente atrapados.

Su autor, Óscar Vilarroya, sostiene que somos una especie básicamente narrativa. En el novedoso análisis de este investigador y profesor de neurociencia de la Universidad Autónoma de Barcelona, el Homo Sapiens deja paso al Homo Narrator.

Desde este punto de partida, el libro se centra en el análisis de lo que él llama “el relato”. Una estructura mental, una matriz ordenadora del pensamiento, que, o bien hemos heredado, o que nos ha sido impuesta en orden a comprender y/o explicar lo que nos ocurre o lo que sucede a nuestro alrededor.

El autor parte de la premisa de que la estructura primordial con la que interpretamos el mundo supone una descripción “de cosas o personas a las que les ocurre algo causado por otras tantas personas o cosas”

El relato nos permite explicar de manera sencilla aspectos de la realidad que suelen ser extremadamente complejos. Nos ofrece un lugar de contención, es tranquilizador. Nos libera de la penosa tarea de enfrentar una realidad que es demasiado hostil o incomprensible.

Habla también de “burbujas narrativas”. Se trata de un conjunto de relatos que dan una visión completa, excluyente y militante sobre algo que ocurre o que está sucediendo.

Si bien las burbujas suelen nacer en función de una situación de injusticia que se necesita explicar o reparar, otras tantas son construcciones pensadas para conseguir un objetivo político o ideológico.

“Los psicólogos han demostrado que los humanos somos animales narrativos muy crédulos, capaces de tragarnos, en circunstancias adecuadas, cualquier relato verosímil y razonable, con la condición de que sea eficaz”, asegura Villaroya. Pero que un relato sea verosímil, razonable o eficaz es independiente de su veracidad y viabilidad.

Los relatos exitosos pueden ser tan tan veraces y viables como falsos e inviables. El éxito de un relato es independiente de lo veraz que sea su representación del mundo. Tiene más que ver con lo que tenemos ganas de creer que con lo que en realidad pasa.

Una burbuja narrativa puede estar muy alejada de la realidad, lo verdaderamente relevante es su capacidad y facilidad para meternos dentro de su lógica, de hacernos creer que vivimos dentro de una realidad determinada.

Vivir dentro de una burbuja nos protege de lo que nos angustia, nos asusta, nos incomoda o no queremos asumir en su complejidad.

Un rasgo fundamental de las burbujas narrativas es la capacidad para ofrecer una visión completa y cerrada sobre un tema. Tienen por esto un carácter “totalitario”. Este atributo implica la cerrazón absoluta para considerar los argumentos contrarios.

Siempre es más cómodo y efectivo neutralizar o desacreditar los relatos contrarios o alternativos que revisar los propios.

La burbuja narrativa es un fenómeno militante que no se crea si no se apela a una movilización de sus seguidores. Se pone en marcha si hay disposición de quienes a ella adhieren de realizar acciones específicas destinadas a difundir, defender, desarrollar o imponer sus objetivos. Es la militancia activa la que genera y sostiene la burbuja.

El tipo de motivación que las genera y alimenta puede ser de naturaleza “positiva” aunque también prosperan las de naturaleza “negativa”. Cuando el relato se impone desde la política puede ser una construcción estratégica, una herramienta más del “dividir para reinar’'.

¿De qué hablamos cuando hablamos de la grieta?

La burbuja da sentido de pertenencia. Se puede ser parte de una comunidad, de una logia, incluso de una secta, con la que se comparte un esquema de creencias, de valores. Se adhiere a ellos con un fervor cuasi religioso. Cuestión de Fe. La duda y la herejía.

“La duda es la jactancia de los intelectuales”, supo decir Aldo Rico en la época en que se dedicaba a tomar cuarteles.

La retroalimentación de ese sentido se resfuerza mediante la discriminación del otro, tanto en lo afectivo como en lo simbólico. Es el numen del “nosotros y ellos”. La clave de esa herida abierta que nos atraviesa y separa.

Las burbujas aparecen y se consolidan en torno a situaciones que afectan a la sociedad en general y por su carácter totalitario, excluyente y militante provocan muchos problemas de convivencia que pueden ir del simple ajetreo social a enfrentamiento violentos.

Según el autor de Somos lo que nos contamos, las burbujas narrativas y las fake news van a la par de los enfrentamientos sociales.

Estos procesos de comunicación tienden a consolidarse, anquilosarse y perpetuar el enfrentamiento. Suelen alcanzar un estado de inercia potentísima porque tienden a sobrestimar la veracidad de los relatos propios y a desconocer e ignorar los antagónicos.

¿De qué hablamos cuando hablamos de relato?

El sesgo narrativo más potente que tiene nuestro sistema de relato es la simplicidad. Cuanto más simple sea el relato y mayor la complejidad que explique mayores serán nuestra disposición a aceptarlo y la satisfacción que nos genera.

El relato primordial no construye la realidad a partir de una representación fiable de lo que ocurre, sino más bien una representación conveniente o sosegante que da sentido a lo que vivimos de una manera verosímil, razonable y eficaz.

Las burbujas narrativas son relatos desajustados de la realidad que nos toca transitar. Prosperan y se expanden gracias a nuestra credulidad.

“Cuando nos enfrentamos a una situación compleja, intentamos por todos los medios construir un relato simplificador porque permite dar cuenta de la complejidad a la que nos enfrentamos cotidianamente de manera elegante, eficiente y económica… lo importante es lo conveniente, no lo veraz”.

Narrar es la manera que tenemos los humanos de estar en el mundo y de comprenderlo. Estamos hechos para llenar cualquier vacío explicativo con una narración verosímil, razonable y eficaz. Aunque no sea veraz. No estamos hechos para vivir sin explicarnos lo que sucede. Si esa explicación incluye encontrar un enemigo, un responsable, alguien a quién atribuir los males que nos afectan o amenazan, el relato se perfecciona.

El vertiginoso avance de la tecnología digital acelera estos procesos. La facilidad para producir contenidos y la posibilidad de distribuirlos y visualizarlos rápidamente abre una nueva dimensión para la circulación de los relatos.

El sesgo de confirmación nos ofrece un sitio seguro para resguardarnos de la perplejidad y desasosiego que nos produce enfrentar una realidad tan compleja.

El único antídoto contra estos males es sostener el pensamiento crítico. Eso supone desapegarnos del pasado. Demanda información abundante y de calidad, imparcialidad en las evaluaciones, flexibilidad y apertura de mente.

Pero por sobre todas las cosas el enorme coraje de enfrentarnos al vértigo del presente, incierto, volátil, inmanejable.

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