
La sola mención de la palabra “cáncer” genera, en la mayoría de las personas, angustia, temor, desasosiego. Ante una enfermedad confirmada, sentimientos de finitud, de irremediabilidad, de sufrimiento, de dolor y de padecimiento crónico irrumpen y se tornan una creencia obsesiva que invade la cotidianeidad y que condiciona cada una de las acciones, no solo de quien padece la enfermedad, sino también de sus afectos más cercanos.
En el caso de que la persona afectada sea un niño o niña, esos sentimientos de desazón se multiplican. Cuesta entender -y aceptar- que un pequeño/a también pueda padecer un cáncer, que a pesar de los minuciosos cuidados que se le proveyeron en su crianza, no esté exento de este padecimiento. Sentimientos de culpa, de búsqueda de responsables -en propios y ajenos- son un intento de encontrar alguna explicación lógica a aquello que no lo tiene.
¿Por qué me tocó a mí? ¿Por qué a un niño inocente? ¿Qué cosa habré hecho mal? ¿Qué se dejó de hacer? ¿Cuál fue mi descuido? Son algunos de los sentimientos que, quienes trabajamos con niños con cáncer, solemos escuchar y debemos trabajar para dar una respuesta superadora y preparar tanto al paciente como a su familia para afrontar el tratamiento de la manera más resiliente posible. La culpa, la negación, el enojo, la desesperanza son pensamientos negativos que es imprescindible abordar de manera oportuna.
Con el objetivo de brindar información actualizada y precisa así como para derribar algunos mitos -a veces muy arraigados en la población general- se enuncian, a continuación, algunos conceptos que es importante difundir y multiplicar.
El cáncer es un conjunto de enfermedades con una incidencia muy baja en los niños. El cáncer en pediatría es curable. Gracias al diagnóstico temprano, el tratamiento adecuado y el cuidado integral del paciente, la posibilidad de sobrevida puede llegar hasta más del 80 por ciento. La mayoría de los cánceres de adultos no existen en pediatría. En Argentina, la medicación para el tratamiento del cáncer es gratuita y accesible a la totalidad de la población. Los protocolos de tratamiento de los diferentes cánceres son universales. En la Argentina realizamos el mismo tratamiento que en cualquier lugar de Europa o Estados Unidos. Las tasas de sobrevivencia con un tratamiento oportuno están en nuestro país a la altura de las mejores del mundo. Los efectos adversos, debido la quimioterapia, han mejorado ostensiblemente en la última década gracias al advenimiento de nuevos fármacos para el tratamiento de la enfermedad y para paliar los efectos colaterales de la medicación oncológica.
Los cuidados paliativos pediátricos (CPP) no son una estrategia que se utilice solo en el paciente terminal. Por el contrario, la intervención temprana de un Equipo Multidisciplinario que se ocupe del tratamiento de los síntomas que se generan tanto por la propia enfermedad como por los efectos colaterales de la quimioterapia, mejora notoriamente el pronóstico final y la calidad de vida del paciente y de su familia.
Los pilares básicos para la prevención del cáncer infantil son esencialmente dos:
1) Educación para la Salud. Ayudar a nuestros niños a construir una vida saludable desde muy pequeños es una premisa fundamental y una forma efectiva de prevención del cáncer infantil. Adoptar dietas saludables que estén basadas tanto en el consumo diario de frutas y verduras y de legumbres, cereales integrales y frutos secos, como en la reducción del consumo de grasas de origen animal (fiambres, embutidos, manteca y leche entera) y de ácidos grasos trans (productos de pastelería, snacks y golosinas, entre otros). Realizar actividad física todos los días. Educarlos desde muy pequeños para evitar el tabaco y el consumo de alcohol. Evitar la exposición al sol entre las 10 y las 16 horas y utilizar protectores solares y ropa que proteja la piel. Educar a los adolescentes para que usen preservativo en todas las relaciones sexuales para reducir el riesgo de infecciones de transmisión sexual.
2) Controles médicos periódicos. Los controles pediátricos rutinarios son una práctica fuertemente recomendada, aún aunque no haya problemáticas específicas para consultar. La principal tarea del pediatra, además de contribuir a la educación para la salud, es la prevención y la detección temprana de síntomas, signos o cualquier indicio que haga sospechar una enfermedad de consideración.
Llegado el caso de que nos toque pasar por la experiencia de tener un niño con cáncer dentro de nuestros afectos, los avances científicos de las últimas décadas permiten sobrellevar la enfermedad con marcada mejoría no solo en el pronóstico final de la enfermedad sino también en la calidad de vida del paciente y la de su familia. Un ejemplo de esto último consiste en el desarrollo de estrategias para reducir al mínimo posible el tiempo de internación para el tratamiento quimioterápico y sus efectos adversos. Las modalidades de Hospital de Día e Internación Domiciliaria son valiosos instrumentos que contribuyen a este fin. En lo que a la Internación Domiciliaria se refiere, numerosos estudios demuestran su eficacia y su seguridad. La Internación Domiciliaria consiste en proveer en la propia casa del paciente -cuando las condiciones lo permiten- un equipo de salud multidisciplinario (enfermeros, médicos, kiniesiólogos, fisioterapeutas, profesionales de la salud mental, entre otros) y todo el recurso físico necesario (monitores, oxígeno, catéteres, sondas, etc) para abordar diferentes problemáticas.
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