El conflicto que se mantiene desde hace años entre la Federación de Rusia y Ucrania, parece complicarse cada vez más.
La anexión de Crimea por parte del gobierno ruso en el año 2014, sin grandes dificultades militares, ante la pasividad de los Estados Unidos y de gran parte de los gobiernos de Europa Occidental que prefirieron las amenazas y las sanciones económicas a enfrentar un conflicto armado, le hicieron deducir al Kremlin que el costo de una invasión a Ucrania, por el Sur y por el Este, no tendría graves consecuencias.
Pero la situación internacional había cambiado. Ya no estaba Donald Trump en el poder y Estados Unidos había retirado sus tropas de Afganistán, en una derrota militar humillante ante los talibanes.
Ucrania que se encuentra en un equilibrio inestable, dividida desde hace años entre el Sur/Este Nacionalista y el Norte/Oeste pro-ruso se vió inmersa en la necesidad geopolítica de Vladimir Putin de impedir que la frontera entre Moscú y la OTAN se redujese de 1600 km a 400 km.
Putin, acostumbrado a que sus amenazas militares desde que arribó al poder le han otorgado resultados positivos en Medio Oriente y decidió realizar otra jugada fuerte, apoyándose en la convicción que los europeos volverían a las sanciones económicas personales, y en las serias dificultades de política interna que el presidente Joseph Biden viene afrontando.
El problema es grave para los Estados Unidos, dado que, desde la llegada del gobierno demócrata a la Casa Blanca, no consigue diseñar una política eficiente, que recupere para los Estados Unidos el respeto y liderazgo global que desde la caída del muro de Berlín venía ostentando sin derramar sangre y que el error de la invasión a Irak y la derrota en Afganistán, echaron por la borda.
Es decir que Ucrania empezó a cobrar una importancia bélica que no tenía, debido a la voluntad de que los Jefes de Estado llevaron el conflicto como un casus-bellis , donde los Jefes de Estado de ambas superpotencias militares se ocuparon de alimentar con amenazas y discursos, propios de la guerra fría.
El problema es que en la vieja guerra fría entre 1946 y 1989 no había tercero en discordia, era solo las dos superpotencias las que definían lo que convenía y lo que no convenía y luego de las crisis llegaba al Acuerdo, bilateral primero y multilateral después.
Ahora no. Ahora está China, que poco a poco ha logrado ser parte de la conducción mundial y tiene todas las condiciones para superarlas en el campo económico, tecnológico y científico.
En esta situación nos encontramos ahora, donde Putin se halla en la trampa de no saber si avanzó demasiado y debe retroceder (sería una afrenta para el espíritu ruso) y al mismo tiempo, es una situación muy difícil para Biden, en el caso que Rusia se decida a avanzar sobre Ucrania. ¿Cómo detener a Putin, que costo pagar? ¿Una guerra atómica?
¿Cómo detener a China si copiase a Rusia e invade Taiwan? Cómo detener la belicosa política exterior de Putin, al mismo tiempo que liderar a sus históricos aliados europeos, sin permitir que el conflicto favorezca una vez más a China, que sigue siendo, sin lugar a dudas, el rival más temido en la lucha por el dominio económico mundial y que se encuentra en una posición favorable pudiendo esperar los acontecimientos sin tener la urgencia de actuar y poder observar desde las tribunas de sus juegos olímpicos de invierno, como se desarrollan los acontecimientos.
Sabemos que las razones geográficas e históricas, si bien tienen su importancia en política exterior, no establecen la razón, ni otorgan la victoria.
En ese marco no importa en la actualidad, si Brézhnev o Kruschev eran ucranianos, o si Ucrania durante años fue parte de Rusia, o que Bielorrusia , como Ucrania y Rusia constituyeron una unidad fuertemente unida a nivel cultural y religioso. El conflicto hoy tiene sus propios elementos que no son históricos.
El conflicto es hoy, en un mundo sacudido por la pandemia y convulsionado por la amenaza de que vuelva la historia de las invasiones que sufrió Europa durante el siglo XIX, como las sufridas en épocas de Napoleón, primero y de Hitler, después.
Todo choque de culturas produce caos y violencia, pero el mundo europeo estaba acostumbrado a la tranquilidad que había otorgado el equilibrio atómico primero y el desarme y los tratados internacionales que habían llevado la paz y que hacían presagiar que la seguridad internacional sería duradera.
La caída del Muro de Berlín dejó a una sola potencia el rol de edificar la historia, pero como todo está en movimiento, los graves errores cometidos volvieron a modificar las cosas.
No hubo “fin de la Historia” sino que estamos viviendo la denominada “trampa de Tucídides” que se puede convertir en tragedia.
La potencia que viene a ocupar el liderazgo global le quiere arrebatar el poder a la que lidera la escena global, que no se resigna. En ese marco, nada es seguro, como lo era antes, el mundo se ha vuelto impredecible y todo lo que parecía inmodificable ha comenzado a ser incierto.
Los Estados Unidos, que durante todo el siglo XX fueron los que aseguraban la democracia, las libertades fundamentales y los derechos humanos, construyendo las instituciones multilaterales que le asegurarían su predominio, hoy han desbarrancado hacia escenarios inimaginables, propios de films de John Wayne más que de procesos históricos, donde la casa Blanca se convirtió en un escenario grotesco de gente disfrazada de extras que perjuraban sin vergüenza que las elecciones las había ganado el perdedor,
Quizás allí reside el principio de esta crisis, se le ha perdido el respeto a la primer potencia mundial, que hasta hace muy poco era la que ponía el punto final a todas las diferencias, pero desde la invasión a Irak y la largamente anunciada derrota en Afganistán, sumado a su división interna, ha dejado ver su verdadero rostro, que evidencia pérdida de valores, con dirigentes asustados, que lejos de detener a un líder decidido a ocupar por la fuerza, el espacio que le entregaron las potencias occidentales europeas para que impidiera avanzar al fundamentalismo islámico y con una China imparable en su crecimiento económico pero aún inmadura para poder ordenar un mundo en crisis.
Putin se decidió a avanzar para recuperar esa Rusia poderosa disfrazada de potencia comunista en el convencimiento que llegó el fin de la hegemonía americana. Su apresuramiento le hizo cometer errores al sobrevalorar lo militar por sobre lo político-económico a un Estado que aún está saliendo de años de decadencia
La Unión Soviética, fue dividida, humillada, anexada y subestimada, cayó en la pobreza y pérdida de población, con enfermedades como el alcoholismo que hizo que su población históricamente orgullosa de su cultura y tradición, se amoldara a un capitalismo salvaje y corrupto, que en lugar de rescatar lo mejor de la rusia imperial retrocediera en la búsqueda de su autoritarismo ancestral, que ilusionó a muchos de sus habitantes al pretender hacer revivir su indudable capacidad militar y tecnológica.
En ese error de visión estratégica se encontró no solo con la decadencia de los Estados Unidos y de Europa occidental sino con el desarrollo económico y tecnológico sorprendente de China, que habiendo despegado mucho más atrás y de más lejos, ha ido acortando las distancias y hoy se ha colocado a la cabeza del crecimiento económico y comercial mundial.
En este juego de tres con un cuarto (Europa) que se debilita cada vez más, este conflicto ucraniano pone de manifiesto la verdadera fuerza que expone cada uno de los contendores y las relaciones militares y políticas que han ido tejiendo con otros importantes jugadores que no están en el mismo tablero pero que tienen también un importante poder de fuego, como el mundo islámico, el budismo o el hinduismo, donde todos deben mostrar su juego y donde esa “Falta Envido” que parece haber lanzado en forma desafiante Vladimir Putin, puede modificar la relación de fuerzas para todo el siglo XXI.
Lamentablemente para la Argentina no es este un momento de esplendor y de grandeza y como toda la región sudamericana se muestra muy lejos de las decisiones estratégicas que el país necesitaría para tener una voz unida que deje de lado temas menores y sepa defender las posiciones que debemos defender.
Obviamente esta definición debe ser asumida por el conjunto de la Nación y no como decisión minoritaria por quienes se asumen como ilustrados.
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