Mis 80 años y la desesperanza de la política

Nací en un mundo de obreros que alcanzaban a ser clase media y llegué a este momento de mi vida en una sociedad donde los restos de esa clase añorada viven el miedo de caer en la pobreza

Movilización a la Plaza de Mayo por el Día del Militante

Una pasión que se convierte en frustración nos divide, enoja, lastima, no ayuda ni a crecer como individuos ni a mejorar como sociedad. Nos fanatiza el miedo a la duda, ese lugar de la sabiduría que cuesta alcanzar.

Cumplo ochenta años, nací en un mundo de obreros que alcanzaban a ser clase media y llegué a este momento de mi vida en una sociedad donde los restos de esa clase añorada viven el miedo de caer en la pobreza.

Hijos y nietos de inmigrantes europeos y migrantes del interior convivían, todos unidos en el trabajo, en el esfuerzo, que era el dogma unificador. No creo que mis padres hubieran terminado la primaria, eran hogares sin libros, solo herramientas. Educaban en la exigencia y el afecto, solían enseñar con su ejemplo. Mis padres nacieron antes que la radio, a nosotros nos asombró la televisión mientras que nuestros hijos no imaginan vivir sin internet. Te sostenían hasta el secundario, luego, la vida era la que cada uno fuera capaz de armar. La religión o la revolución te sacaban de la rutina familiar, que en nuestro caso no esperó demasiado. Manejar un taxi, para sostenerse uno y ayudar a la familia. Luego, ser cajero del Abasto, del remate de carnes, una tarea de pocas horas pero de compleja responsabilidad.

El dólar y el golpe giraban en torno a nuestra temática del hogar y del café. Barrios humildes donde se mezclaban todas las sangres, el tango era la melodía de esos tiempos, en carnaval se anunciaba “ocho grandes bailes ocho” y cada club llevaba su orquesta. El trabajo abundaba, el dinero no era un tema, crecer en bienes y vivienda dominaba la lógica familiar. El lavarropas, la heladera, el televisor y el coche medían los niveles del desarrollo social. Hacerse rico no estaba entre los sueños de nadie, con ganar bien alcanzaba para el desafío de ese tiempo.

Mientras iniciaba el secundario, los militares apoyados por buena parte de la sociedad civil derrocaron a Perón, luego, a Frondizi y finalmente, a Illia. La excusa era variable, nuestros ricos nunca vieron en la democracia el sistema más justo posible. En el 66, asumen que no soportan la libertad en ninguna de sus variantes; el peronismo era una excusa, lo de ellos era imitar a Franco y sostener una dictadura para siempre. Por eso la violencia fue un estallido, la guerrilla hija dilecta de una dictadura sin tiempos. Diez años después, en el último golpe, asesinan y endeudan, decididos a terminar con la industria e imponer las finanzas sobre el trabajo y la importación sobre la propia producción. Así, surgieron herederos rentistas educados para gerentes de casas matrices imperiales.

Viví el desarrollo nacional con peronistas, radicales e incluso con algunos golpistas, con altibajos, pero sin que nadie se atreviera a destruir lo forjado por generaciones. El patriotismo le imponía límites a las ideologías hasta el último golpe donde decidieron asesinar, endeudar y desindustrializar, todo junto en una misma propuesta. La idea era imitar al imperio, no en su conducta, sino en lo que ordenaban para sus colonias. Nunca asumieron que las leyes no eran las mismas para el fuerte que para el débil. Así, sin pudores, dejamos de “soñarnos Europa” para enamorarnos de Miami.

Visité Roma y Madrid cuando eran ciudades más pobres que Buenos Aires, hoy transitamos los restos de lo que supimos ser. Conocí la inseguridad en Roma cuando no existía entre nosotros, luego, ellos integraron mientras que nosotros expulsábamos. Triste paralelismo entre la cordura y la insensatez, entre la política en serio que se ocupa del conjunto y las deformaciones de teorías económicas que eligieron los negocios por encima del hombre y de la misma sociedad. Fuimos los más avanzados del continente, el ultraliberal Vargas Llosa dijo haber conocido una ciudad admirable anterior al peronismo, grave confusión cronológica por repetir el relato de sus amigos que odian a los humildes, esa ciudad a la que refiere, también y especialmente, era hija del peronismo. Derrocan a Isabel con una deuda de 6 mil millones y abandonan el gobierno debiendo cerca de 50 mil, números que la historia los llevó a repetir en democracia. Son aquellos cuyo sueño nunca fue generar riquezas, sino tan solo copiar conductas y fugar divisas.

Pudimos recuperar la democracia mientras la impotencia nos impedía volver a tener la voluntad de ser nación. Muchos de nuestros abuelos vinieron cuando imaginaron que Europa se agotaba, sus nietos repiten la pesadilla del exilio. Nuestras historias vieron el heroísmo y la corrupción, muchos amigos entregaron sus vidas, otros dejaron de vernos tan solo porque cambiaron de clase social. La derecha abandonó el modelo productivo y la supuesta izquierda terminó convertida en burocracia. En Chile, surge hoy un gobierno que cuestiona el autoritarismo, reivindica la libertad, esa que Cuba primero y más tarde Venezuela y Nicaragua abandonaron a cambio de una justicia que no dieron. Bolivia logró un camino propio, ese que nuestra derecha intentó ayudar a derrotar y quienes nos gobiernan defendieron sin imitar. Cuba soñaba revoluciones, exportaba violencias e imponía su dictadura. Hoy, Venezuela y Nicaragua copian la excusa de combatir al imperio mientras ni se les ocurre reivindicar la libertad. La caída del muro permitió terminar con el sueño marxista, claro que en nosotros fue asumido como triunfo definitivo del dios Mercado.

Uruguay, Bolivia, Chile ahora y lentamente Brasil encontraron su destino, su manera de insertarse en el mundo e integrarse como sociedad. Nosotros seguimos deambulando entre extremismos que poco o nada tienen para aportar. Nuestros jóvenes se van en la desesperanza de la política, fracasamos como conjunto, en todas y cada una de las áreas la viveza derrotó al talento, la picardía se impuso al esfuerzo, la mediocridad se engoló de soberbia. La complicidad es la argamasa que sustituyó a los ideales y es motor de la mayoría de las propuestas en boga. Fuimos correligionarios, compañeros, hermanos o camaradas, ahora los socios imponen sus normas. Los enriquecidos de los últimos tiempos son la nueva aristocracia parasitaria al lado de la cual el agro es revolucionario. Hubo un tiempo donde los industriales compraban los campeones de Palermo, competencia productiva; ahora los nuevos ricos compran caballos deportivos para marcar con su omnipotencia los símbolos de status. Rentistas que disfrutan hasta en el desprecio de su pueblo, importadores orgullosos de sus casas matrices, siempre quejosos de sus países nativos.

Albert Memmi escribió hace décadas Retrato de un colonizado, anterior a la tecnología digital pero en demasiados rostros sigue marcando rasgos más nítidos que la precisión de las tecnologías actuales. Los que amamos la política somos muchos, no nos creemos revolucionarios ni nos hicimos ricos, tampoco burócratas. Como los poetas- si la analogía me es permitida- , habitamos espacios laterales reservados para iniciados y con ellos a veces me junto a soñar. La política, como todo arte, ya tendrá los cultores que merece, esos que hoy brillan por su ausencia. Los ricos nos desconocen, gozamos de paz en la conciencia, riqueza mayor que la que abarca una caja fuerte. Me conformo con el regalo que la vida me hizo, poder seguir caminando por la calle.

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