Ver al presidente de la Liga Argentina por los Derechos Humanos insultar, amenazar y pegarle a una mujer podría ser un video de Capusotto. “Así no hay Barcelona que aguante”, podría leerse también. Pero la situación cambia de color cuando entendemos que lo que ocurrió en la terminal de micros de Santa Clara del Mar no es chiste, ni ficción, ni un sketch guionado adrede para hacer reír.
Lo que registraron las cámaras de seguridad de la empresa Ruta Atlántica fue el accionar de un violento, el desborde de un varón machista que tuvo el tupé de estamparle un cachetazo a una empleada mientras vestía la estampa de los derechos humanos en su pecho.
¿Qué derechos humanos? ¿Los de quiénes?
“¿Acaso no soy yo una mujer?” (se) preguntaba incisiva la escritora y activista feminista bell hooks ─así, en minúsculas─ para poner sobre la mesa que las diferencias de raza, clase y género refuerzan formas agravadas de desigualdad entre las mujeres.
¿Acaso no somos humanas las mujeres? Habría quizás que preguntarle a José Ernesto Schulman para tratar de entender los derechos de qué humanidad defiende desde su remera.
Los derechos de las mujeres son derechos humanos. Pero esta frase ─que suena a sobrecito de azúcar─ no siempre resultó tan obvia. Hasta hace poco tiempo la conceptualización de los derechos humanos no tenía en cuenta ni la vida de las mujeres ni el hecho de que nos enfrentamos cotidianamente a la violencia, la discriminación y la opresión.
El 18 de diciembre de 1979 la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó en forma unánime la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW). Considerada la carta internacional de los derechos de la mujer, entró en vigor en 1981 y en la actualidad es el segundo instrumento internacional más ratificado por los Estados Miembro de la ONU.
Pero recién en 1993 la Declaración de la Conferencia Mundial de Derechos Humanos de Naciones Unidas en Viena dispuso específicamente que “los derechos de las mujeres son parte indivisible e inalienable de los derechos humanos”, habilitando entonces mayor exigibilidad a los Estados.
Crucial fue la labor de las activistas feministas para lograr la ampliación y el ajuste del marco de los derechos humanos a fin de incorporar los aspectos de las vulneraciones de los derechos humanos relativos al género con el fin de proteger mejor a las mujeres.
Como presidente de una institución dedicada a la defensa, la promoción y la educación para los Derechos Humanos ─así, en mayúsculas─, José Ernesto Schulman debería conocer con creces que los derechos de las mujeres son derechos humanos y que no vale tener un mal día, estar cansado o padecer dolor para llevárselos puestos.
No conozco a José Ernesto Schulman y posiblemente se haya viralizado su peor versión, pero estoy segura de que ni la extensa militancia ni el exilio ni las torturas padecidas en otras épocas lo liberan de responsabilidades.
En línea, condenar su violencia no significa “hacerle el caldo gordo a la derecha” o “soltarle la mano a un compañero”. No hay golpeadores buenos y golpeadores malos. Hay golpeadores. Punto. Y urge batallar contra la violencia contra las mujeres desde cualquier lado de la grieta.
En el mensaje de arrepentimiento por Facebook, Schulman adujo sentirse desencajado. Recordó de inmediato su discapacidad motriz. Supongo que pretendió de esta manera contextualizar los insultos con tirria a las empleadas, las fotos que les sacó de prepo, la invasión de sus espacios, la amenaza con meterlas presas y los golpes.
Lo que no se entiende es cómo tal desencaje pareció acomodarse con el ingreso de un varón al local de Ruta Atlántica. Según se ve y se oye en el video, mágicamente Schulman trató a su congénere de usted y mantuvo distancia mientras explicaba el enojo. Casi como poseer una gran capacidad de intensidad selectiva.
Llamativo además es el uso de la “e” en el posteo en redes. Schulman, por ejemplo, se dirige a sus “compañeres”. ¿Genuino o impostado? ¿Usa Schulman lenguaje inclusivo en la diaria o surgió pour la galerie?
Sandra Chaher, presidenta de la Asociación Civil Comunicación para la Igualdad, aporta sus dudas: “Este hombre pertenece a una generación que en general no usa el lenguaje inclusivo en la vida cotidiana, pero él podría ser la excepción. Sin embargo, usar inclusivo para tratar de justificar una actitud violenta por parte de un varón adulto resulta por lo menos sospechoso. La peor escena es que hubiera un intento de sensibilización, una estrategia manipulatoria a través de esta estrategia de lenguaje. Sólo saben la verdad quienes lo conocen”.
Desde el sitio web, la Dirección Nacional de la Liga Argentina por los Derechos Humanos comunicó haber aceptado el pedido de licencia de Schulman y comenzar un proceso de evaluación para tomar medidas.
Pero ojo: encerrado el perro, no se acaba la rabia.
Sigamos como sociedad gritando “¡Basta de violencia machista!” Todos los días, con y sin cámaras, puertas adentro y hacia afuera, en las calles, en las camas, en los sindicatos, en las escuelas, en las unidades básicas, en las asambleas, en las empresas, en las fábricas, en las organizaciones sociales, en los clubes, en los consejos directivos, en las canchas, en las guardias de hospital, en los medios de comunicación, en los centros de estudiantes… Aunque cueste, aunque sea incómodo, aunque genere tensión, fricciones, debates, aunque desgaste, aunque duela. Estaremos defendiendo verdaderamente los derechos humanos.
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