Máximo Kirchner: ¿suicida político o custodio del legado?

Su renuncia generó rechazos casi unánimes dentro y fuera del Gobierno. Pero el acuerdo con el FMI implica un ajuste que es la antítesis del pacto inicial del Frente de Todos con sus votantes. Máximo pretende ser custodio de ese legado. ¿CFK? Se dejará heredar y pagará el costo de la gobernabilidad

Guardar
CFK observa atenta a Máximo Kirchner durante un plenario del FdT en el Estadio Único de La Plata (foto de archivo)
CFK observa atenta a Máximo Kirchner durante un plenario del FdT en el Estadio Único de La Plata (foto de archivo)

Máximo Kirchner empezó a pensar en renunciar a la presidencia del Bloque de Diputados del Frente de Todos en diciembre. Cuando su intervención en el recinto —diciendo lo que siempre dice sobre el gobierno de Mauricio Macri— eyectó a la oposición y terminó naufragando la Ley de Presupuesto Nacional.

En realidad para él votar la ley era tragar aceite de ricino. Había introducido varios cambios, pero en términos políticos le hubiera gustado que Martín Guzmán enviara el proyecto teniendo en cuenta los pagos comprometidos por el gobierno de Cambiemos con el FMI para el 2022, así quedaba claro ante la sociedad la inviabilidad de esos números. Y para exponer y condicionar aún más a los halcones cambiemitas que ya empezaban a molestar en el recinto.

De hecho le había pedido a Victoria Tolosa Paz que preparara el discurso final de defensa del Presupuesto. Un gesto magnánimo como Jefe de Bloque que, a su vez, le evitaba quedar en contradicción con su pensamiento más íntimo.

Pero el cansancio de la sesión y la falta de psicoanálisis (Kirchner nunca hizo terapia), hicieron estallar el inconsciente por los aires y Máximo dijo lo de siempre sobre Macri pero en el momento equivocado y en el peor de los tonos. Cristian Ritondo esperó el guiño de Diego Santilli (un dúo que juega al truco en pareja hace 30 años), aprovechó para darse por ofendido y, en un segundo, el presupuesto de Guzmán que esperaba su acta de nacimiento terminó abortado.

En esas horas Máximo puso por primera vez su renuncia a disposición. A su alrededor lo entendieron como un gesto ante el fracaso de la ley. Pero en su interior empezó a cobrar forma la idea de que más que darle poder, la Jefatura de Bloque estaba entrando en contradicción con sus convicciones e hipotecando el futuro político de su espacio.

El siguiente capítulo se escribió la semana pasada. Ni el reencuentro con sus hijos ni la paz de las vacaciones sureñas durante algunos días de enero lograron sosegarlo. El miércoles cenó a solas con el Presidente. Horacio Verbitsky reveló en detalle el contenido de esa charla. Al parecer le reclamó a Alberto que dejara de destratar a Cristina: “Le hiciste perder las elecciones de 2017 y te ayudó a llegar a donde estás. A Esteban Bullrich, que durante aquella campaña se la agarró con su hija, lo llamó y se puso a su disposición cuando se enfermó. Y te aclaro que yo no estuve de acuerdo con tu candidatura así como no apruebo ahora esta negociación. Por eso, creo que te va a ir mejor con ella, que es la jefa de este espacio político”.

El viernes el Gobierno anunció el acuerdo y Máximo se sumió en el silencio. Empezaba a parir la decisión que anunció ayer con ese largo comunicado en el que, sin decir nada nuevo en términos ideológicos, confiesa por primera vez en público que no avala ni votará el acuerdo de Guzmán con el Fondo Monetario Internacional. Postura claramente antagónica con su rol como Jefe del Bloque oficialista.

El imaginario popular y mediático caricaturizó alguna vez a Máximo como el chico de la Play Station. Voceros macristas llegaron a contar y hacer publicar que encontraron controles de ese juego tirados en los techos de las galerías de Olivos. La supervivencia de La Cámpora los cuatro años de macrismo sin financiamiento estatal, el regreso del kirchnerismo al poder y la aparición de Máximo en actos públicos donde dejó claro que si algo había heredado de Cristina era su capacidad oratoria, desterraron esa primera versión.

Ahora bien. Corrieron ríos de tinta intentando dilucidar después si Máximo era pragmático como Néstor o más ideológico al estilo CFK.

El establishment llegó a entusiasmarse en algún momento cuando en cenas privadas y reuniones varias a las que concurría muchas veces invitado por Jorge Brito, el diputado —que no tiene título universitario— demostraba solvencia en discusiones económicas y financieras.

Pero está claro que, para mal o para bien, Máximo no es Néstor y tampoco es Cristina. Tan claro como que CFK es su jefa política pero también es su madre. Y como bien dice Freud no hay amor mas sano que el de una madre a su hijo varón. Las madres de varones queremos a nuestros hijos mejor que de lo que nos queremos a nosotras mismas.

La versión oficial dice que CFK intentó hasta último momento convencer a Máximo de que no renunciara a la jefatura de Bloque. Si esto fuera cierto es el primer paso del Jefe de La Cámpora no sólo por diferenciarse del gobierno de Alberto Fernández o convertirse en el halcón del Frente de Todos, sino por diferenciarse de su propia madre, con todo lo que esto implica.

Es posible también que CFK coincida ideológicamente con su hijo y quiera romper con el FMI pero que se muerda la lengua porque sabe que es el único camino posible. Y apueste por pragmatismo a la gobernabilidad.

Tan cierto como que, a diferencia de los hombres, las mujeres nos dejamos heredar.

A los padres, bien lo aprendió Mauricio Macri, hay que matarlos psicológicamente para poder ser. Para surgir. El varón no compite con la madre.

A las madres se las puede heredar.

El kirchnerismo fue la vertiente política inicial y principal del Frente de todos. Pero está claro que el Gobierno hoy, pandemia, recesión y ajuste prometido al FMI incluido no contiene ese pacto inicial con sus votantes. Máximo apuesta a quedarse, al menos, con ese capital simbólico. La película que se está viviendo en la región lo contagia. Chile lo excita.

Y el tiempo, solo el tiempo, dirá…

Guardar