Tom Wolfe escribió La hoguera de las vanidades en 1987, novela crítica sobre las costumbres de la sociedad de los 80, caracterizando el universo de los adinerados y sus interacciones con el resto de la sociedad, en un contexto de hipocresía y apariencias en el cual las convenciones sociales cambian de acuerdo a las conveniencias del momento. La realidad Argentina de 2022 reescribe la saga, en su versión criolla, 35 años después. Esta vez, los personajes son los adinerados políticos que nos gobiernan y sus torpezas, como la carta de Máximo Kirchner del pasado 31 de marzo, horas antes de que el presidente se subiera al avión para una inoportuna excursión por Rusia, China y Barbados, en momentos en los cuales la primera está en pleno conflicto con EE.UU por Ucrania. La nota de Mariano Caucino, ex embajador en Israel y Costa Rica: “Zelig en Moscú” (Infobae), explica muy bien el disparate diplomático de nuestro presidente. Las vacunas no solo se pagan con dinero, el costo incluye otro tipo de genuflexiones, máxime si además se piensa en pasar la gorra.
Mientras la nación se desmorona, el narcotráfico -que venimos denunciando hace largo tiempo- continúa haciendo estragos transformando el conurbano bonaerense en la nueva Sinaloa ante la inentendible inactividad del Gobierno, los principales dirigentes oficialistas juegan un peligroso partido de traiciones y pases de facturas. La importante trascendencia de lo intrascendente es un oxímoron que describe la actualidad de la política nacional. Máximo, como dirigente político tiene un solo mérito: la portación de apellido. Todo lo demás resulta baladí. Entre la hipocresía de su renuncia a la presidencia del bloque oficialista (manteniendo los fueros y los privilegios del cargo, obviamente, es decir un renunciamiento simbólico) y el juego de apariencias miserables que componen su cotidianeidad, tuvo la “puntería” de terminar de partir en dos a la coalición de gobierno, poniendo en jaque al Presidente, y generando a la vez un daño reputacional a la Nación. Fuimos objeto de varios editoriales internacionales, y eso no es gratis, cuestión que por su impericia política pareciera no importarle. No nos olvidemos que viene de hacer volar por los aires la aprobación del Presupuesto Nacional. Lo que ya nos muestra a las claras que para el relato cristinista es más importante preservar su propio coto de caza, el empobrecido conurbano bonaerense -hoy cooptado por el narcotráfico-, que pensar en el bien de “su” pueblo, frente a un panorama electoral oscuro. Huyen corriendo para adelante con la mirada en 2023.
Como rumbo del gobierno, la desorientación sigue siendo el norte que parecieran seguir. Máximo con su renunciamiento volvió a poner en jaque a un Alberto Fernández que no pudo gozar de su inoportuno paseo en paz. La grieta en el Frente de Todos, si alguna duda quedaba, hoy ya no es posible ocultarla. Acordar con el FMI importa un mayor sacrificio de todos los argentinos, algo que, en términos electorales, conlleva la pérdida de un mayor caudal electoral que los 5,2, millones de 2021. Como sucede con los barcos que se hunden, ciertos mamíferos son los primeros en abandonarlos. El futuro del Frente de Todos luce oscuro convirtiendo al Gobierno en una hoguera de vanidades, donde el pasado sigue más presente que nunca. Cristina y Máximo eligieron preservar su coto de caza, y con ello la inmunidad parlamentaria, a consecuencia de la previsible suerte que les deparará el resultado en 2023, reconocido por la diputada Fernanda Vallejos, prestidigitadora de la palabra, y declarada enemiga pública del Presidente a quien catalogó de “mequetrefe y okupa”.
Máximo, por más que lo nieguen, es Cristina. Aunque en la intimidad no lo sea, debería saber que la percepción del noventa y nueve por ciento de la población es esa. La portación de apellido le impone esa condena, con lo cual si diera con la talla de un dirigente avezado, sabría que “es” lo que no dice “ser”. A partir de ese hecho familiar, pero con trascendencia institucional, Alberto Fernández deberá resolver el dilema que le presenta su ahora ya declarada “no tan propia tropa”. Máximo dejó herido al Presidente. Cristina lo sabe y, en cierto punto, es dónde quiere tenerlo para controlar sus aires de independencia, aspecto que hoy es una fuerte incógnita. La rebelión está a la vuelta de la esquina. La oposición, por más que se niegue en público, será la encargada de preservar la institucionalidad que autobastardea el propio Frente de Todos. El virus del helicóptero vuelve a repetir los primeros síntomas. Esperemos que la vacuna funcione contra la cepa de las cartas en la hoguera de las vanidades en que se ha convertido el Gobierno.
Alberto, que sigue dando pasos firmes en su intención de ser reelecto en 2023, volvió a ver cómo lo dejan sentado en el sillón sabiendo que hacen todo lo posible para que no siga. Puede ser muchas cosas, pero subestimarlo sería un error mortal para la estrategia de Cristina en punto a purificar su situación judicial, panorama en el cual la desvencijada marcha de los procesados fue un horror en lo institucional y un error en lo político, sólo fortaleció a la Corte. En esta maraña de vanidades la posición de Sergio Massa es compleja. Deberá evaluar de qué lado de la grieta del Gobierno se queda o bien sí es momento de romper filas y terminar de asestar el golpe mortal que acabe con la ya declarada farsa que es el Frente de Todos. No es una decisión fácil, pero más tarde o más temprano el presidente de la Cámara de Diputados deberá hacer frente a un dilema no querido, pero que la bravuconada de Máximo le impone. Torpeza por cierto festejada por el presidente de la Cámara baja que le deja el camino aún más liberado en sus aspiraciones personales. Recordemos que en 2013 dijo en una entrevista con Jorge Rial que el kirchnerismo era una etapa superada. El pasado siempre nos alcanza. Pero sabemos que en política todo vale y Massa es por lejos el que mejor sabe sumar y restar dentro del Frente de Todos.
Argentina es un país endeudado y las deudas se pagan. Eso deja de lado las aventuradas argumentaciones sobre la nulidad del préstamo, tema que ni siquiera vale la pena analizar por su escasa entidad argumental. No acordar con el FMI sería nefasto para el futuro de una nación empobrecida y arruinada por la pésima gestión de los que pasaron por el Sillón de Rivadavia. Pero tanto Cristina como Máximo prefieren preservar el relato y fortalecer su núcleo duro, que por lo menos les asegure impunidad legislativa y que el resto se arregle, como los habitantes de “Puerta 8″. Cristina, hoy devaluada, solo reina en el conurbano bonaerense mientras el narco ya le empieza a pelear el terreno, ni siquiera tiene vuelo internacional donde se junta como parte del decorado con los auténticos decadentes.
Tampoco resulta de peso el argumento por el cual se sostiene que arreglar con el FMI importaría convalidar la gestión de Macri, algo que para los cristinistas más duros, resulta menos digerible que un trago de cicuta. En este contexto, un tropezón del acuerdo con el FMI en el Congreso importa lisa y llanamente dejar al Presidente vacío de poder, lo que desde ya Alberto Fernández debería evitar si quiere terminar su mandato el 10 de diciembre de 2023. La carta de Máximo en la hoguera de las vanidades, lo deja al borde del colapso institucional mientras vamos camino a convertirnos en Sinaloa, con el grado de violencia y muertes que ello implica. Juegan con fuego dentro de un arsenal repleto de explosivos. Puede que el COVID en algún momento no sea el problema que es hoy, no sucede lo mismo con el tráfico de estupefacientes y el Gobierno lo sabe.
Más que adictos a los préstamos (según The Washington Post) somos adictos a la decadencia. Que los célebres monólogos de Tato Bores sigan más vigentes que nunca varias décadas después, explica nuestra tragedia nacional y popular. Seguimos discutiendo los mismos problemas, pero a la vez estamos cada día peor, con más narcos y más violencia. El pasado sigue más presente que nunca, en un país donde la casta dirigente hace de la pobreza un recurso de afianzamiento político. Para el populismo la pobreza es un insumo de sus políticas de Estado, en un país donde la inquisición se mudó a Twitter y las epístolas son las nuevas armas con las que se llevan adelante los “golpes de estado”. Lo que nos pasa se resume en una sola frase: Argentina, un país que avanza para atrás.
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