La política argentina, ante una responsabilidad histórica

El país necesita revertir un largo proceso de estancamiento de la economía y deterioro de los indicadores sociales

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Nuestras ultimas 2 décadas del siglo XX y las primeras 2 del siglo XXI podrían pasar a formar parte de los peores ciclos de nuestras performances económicas históricas, con claras consecuencias negativas en el orden social (Reuters)
Nuestras ultimas 2 décadas del siglo XX y las primeras 2 del siglo XXI podrían pasar a formar parte de los peores ciclos de nuestras performances económicas históricas, con claras consecuencias negativas en el orden social (Reuters)

El sector público nacional finalizó 2021 e inicia el 2022 ante una nueva y fundamental encrucijada más. La política local, otra vez demorada, debe decidir la suscripción o no, de un acuerdo de reestructuración de la deuda pública contraída con el FMI en el 2018, dada la objetiva imposibilidad del cumplimiento de los plazos y de los montos pactados.

Si bien se trata de solo poco más del 10% de la actual deuda pública externa total, un acuerdo de entendimiento que lleve al préstamo desde su condición de “stand by” al de “facilidades extendidas” le permitiría al gobierno al menos a la posibilidad de iniciar un gradual acceso a los mercados financieros globales voluntarios. A la normalidad de tomar créditos a plazos y a tasas de interés consistentes con las rentas de las inversiones públicas facilitadoras de la producción y la comercialización, interna y externa, del sector privado que, a su vez, también mejorará las condiciones de sus créditos.

La mediocre política doméstica argentina viene con el antecedente inmediato de un grave fracaso con el debate del presupuesto público nacional de este año, del cual a su vez se derivan los presupuestos públicos de todas las provincias, a través del sistema de coparticipación federal de los impuestos. Pero además, como magistralmente lo señala Ricardo Arriazu, la política argentina mayoritariamente participa de su casi única idea acerca del crecimiento económico: la de impulsar la actividad mediante el consumo interno, financiándolo con emisión monetaria a través del aumento del gasto público, que creció desde menos del 30% a más del 45% del PBI en las últimas 4 décadas, ignorando el crucial y verificado rol del proceso de ahorro e inversión y del comercio exterior en el desarrollo sostenible en el largo plazo de los países.

Así, construimos sólidas instituciones públicas, pero de un carácter de “extractivas” (en los términos de Acemoglu y Robinson), porque no sólo no colaboran con el progreso general sino que lo dificultan; de ellas se derivan inevitablemente estructuras económicas “deformes”, que afectan muy seriamente cualquier posibilidad de crecimiento económico. El resultado es la Argentina “desmesurada” que tan bien describe en sus textos Juan José Llach. Es la Argentina de los impuestos que desalientan a la inversión de mediano y largo plazo y a la creación del empleo privado formal, con la contra cara además de un gasto público constituido cada vez más casi solamente por transferencias. Así, el crecimiento económico anual promedio de Argentina de los últimos 40 años resultó de apenas del 1,55% y, por habitante de solo 0,6% anual. Insignificante en términos absolutos y más aún en términos relativos, no sólo al mundo sino a la propia región.

El crecimiento económico anual promedio de Argentina de los últimos 40 años resultó de apenas del 1,55% y, por habitante de solo 0,6% anual

Estos penosos datos de nuestra decadencia dejan en claro que nuestro país padece, en realidad, de una muy grave crisis de crecimiento económico. Pues, como bien lo destaca José María Fanelli, el extra del “shock” de la pandemia del 2020 del Covid-19, y de las cuarentenas derivadas de ella, impactó al país al final de una década de estancamiento económico (2010-2019) y, si se disparara de inmediato otro prolongado período de depresión económica, como el que podría suceder sino se toman decisiones políticas atinadas, entre ellas la de disponer del restablecimiento del acceso a créditos, estaríamos muy próximos a transitar un tramo de 2 décadas y no de solo de 1 “década pérdida”. En ese caso, nuestras ultimas 2 décadas del siglo XX y las primeras 2 del siglo XXI podrían pasar a formar parte de los peores ciclos de nuestras performances económicas históricas.

En la siempre muy aconsejable mirada de largo plazo, la cantidad de años en los que un país duplica a su PBI (en valores constantes) brinda una adecuada estimación acerca de su productividad global. Según la información recabada por Orlando Ferreres y colaboradores en la monumental obra “2 siglos de economía argentina”, la Argentina necesitó de alrededor de unos 50 años (1810-1860) para duplicar por primera vez a su PBI; la segunda y tercera duplicación 20 años 1860-1880 y 1880-1900. Incluso las siguientes, 14 años (1900-1914) y 16 años (1914-1930). Ese extenso sendero de poco más de 100 años, en los que se duplicó 5 veces el producto, o sea en 1930 era 32 veces superior al nivel de 1810, mediante una continua mejora de la productividad global, más que triplicó el ingreso medio por habitante.

En 1930 el PBI era 32 veces superior al nivel de 1810, mediante una continua mejora de la productividad global, más que triplicó el ingreso medio por habitante

La sexta duplicación del PBI argentino (1930-1960) necesitó nuevamente de unas tres décadas, ello significa que la productividad global cayó por entonces alrededor de un 50%. La séptima duplicación (1960-1975) mostró una muy interesante recuperación al mejor ritmo histórico. Pero, la última, entre 1975 y 2010 volvió a precisar de 35 años. Desde entonces que el país no crece.

El camino a la novena duplicación del PBI ya consumió más de una década y el actual ingreso por habitante es un 15% inferior al que se disponía hace 10 años.

Más desatinos de la organización política y la persistencia de una muy baja calidad de las próximas decisiones de política pública podría llevar a los más extensos plazos históricos de duplicación del PBI, muy similares a los que necesitó el país en su más dolorosa época de las sucesivas guerras internas posteriores a la independencia del Reino de España.

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