Las mujeres luchamos por ser independientes. Pero no hay independencia posible cuando hay violencia o cuando trabajar implica estar sometida o tener miedo. Una empleada de la empresa Ruta Atlántica estaba en el mostrador de la terminal de Santa Clara cuando fue agredida, verbal y físicamente, por José Schulman, el Presidente de la Liga Argentina por los Derechos Humanos.
“¿De qué te reís, pelotuda”, increpó Schulman a la trabajadora mientras la mujer le pedía que se tranquilizara y estaba expuesta a dar la cara por la demora del colectivo que es responsabilidad de la empresa y, por supuesto, no de quien brinda la información. Más allá de los enojos, las preguntas y la atención al cliente frente a cualquier demora en cualquier medio de transporte, la indignación jamás puede traspasar los límites corporales de las trabajadoras.
Schulman no solamente se enojó, sino que la insultó, cruzó la ventanilla, levantó la mano y la golpeó. La tildó de hija de puta y de pelotuda. Sin lugar a dudas Schulman cometió un hecho enmarcado en la ley 24.685 para prevenir y erradicar la violencia hacia las mujeres en todos los ámbitos donde ejercen su vida, laboral y personal. Más allá de la conversación privada o un pedido de disculpas no debería quedar en la nada.
Sus justificaciones no solo no alcanzan, sino que agravan la situación. No importa la causa (dijo que el micro se había retrasado tres horas), no importa qué hizo ella (si se río), no importa qué problemas tiene él (dijo que tiene discapacidad motriz): no es no y la violencia nunca es justificable y no hay ninguna a actitud o situación que justifique o haga comprender que la reacción sea violenta.
Los derechos de las mujeres son derechos humanos y eso está consagrado en todos los tratados internacionales que Argentina ratificó, Belém Do Para, Convención para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (Cedaw), que Schulman no solo debe conocer, sino respetar y no violar con su propia mano.
Por supuesto, que debe renunciar a su cargo. Por lo que hizo, y no solo por lo que lo hizo, sino por los argumentos con los que pidió perdón. Si es culpable por el golpe es más culpable por intentar justificar el golpe. Es una forma de volver a hacer que lo hizo por motivos que llevan a la violencia y de generar discursos que legitiman que, en algunos casos, por algunos motivos, frente a algunas personas, determinados seres humanos, tienen la posibilidad de ejercer violencia sobre otros.
Oh, casualidad, esos seres humanos suelen ser hombres. La Liga por los Derechos Humanos, oh casualidad, se llamaba –antes- Liga Argentina por los Derechos del Hombre. Las mujeres ya no sentimos que nuestros derechos sean los de los hombres, ni que entramos en una palabra global que no nos engloba y por eso nuestros derechos humanos no quedan comprendidos por los derechos del hombre.
Y este acto lo demuestra. Los luchadores por los derechos humanos setentistas, de izquierda, peronistas o populares tragaron como un medicamento que no queda otra que pasar con agua la agenda feminista. Pero si les toca algún privilegio, implica algún costo o los cuestiona en su accionar ponen el grito en el cielo. Sin importarles, por supuesto, que la mitad del cielo son mujeres.
Esta semana, por ejemplo, frente a la regulación de los nombramientos por género en el gobierno se quejaron por no poder designar varones y tener que pensar como gobiernan con perspectiva de género, no de la boca para afuera, sino con la lapicera. La igualdad está bien en la medida que no joda, cuestione, incomode o implica que algún varón, sus pelotas no lo permitan, tenga que dar algún paso al costado, renunciar a algún impulso, pagar costos por sus abusos o quedarse afuera de algún cargo o reconocimiento porque una mujer va primero o porque se pasaron del otro lado del mostrador.
La violencia de género no es neutra y tiene una ideología, pero traspasa las ideologías, porque incomoda a los varones de izquierda y de derecha y, en muchos casos, los que reivindicaban al hombre nuevo que proponía Ernesto “Che” Guevara no pudieron soportar que lo nuevo lo traigan las mujeres y ellos poder bancar cinco minutos de interpelación sobre qué hacen cuando gritan, golpean, insultan o braman.
A veces la violencia es evidente, escandalosa y ahora –en la era de los celulares y las cámaras de seguridad- queda grabada. A veces es intangible, mentirosa, por fantasmeo y sin rastros. No toda violencia es igual o equiparable y merece el mismo rechazo. Por eso, la violación y el maltrato son más reprochables. Aunque, de todos modos, las formas más solapadas también son una contradicción galopante y que no se revisa.
Los varones que reclaman derechos y que querían cambiar el mundo están en deuda con nosotras. No pudieron soportar más que de cuatro o cinco palabras y desesperarse si se quedaban afuera de una marcha la interpelación que trajo el feminismo (con un claro auge en Argentina entre el 2015 y el 2018) y que la pandemia logró amenguar a base de aislamiento, distanciamiento y aleccionamiento.
El retroceso que vuelve a foja cero un juicio, pone resistencias ante más medidas por la igualdad de género, distorsiona al feminismo como un boletín de asistencias que tiene que rendir cuentas por todo lo que dice en Twitter (y por lo que no dice también), cuestiona si cuestiona la violencia de los varones (y si no la cuestiona también) conforman una larga fila de banderas rojas: peligro, quieren hacer retroceder al feminismo.
Pero no vinimos para poner la otra mejilla -y comprender que un micro fuera de hora es una justificación para golpear- sino para terminar con los golpes y las justificaciones. No era la pollerita corta, ni la comida quemada, ni el mini short ajustado, ni la infidelidad, ni la mala atención la razón de los golpes, las violaciones o los asesinatos.
“Y la culpa no era mía”, cantan Las Tesis en base a la teoría de la antropóloga argentina Rita Segato. La culpa no es de la empleada. Nunca. Sin letra chica. Pero los varones no se gastan en leer lo que escribimos. Se aprendieron algunas palabras y la recitan para cumplir o cancherear.
No es la primera vez, ni la última que un militante que dice defender los derechos humanos es violento. Eso no es lo raro. Lo raro es que sean tan pocos los que en vez de interpelar a los demás pudieron interpelarse a ellos mismos (nadie dice no equivocarse) sino revisar sus errores.
En plena dictadura, uno de los lemas del gobierno de facto, para contrarrestar los pedidos internacionales para investigar los crímenes de lesa humanidad que el gobierno militar escondía, fue “Los argentinos somos derechos y humanos”. Se intentaba generar un valor en a argentinidad que contrarrestara las demandas de los organismos de derechos humanos.
Usar palabras para vaciarlas de contenido fue una de las estrategias de la dictadura. Hoy las palabra se vacían rápido. Habría que hacer lo contrario: los que defienden los derechos humanos deberían dejar de repetir lemas y poderse repensar para no repetir las mismas violencias de siempre.
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