La comisaria del relato, del auge a la decadencia de un experimento fallido

Cristina Kirchner ejerce su control político por la vía epistolar, con apariciones públicas hiper calculadas y con sus silencios. Pero Alberto Fernández es un pragmático y está dispuesto a hacer lo que sea necesario para ser reelecto

Cristina Fernández de Kirchner

El 10 de diciembre de 2019 Cristina Kirchner festejaba la victoria que le permitió volver cuando todos pensaron que era parte del pasado. Se las ingenió para ser electa vicepresidenta y sentar en el sillón de Rivadavia al nuevo presidente, Alberto Fernández. Un candidato impensado, incluso por él mismo, pero que la estrategia de la dueña del poder hizo realidad. Eran tiempos de festejos. Nadie imaginó que ciento un días después el presidente debería imponer lo que sería una extensa cuarentena. A partir de allí todo iría cuesta abajo. Del auge a la decadencia sin escalas, hoy Cristina y Alberto están enfrentados, dispuestos a ir por más, en un experimento que salió mal.

Alberto interpretó el rol que le tocaba hasta el punto en el que el traje de presidente le comenzó a quedar grande. Declarador serial, comenzaron sus constantes tropiezos consigo mismo. Entre los Españoles que venían de los barcos y los brasileños de la selva, la fallida expropiación de Vicentin, el vacunatorio VIP, la fiesta de Olivos, como los icónicos dislates de nuestro mandatario, llegamos al punto más alto en la excursión por Rusia y China, con declaraciones dignas del olvido. Cafiero se equivoca, nadie en el mundo tiene interés en escuchar lo que Alberto tenga para decir, es más, lo prefieren callado. Ya lo conocemos bien, Alberto es Alberto y va a decir lo que sea necesario frente al interlocutor de turno, como Groucho Marx, “Éstos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”.

Ínterin Cristina se limitó a cumplir su rol de “comisaria del relato”, mientras gozaba -no por mucho tiempo- de la centralidad del poder que había recuperado luego de la derrota electoral en 2015. Además de ejercer el comisariato se ocupó de lotear todas las cajas del Estado, donde los camporistas se llevaron la mayor tajada. El gobierno del Frente de Todos mutó en un experimento en el que -a la luz de los hechos recientes- todo lo que podía salir mal, fue peor. La victoria en 2019 se debió a una conjunción de aciertos propios y errores ajenos. La derrota en 2021 fueron errores propios que terminaron partiendo en dos al Frente de Todos. La taba se está dando vuelta y Cristina se ve ahora acosada poco a poco por un Alberto que va sacando pecho, incluso con senadores que lo apoyan a escondidas.

La nigromancia que le permitió a Cristina llegar al poder es la misma que hoy la está corriendo de su lugar y la que la llevó a vociferar el 17 de octubre de 2021, en su primera carta “abierta” al presidente, ejerciendo a pleno el comisariato del relato: “… debo mencionar que durante el año 2021 tuve 19 reuniones de trabajo en Olivos con el Presidente de la Nación. Nos vemos allí y no en la Casa Rosada a propuesta mía y con la intención de evitar cualquier tipo de especulación y operación mediática de desgaste institucional”.

¿Desgaste institucional? Renunciaron el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro; el de Justicia, Martín Soria; el de Ciencia y Tecnología, Roberto Salvarezza; el de Ambiente, Juan Cabandié; el de Cultura, Tristán Bauer; la titular del PAMI, Luana Volnovich (famosa por sus vacaciones al Caribe); la del ANSES, Fernanda Raverta; el de Aerolíneas Argentinas, Pablo Ceriani; Paula Español a cargo de la Secretaría de Comercio Interior, y Victoria Donda, Titular del INADI (también célebre por los problemas con su personal doméstico). Podríamos afirmar que más que un “desgaste” institucional fue un “apriete” institucional, demostrando quién manda y quien debe obedecer. La comisaria no admite acciones en contra del relato que la llevó al poder y que espera en 2023 la deje al menos con fueros del conurbano, hoy su bastión.

Su comisariato lo ejerce por la vía epistolar, con muy pocas apariciones públicas hiper calculadas y sus silencios. La segunda carta de Cristina, el silencio ante el “entendimiento” con el FMI, su discurso en Honduras y la carta de renunciamiento simbólico de Máximo, son hechos destinados a horadar los aires independentistas de los albertistas que soplan cada vez más fuerte. La fractura ya es manifiesta. Pero ojo, el presidente es un lobista de pura cepa. Goza de un pragmatismo tan excepcional como poco apegado a ideales o principios que pueda sostener en el tiempo. Alberto es la expresión del pragmatismo más puro, dispuesto a realizar todo lo que sea necesario para ser reelecto en 2023. Incluso ir en contra de su jefa si se queda sin opciones y terminan agotando su ya cansada paciencia los “aprietes” del comisariato del relato.

Cristina Kirchner y Alberto Fernández (Franco Fafasuli)

La división interna del gobierno va empujando de a poco a sus “figuras” a elegir dónde pararse, lo que por cierto va a depender de cómo transcurran los próximos meses, que de seguro, no serán tranquilos, ni para el gobierno ni para la oposición, y, por supuesto tampoco para los ciudadanos que terminamos siendo el ingrediente del medio en un sándwich llamado decadencia. Mientra Cristina ejerce su comisariato, si bien tuvo un año de éxitos judiciales en 2021, sigue procesada y el futuro de las causas aún en curso no luce prometedor. Si rompe con Alberto será, sin dudas, un aspecto que deberá considerar. Quizás sea lo único que hasta el momento frene la ruptura. Se detestan en privado, se soportan en público.

Estamos frente a un gobierno desbordado por los problemas, tanto internos como externos. La posición de Alberto no es para nada envidiable, pese a lo cual, entre la carencia de escrúpulos y la improvisación permanente, ha logrado mantenerse en el sillón de Rivadavia. Su entorno más íntimo quiere romper filas y ponerse los pantalones largos. Para algunos políticos avezados eso sería un suicidio. Para otros no queda alternativa. Alberto ya avisó que quiere internas “sin dedo” para 2023, y que si debe romper La Cámpora se puede ir despidiendo del manejo de las cajas. El mensaje sonó fuerte y claro. La comisaria tomó nota, mientras en silencio prepara su próxima aparición en público.

Alberto Fernández y Máximo Kirchner

Alberto no está dispuesto a ser un presidente de transición entre Macri y el que “elija” Cristina para 2023. Tiene un proyecto propio y busca desesperadamente aliados que le den el sustento político y de votos necesarios para hacerlo realidad. Hará todo lo que tenga que hacer para no morir en el intento. La huida temprana de Máximo frente al panorama que se avecina lo deja dentro del oficialismo cumpliendo el rol de opositor, y con él a los fieles seguidores de la “comisaria del relato”, que seguramente harán el ruido necesario, con Fernanda Vallejos a la cabeza, que será recordada por la historia como la diputada del Frente de Todos que le dijo a su presidente: “mequetrefe y okupa”, además de predecir la derrota electoral en 2023, compitiendo con Ludovica Squirru por el premio para la Astróloga del Año. La comisaria del relato comparte esa visión. Jamás la desdijo.

En su nuevo rol opositor, el cristinismo no tendrá más remedio que promover la crítica ácida a la gestión de gobierno. Es donde se sienten más cómodos, su tierra fértil para volver a renacer en una gestión que se hunde. La impotencia frente a la realidad está causando estragos, al mismo tiempo que agranda la grieta interna. La inflación, el dólar, el narcotráfico, los ajustes tarifarios serán todos problemas que terminarán atropellando al gobierno de Alberto con independencia de que Cristina se sostenga a su lado, o que le suelte la mano y se aleje. La realidad, al igual que el paso del tiempo, siempre se cobra las cuentas pendientes. Y los gobiernos populistas suelen dejar muchas cuentas sin pagar. No por nada el peso es la “segunda” moneda más devaluada del mundo marcando a fuego el fracaso del gobierno, aspecto confirmado por la alta inflación.

Cristina, como comisaria del relato, se devalúa al mismo tiempo que su feudo se achica al conurbano bonaerense. A su vez Alberto tiene el grado de “locura” qué hace falta para poner el pecho a todo lo que viene, con la comisaria o sin ella. La alquimia que la rescató del ostracismo es la misma que hoy la está devolviendo, poco a poco, al mismo lugar, con una diferencia, la caída puede llegar a ser más fuerte que la anterior. Son dos francotiradores que se tienen en la mira y están esperando el momento del disparo letal. Los argentinos involuntariamente nos vemos inmersos en el juego de tronos entre Alberto y Cristina, mientras los que tienen la responsabilidad de gobernar siguen sin darnos soluciones. No por nada Groucho Marx dijo: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.

SEGUIR LEYENDO: