La grave crisis de seguridad en Europa del Este ha llegado a un punto de tensión que, entre otras cuestiones, compromete el régimen de no proliferación de las armas nucleares (TNP). La integridad territorial de Ucrania, el segundo país en superficie más grande de Europa, se encuentra amenazada por el riesgo del uso eventual del arma nuclear. El Presidente Vladimir Putin ha expresado la intención de utilizar armamento atómico en el caso que Kiev se integre a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Una advertencia coercitiva que contradice las garantías negativas de seguridad otorgadas por la Federación de Rusia a la comunidad internacional y que, entre otras consecuencias, pone en jaque la validez del concepto de zonas libres de armamento nuclear. Ucrania tiene status de territorio desnuclearizado desde 1996, tras el incidente de Chernóbil.
La reciente actitud hostil de Moscú respecto a Ucrania cambia las reglas y doctrinas rusas para el uso del arsenal nuclear adoptadas unilateralmente en el 2020. También incumpliría, por segunda vez, el Memorándum de Budapest de 1994 (firmado por Ucrania, Rusia, EE.UU. y Reino Unido) por el cual Ucrania cedió a Rusia todas las armas nucleares de la Unión Soviética en su poder y desmanteló las instalaciones dedicadas al almacenaje y producción de armamento nuclear, a cambio del compromiso de Moscú de respetar las fronteras y no atentar contra su integridad territorial o contra su soberanía. Obligación jurídica vinculante que Rusia ya incumplió con la anexión de Crimea en febrero del 2014.
La duda es si Rusia se envalentonaría con Ucrania de la misma forma si Kiev hubiera conservado el arsenal nuclear soviético de casi 5 mil ojivas que, en su momento, constituía la tercera potencia nuclear después de Rusia y Estados Unidos. Las autoridades en Kiev deben lamentar no contar con esa capacidad disuasoria para evitar una invasión. Consecuentemente los riesgos que enfrenta Ucrania, reaviva a nivel global el tema de las aspiraciones de poseer armas nucleares de diversos Estados en distintas zonas geográficas del mundo. Corea del Norte e Irán podrían no ser los únicos en intentar contar con armas de destrucción masiva.
La diplomacia multilateral y el régimen del TNP deben garantizar que un país como Ucrania sienta respetada su integridad territorial e independencia, sin tener que recurrir a programas de misiles y ojivas nucleares o a la acumulación de armamentos convencionales. También que las zonas libres de armas nucleares y el status de Estados desnuclearizados sean observados firmemente por las potencias nucleares. Los malos ejemplos, como ocurrió en el Atlántico Sur en 1982, son excesos inadmisibles de poder nuclear que no debe repetirse en ningún lugar del planeta.
Cualquier victoria militar de Rusia sobre Ucrania con la amenaza del uso de armas nucleares podría echar por tierra el proceso iniciado en 1968 por el Tratado de No Proliferación de las Armas Nucleares. La próxima Conferencia de Examen del TNP, que presidirá Argentina, debería encarar las realidades desequilibrantes del armamento nuclear. Esperemos que pese a los recientes traspiés de política exterior, la diplomacia argentina esté a la altura de las tradiciones históricas en materia de soluciones pacíficas, desarme y no proliferación.
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