A 75 años de la más cruenta guerra civil paraguaya

El 3 de febrero de 1947 se desató la contienda que hizo de Paraguay un país en llamas

Saqueos, asesinatos por venganza, fusilamientos sumarísimos y violaciones de mujeres perpetradas por uno u otro bando, eran moneda corriente en esa guerra civil, de la cual se cumplen 75 años

Desde tiempos inmemoriales, Itá (Paraguay), el pueblo donde nací, cada 3 de febrero rinde homenaje a su patrono San Blas. Sin embargo, dicho santo no estuvo en mi pueblo el 3 de febrero de 1947. En su lugar, estuvieron los demonios que desataron una cruenta guerra civil que hizo del Paraguay un país en llamas.

Sobre dicha contienda, los memoriosos de mi pueblo natal aún recuerdan, como si hubiera sucedido ayer, no hace 75 años, un episodio revelador de la locura que en esos tiempos imperaba entre los paraguayos. En el centro de mi pueblo, a corta distancia el uno del otro, vivían dos connotados ciudadanos. Uno se llamaba José Palmerola, encargado de la administración de la farmacia del hospital. Era ya mayor, morocho, alto, esquelético, padre de algunos varones y de una hija celebrada por su belleza. El otro, Patricio Cáceres, era dueño de la farmacia que estaba frente al mercado, al lado de la comisaría. Palmerola era liberal, y Cáceres del partido colorado. Esta diferencia política, en ese tiempo cargado de cuchillos, bastaba para que fuesen declarados enemigos.

Un testigo de aquellos días asegura que los problemas entre los dos venían de mucho antes, supuestamente porque Cáceres quería el cargo de Palmerola en el hospital. Cuenta que la guerra civil le dio al colorado Cáceres la oportunidad que esperaba para sacarse de encima a su adversario y que esto ocurrió de la manera más espeluznante. Afirma que cuando los milicianos colorados entraron a la ciudad, buscaron a Palmerola, que a punta de fusil lo condujeron a la comisaría, que en el patio de la misma le dieron una pala y le hicieron cavar su propia tumba. Luego lo apuñalaron. Aún vivo, lo arrojaron a la improvisada tumba. Cayó boca abajo y murió asfixiado. Como la fosa no guardaba relación con su cuerpo, las piernas quedaron afuera.

Días después, el 3 de febrero de 1947, en vísperas de San Blas, quienes estaban controlando Itá eran los rebeldes, mayormente liberales, febreristas y comunistas. Estos, al que fueron a buscar fue a Patricio Cáceres, a quien no le permitieron ponerse los zapatos. La tierra, en ese intenso calor de febrero, calcinaba sus pies desnudos cuando a punta de fusil, lo llevaron hasta un sitio en aquel entonces todavía despoblado. Bordeando la laguna, llegaron al “Chury”, donde hoy existe una estación de servicio, y allí lo fusilaron.

La memoria de mi pueblo guarda otros recuerdos de aquellos días de ausencia de San Blas, y presencia del demonio del fanatismo, de la ignorancia, y de la locura fratricida.

Otra dictadura más

Los dos episodios arriba comentados ocurrieron en el marco de la cruenta guerra civil paraguaya de 1947, cuyos antecedentes se iniciaron el 7 de septiembre de 1940.

Ese día, en un accidente de aviación murió el presidente paraguayo y héroe de la guerra contra Bolivia, José Félix Estigarribia. Apenas horas después, asumió como nuevo presidente el ministro de Guerra y Marina, general Higinio Morínigo. No tardó mucho este en inaugurar, con apoyo del sector de colorados “guionistas”, una dictadura militar y nacionalista, algo muy común en esos tiempos en Latinoamérica.

Bajo la consigna “Orden-Disciplina-Jerarquía”, el general Morínigo impuso la pena de muerte por cuestiones políticas, prohibió las reuniones y manifestaciones políticas de la oposición, reprimió la publicación y difusión de comunicados contrarios al Gobierno, declaró la movilización militar de todo obrero que hiciera huelga, persiguió al periodismo independiente, y montó una Oficina de Propaganda que se dedicaba a exaltar las virtudes de su “revolución nacionalista”. Es decir, este militar duro entre los duros hizo lo mismo que Perón en la Argentina.

Comienza la tragedia

Aquella tragedia interna paraguaya estalló cuando el 11 de enero de 1947, los febreristas (que entonces se denominaban franquistas), liderados por el general Rafael Franco y coaligados con el Partido Liberal y el Partido Comunista, se alzaron contra el gobierno.

Lo que en principio parecía un simple alzamiento terminó envolviendo al Paraguay en una atroz guerra civil, tal vez la más cruel, violenta y sangrienta que haya conocido ese país.

Todo se complicó y se agravó cuando en la madrugada del 13 de enero, Morínigo se provocó un autogolpe, y parte de las Fuerzas Armadas se plegaron a los rebeldes. Estos instalaron un gobierno militar en la ciudad de Concepción, la cual, por ello, fue bombardeada sin piedad por la aviación gubernamental. Los rebeldes iniciaron la marcha hacia Asunción y el presidente contraatacó con el apoyo del Partido Colorado, especialmente del general Alfredo Stroessner.

El gobierno argentino apoyó al general Morínigo enviando, al teatro de operaciones, debidamente armados, dos barcos de guerra: El “Granville” y el “Drummond”. No es muy conocida esta parte de la historia peronista, inmiscuyéndose militarmente en una cuestión interna de un país para respaldar a un gobierno militar y dictatorial.

En Asunción, el gobierno organizó un ejército de milicianos para-militares, constituido por unos veinte mil civiles de las clases más bajas. Armados por el ejército gubernista, no tuvieron ninguna dificultad en ir recuperando las ciudades bajo control de los rebeldes, entre ellas la recientemente bombardeada Concepción. Finalmente, los revolucionarios fueron vencidos y Morínigo siguió en el cargo, hasta que el 3 de junio de 1948 fue depuesto por otra conspiración, y huyó a la Argentina.

Un saldo aterrador

Saqueos, asesinatos por venganza, fusilamientos sumarísimos y violaciones de mujeres perpetradas por uno u otro bando, eran moneda corriente en esa guerra civil, de la cual se cumplen 75 años. Más de cien mil paraguayos debieron huir hacia la Argentina, y se habla de un saldo de veinte mil muertos.

Argentina, en la forma arriba señalada, intervino en esa violenta sangría entre hermanos que durante seis meses ensangrentó al pobre y empobrecido Paraguay.

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