Hay términos que permiten explicar situaciones sociales de manera clara, aunque en determinados momentos históricos son cambiados por otros que, en realidad, plantean los mismos dilemas. Hoy el concepto de lo “políticamente correcto” es el mismo con el que no mucho tiempo atrás hacíamos referencia al TABÚ, como aquello que no podía ser transgredido sin consecuencias. Se lo ha definido como ‘Prohibición de tocar, mencionar o hacer algo por motivos religiosos, supersticiosos o sociales’ y ‘cosa sobre la que recae un tabú’ (Diccionario panhispánico de dudas 2005, Real Academia Española).
Creo que la figura del TABÚ permite entender algunos de los dilemas sobre los que tanto se habla y escribe hoy por hoy en nuestro país, referidos a las causas de nuestra prolongada detención en los procesos de desarrollo. Resulta muy difícil a los extranjeros entender los motivos por los cuales un país con los recursos naturales, materiales en general y humanos de la República Argentina, tiene un estancamiento permanente en su crecimiento económico, una inflación endémica, un marcado deterioro en sus niveles de educación escolar y un crecimiento sostenido de la pobreza, generando actualmente increíbles porcentajes de exclusión social y un asentamiento de la violencia organizada.
La exclusión social se puede definir, en nuestro caso, como un estado más grave de la simple pobreza, porque se refiere a más de una generación de gente viviendo en condiciones que impiden el acceso a las posibilidades de ascenso social y que por ello adquiere otras estructuras culturales, otros parámetros de valores sociales. No es una estigmatización sino una descripción.
Se trata de un proceso de mutación cultural y una de las causas que nos impiden salir de semejante proceso está en los tabúes impuestos por determinados discursos aceptados por las clases dirigentes como “políticamente correctos”, cuya transgresión se presenta como el preámbulo de la caída del hereje en el infierno y amenaza a quienes lo planteen con una “cancelación” en los medios sociales y/o un repudio generalizado de los estamentos políticos. Son temas que han adquirido la categoría de “sagrados” y que los “profanos” no pueden siquiera evaluar sin grandes costos personales para una vía de escape a la referida decadencia sostenida, como los criterios corporativos de la protección del empleo, que deriva en el desempleo o el empleo en negro; un sistema sindical monopólico; la prédica contra el capital y la riqueza; la visión superficial del uso y abuso de drogas, etc.
Los ejemplos indicados, entre muchos otros que se podrían citar, muestran como los tabúes instalados en la sociedad generan pobreza, exclusión social, desempleo, violencia, inflación, burocracia inoperante, atraso cultural y material, frustraciones, etc, y sin embargo son ámbitos sagrados, intocables.
En ese marco debe considerarse el actual problema del narcotráfico, porque sus organizadores ocupan el lugar del Estado en los barrios periféricos y generan una estructura de organización social basada en distintos criterios culturales. Esas estructuras que ocupan el lugar del Estado se convierten en ámbitos de protección social otorgando préstamos, ayuda para tratamientos médicos, protección individual y expectativas de crecimiento económico, a cambio de pertenecer a ellas, desde la infancia. El primer escalón lo constituyen los “soldaditos de la droga”.
La ausencia del Estado en esos ámbitos es aún más grave que la simple connivencia, o que un criterio de consentir ideológicamente el consumo social de drogas. Es el abandono de la soberanía en toda su dimensión, porque implica la entrega de la gente que vive allí a estructuras mafiosas transnacionales que se rigen por sus propias reglas y establecen nuevas formas de convivencia y pertenencia.
Al mismo tiempo, se genera de ese modo un foco de corrupción enorme, porque se trata de organizaciones que mueven siderales sumas de dinero negro y se usa para “proteger” su funcionamiento pagando por ello a la policía y financiando la política.
Hoy se ha generado un tabú al respecto, considerando que la drogadependencia es un problema de salud pública y que la persecución del narcomenudeo es anacrónica. Es su consecuencia rechazar como “profana” la persecución penal de la circulación de estupefacientes y descalificar a quienes la promueven como seres que no comprenden la vida social moderna, ignorando que no se trata de censurar la libertad individual sino de combatir una mafia específica, que excede el concepto de salud pública.
Ese tabú, instalado en el sistema judicial y en la política en general, permitió naturalizar el narcotráfico y la instalación prácticamente libre de sus proveedores, con las consecuencias antes mencionadas.
Los tabúes son creencias y por ello no se puede negociar su validez y vigencia. Entonces, es preciso plantear sistemáticamente en la prédica política en sentido amplio la necesidad de terminar con los tabúes del atraso para volver a la senda del crecimiento y la inclusión social, aunque nos traten de herejes, porque de lo contrario seguiremos en el camino actual que nos lleva al pobrismo, el enquistamiento de las estructuras mafiosas del narcotráfico como única senda de crecimiento y, finalmente, la pérdida de la libertad y la disolución de la estructura social.
Es el momento de atreverse a repensar tales tabúes y deconstruirlos, a partir de otros criterios no negociables como corrupción cero, rechazo al enquistamiento político en el poder, defensa de la división de poderes, recuperación del valor del mérito, confianza en el ahorro, privilegio al trabajo productivo y crecimiento a partir de la defensa de los emprendimientos que generan progreso.
De no adoptar ese camino, de voltear los tabúes causantes del atraso, serán derrumbados los límites de la convivencia y la cultura de la sociedad republicana y democrática, porque de todas maneras la gente buscará emerger y subsistir por otras vías, como está ocurriendo en varios ámbitos de marginalidad económico social, con el enquistamiento del narcotráfico con su cuota de dolor y violencia, según pasa en Rosario y en grandes sectores del conurbano bonaerense.