El poder se volvió delirante en Argentina

El ciclo de “Opino esto pero aquello también” del Presidente ha llegado demasiado lejos. Y los antecedentes de Cristina indican que la vicepresidenta nunca se modera. Así, nos encontramos ante la maquina más formidable de aceleración de la incertidumbre

Cristina Fernández y Alberto Fernández (REUTERS)

Por momentos, en el análisis político de la Argentina actual uno debe apelar más a los psicoanalistas que a los politólogos. ¿Qué tiene en la cabeza el Presidente para luego de lograr un dificultoso entendimiento con el FMI salir a realizar una gira internacional que pone en juego su propio logro? Pregunta del millón, si las hay. Si el costo de congratularse con Cristina implica la autodestrucción de sus propósitos algo está muy mal. Porque una cosa era el equilibrio diplomático y otra muy distinta la genuflexión ante Rusia y China, y la provocación y la ofensa a EEUU. ¿Para qué? Para tener que desdecirse, desmantelando una vez más, cualquier indicio de valor en su palabra.

El problema es que el ciclo de “Opino esto pero aquello también”, ha llegado demasiado lejos y lamentablemente ha sido la única línea coherente en el primer mandatario. De manera tal que instintivamente la expectativa es que no sostendrá esas posiciones. O sea, no sabemos qué posición. La repetición de sus vacilaciones hace, simplemente, que tendamos a no creerle.

Entonces, si los antecedentes del Presidente le restan confianza y los antecedentes de Cristina indican que la vicepresidenta nunca se modera, nos encontramos ante la maquina más formidable de aceleración de la incertidumbre. No hay pautas para esperar sensatez, cuando más se la necesita.

Y esta zozobra es lo que impera en la coalición gobernante donde en estas horas se vive en ascuas, mientras los intereses contrapuestos intentan disimularse. Se afirma que hay un frágil acuerdo interno para lograr los votos suficientes en el Congreso. Pero la consecuencia inmediata de la desconfianza, va mucho más allá de si logran o no los votos para evitar el apocalíptico default. Este estado de desconfianza permanente ya malogra la calidad de un acuerdo. ¿Qué ocurre si el sector más vital de la coalición, el que responde a Cristina y a Máximo, no se compromete? Lo firmado se convierte de antemano en letras escritas en el agua.

Como muestra basta un botón: el nuevo tira y afloja por las tarifas en el que, parece repetirse la desautorización al ministro de Economía para cumplir lo prometido al organismo en torno al desfasaje de los subsidios, genera la pregunta maldita: ¿cumplirá Argentina con lo que firme?

O sea, podemos estar, ante el esquizofrénico escenario de que Cristina permita un acuerdo y al mismo tiempo lo socave por dentro. Difícilmente llamará a Martín Guzmán por el día de San Valentín. Hasta su permanencia ponen bajo un cono de sombras las últimas escaramuzas.

El ahorro por segmentación de tarifas parece una píldora de simbolismo, si se advierte que apenas baja 200 millones de una cuenta escalofriante de 11 mil millones de dólares. Pero lo peor, es que, todo indica, la famosa segmentación puede ser otra excusa para castigar a la clase media o al enemigo preferido de la señora, la ciudad de Buenos Aires.

Cabe preguntar aquí, sobre el lamentable rol de algunos opositores como Gerardo Morales que parece más un aliado del gobierno que uno de los líderes de la principal fuerza de la oposición. Hablando de minar por dentro las propias fuerzas.

Pero, volviendo al gobierno. Al Presidente y a su vice. O a la vice y su Presidente. El problema abismal al que nos enfrentamos, es que, para usar una metáfora bíblica, nadie construye con solidez sobre una base de arena. Un Presidente que no tiene palabra. Que se dice y se desdice, es kriptonita sobre cualquier negociación. Visto desde afuera, ¿Cómo negociar con un Presidente ni-ni? ¿Y en qué punto la indefinición se convierte en una forma de la mentira? Hay un principio del derecho internacional que es el pacta sunt servanda, que afirma precisamente, que los pactos nacieron para ser cumplidos. En sólo una semana de gira, el gobierno argentino, le aplica a ese acuerdo tácito de la relación entre los países, una cuadrilla de demolición.  

Si el kirchnerismo no apoya con contundencia y claridad un acuerdo, siendo la fuerza más poderosa de la coalición de gobierno, para cualquier negociador externo, es como cerrar con un testaferro del poder real pero no con quien lo detenta. 

Ya se ha dicho hasta el cansancio: una coalición para ganar una elección no es necesariamente una coalición para gobernar. Y así, en el desgobierno, administrando la estabilidad al borde de la cornisa, con un telón de fondo de desaguisados e ignorantes improvisaciones, asistimos a un espectáculo por lo menos, irresponsable. ¿Qué razón puede sostener este delirio? Precisamente, los delirios, prescinden de las razones. Y es la sinrazón lo que más aterra cuando el poder se vuelve delirante.

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