La legalización es vida

Si damos por terminada la guerra contra el narcotráfico, las autoridades sanitarias podrán controlar la calidad de la droga que se vende y su producción pagaría impuestos

Allanamientos en Puerta 8 por la cocaína adulterada

A los fines prácticos el comercio de drogas no tiene restricciones: se pueden comprar y vender libremente en cualquier barrio de casi cualquier país del mundo. De hecho, lo más probable es que usted no deba caminar más de 100 metros desde donde lee estas líneas para comprar drogas ahora mismo, esté donde esté en el planeta.

La guerra contra el narcotráfico está perdida. El dato más dramático es que todos los días hay un número indeterminado de muertos, entre traficantes, policías, sicarios, gente común y adictos. El caso de Cristina “Vita” Aranda se sumó a una estadística similar a la que se vive en cualquier polo de violencia como Rosario o Ciudad Juárez. Estar parado en el lugar equivocado resultó en la muerte en un enfrentamiento de bandas, y es un riesgo real para todos, incluso los que no conocemos Puerta 8.

Hay infinidad de razones para legalizar la droga, pero dos son especialmente potentes:

1- Las autoridades sanitarias pueden controlar la calidad, y los adictos acceden a narcóticos seguros.

2- La industria pasa a ser regulada, se pacifica y paga impuestos.

El “problema” con que la industria de las drogas esté normalizada es que el enorme poder del narcotráfico se cae como un castillo de naipes. Los precios y retornos del sector están influidos por el riesgo en el comercio, si eso se quita, se convierte en un negocio más, comparable al del vino.

No hay un sólo criminal que venda alcohol como hizo Al Capone durante la Ley Seca. En 1933 cuando culminó la restricción estos mafiosi abandonaron la actividad.

¿Cuál es el lobby que impide ordenar el consumo de estupefacientes? Es, en primer lugar, el narcotráfico; luego, sus beneficiarios y algunos aliados circunstanciales poco perspicaces -a quienes Lenin identificaría con el término que acuñó: idiotas útiles.

Analicemos un caso, la legalización de la marihuana en Estados Unidos. Tras la regulación, el país se prepara para recaudar hasta US$10 mil millones en impuestos. Recordemos que eso sería un 30% más de lo que la soja genera para el Estado argentino.

Una de las preocupaciones del lobby que inadvertidamente es pro narcotraficantes, es que la legalización impulsaría el turismo de drogas. Si bien no hay cifras, está claro que la pureza de la cocaína generalmente disponible en Buenos Aires fue un imán para turistas de todo el mundo -en momentos en que no había pandemia y la reputación del “producto” local gozaba de más favor que ahora. O sea, ya hubo turismo y no fue un problema. Sin embargo, opino que la legalización debería seguir el ejemplo uruguayo y permitir el consumo sólo a locales.

Otra de las posturas de quienes defienden el statu quo es que con la liberalización habría más adictos. La experiencia portuguesa demuestra lo contrario, luego que ese país encorsetara el sector en un firme marco legal.

Y la Argentina tiene una paradoja interesante que la liberalización corregiría: el país gasta unos $2.400 millones al año en perseguir adictos, según estimó RESET en 2019. El mismo año, gastó sólo $279 millones en prevención, según el presupuesto de SEDRONAR. La legalización servirá para llevar el primer número a cero y el segundo a un nivel razonable.

Y la consecuencia más importante de la legalización es que llevaría todos los muertos por la actual política fracasada, desde balaceras en el Conurbano hasta consumidores intoxicados, a cero.

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