Las vacaciones son tiempo de descanso y disfrute de aquello que nos guste hacer, pero no siempre son tan gratificantes. En general, en familia, son compartidas con otros y, si queremos salir ilesos, debemos consensuar con todos los integrantes.
Con los niños en casa, con los tiempos más laxos y las rutinas más flexibles, las vacaciones se transforman en el condimento ideal para que chicos y grandes rompan con el quehacer diario y den lugar a altercados familiares. Y si bien poner límites a los hijos es un desafío anual, en tiempos de ocio, el panorama se complica más y la casa –o la sombrilla– se vuelven escenarios de disputas interminables.
Ya no caben dudas de que, en general, en tiempos de ocio, padres e hijos, ambos con más tiempo libre, discuten más: horarios para ir a dormir o levantarse, las salidas nocturnas, el orden o limpieza de la habitación o quién hace las compras son grandes temas de debate y enojos.
Comúnmente, los pedidos se transforman en “la gota que horada la piedra” y los padres, quienes intentan resistir al principio, finalmente ceden. Entonces, los más pequeños aprenden que imponiendo un pedido y sosteniéndolo en el tiempo, los mayores terminan cediendo frente a la perseverancia infantil, porque decir sí siempre es más fácil que educar, lo que cuesta un poco más.
Sin embargo, no hay que perder de vista que hay que mantener la convivencia familiar a flote y, si no hay límites, el hundimiento es inminente. Por otra parte, las vacaciones son un tiempo para disfrutar, pero sin dejar de educar: no hay descanso para la tarea de ser padres.
Si un niño no está acostumbrado al “no”, es muy difícil que lo entienda en el verano. Los límites se aprenden y es función de papás y mamás ir construyéndolos desde el nacimiento. A los 8 meses un bebé comienza a comprender el “no se toca”, “no se hace”, acompañado con justificaciones; y, si bien no entenderá todo lo que adulto le dice, irá incorporando esas palabras a su comprensión. También habrá cosas permitidas para hacer y allí seguirán las explicaciones adultas de lo que el niño puede o no hacer, especialmente porque muchas prohibiciones lo protegen del peligro, de quemarse o de lastimarse con algo.
Las vacaciones no pueden transformarse en una larga pesadilla en la que todo debe ser debatido con los chicos. Hay temas en los que podrán participar para decidir, cada familia determinará cuales, pero hay otros que se necesita de un adulto responsable. No se trata de decir “después vemos”, porque eso sólo dilata una respuesta y suma al malestar. Se trata de dialogar con ellos, explicares por qué creemos que no pueden hacer esa actividad o ir a un determinado lugar. De esta manera, desde pequeños se acostumbran a dialogar, a aceptar una negativa fundamentada y, de esta manera, desarrollan tolerancia a la frustración.
Los límites estructuran, dan seguridad y protección y preparan a los chicos para vivir en sociedad. Fijar pautas claras es una tarea que debe ser sostenida en el tiempo; al principio será más difícil, sin lugar a dudas, y los chicos se opondrán más, pero tarde o temprano se acostumbrarán a las reglas familiares, las cuales podrán ir construyéndose entre todos los miembros de la casa.
Y, si bien poner límites a los hijos siempre fue un desafío, lo es mucho más en los tiempos que corren, porque generalmente los más chicos tienen libre albedrío en el hogar y son dueños de sus decisiones, incluso disponen qué hará la familia, si irán a tal o cual lugar o en que se gastará el dinero.
Respetar las normas es una enseñanza y un aprendizaje que no podemos obviar, ni aun de vacaciones, pero debe ser con autoridad sostenida y con consensos. Es fundamental que los chicos se ocupen de los temas relacionados con su edad, y que aquellos otros propios de los adultos –como las decisiones de consumo– estén a cargo de los mayores. Difícil tarea cotidiana, pero no imposible.
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