Me vino la regla, estoy venida, vino Andrés (el que viene una vez al mes), vino el ejército rojo. Estoy indispuesta, estoy en esos días, estoy mala, estoy sonada, estoy del tomate, estoy con la colorada, estoy con la prima roja, estoy con cosas de chicas, estoy con Caperucita Roja, estoy en semáforo rojo, estoy con el Chapulín Colorado. Me vino, me bajó. Tengo el período, tengo el ciclo, tengo el vampiro.
La menstruación se llamaba en América Latina de muchas formas menos por su nombre: menstruación. La sangre no salió del closet, sino del baño y hoy se habla, se escribe, se pregunta, se enseña y se pelea para que sea una política pública, privada y comunitaria. Pero no se habla sola, sino por la boca de muchas mujeres que hablan y, muy especialmente, después de ver, en la pandemia, que si ellas no hablan, no son tenidas en cuenta.
Las mujeres sangran, en promedio, alrededor de 65 días al año. O sea que si una mujer sangrara todos sus ciclos seguidos en el año sangraría desde el 1 de enero hasta el 7 de marzo (justamente un día antes del día de las mujeres) y se pasaría todo el inicio del año lidiando, disfrutando o conviviendo con su menstruación.
¿Cómo es que algo tan presente, tan palpable, tan potente pudo pasar desapercibido, ser escondido, demonizado, avergonzado y callado? Algunas defienden que en la potencia de la diferencia está el poder femenino y otras que no es la sangre lo que distingue a las personas. Lo mejor es que cada cual lo viva a su manera. Pero que no se viva como una vergüenza.
¿La menstruación ya no es un tabú? Los cambios no se producen de inmediato, pero, al menos, se intenta que no lo sea. Y si las publicidades vendían tampones para que no se note, remedios para que las novias no se pongan histéricas con sus suegras y toallitas para que absorban sangre azul (como si la femineidad fuera una monarquía que no podía dejarse ver mortalmente roja) ahora, en cambio, se habla al pan, pan, al vino, vino y si vino, vino.
La revolución menstrual tiene, también, un antes y un después, de la pandemia. Básicamente porque las vacunas no estudiaron los efectos en la menstruación. No es sorpresa. Pero eso sí generó reacciones espontáneas de mujeres que contaban lo que les pasaba: más sangrado, ciclos más seguidos y más mareos. Y de sorpresa, porque con tanta sobre información, de lo que no se hablaba era de lo que les podía pasar a ellas.
Paso a paso. No se trata de ser anti vacunas, sino de pedir que los síntomas de las mujeres se cuenten a la hora de investigar e, incluso, de advertir de los cambios. Incluso frente a otros síntomas (fiebres o dolores) las personas se vacunaron advertidas. No hay que generar una grieta, pero sí un cambio a la hora de tener en cuenta que el cuerpo no es neutro. Y en esa diferencia corre sangre.
“La regla es que no les importa”, escribió la escritora peruana Gabriela Wiener, en ElDiario.Es. Ella relató: “Soy parte de ese aún incierto porcentaje de personas a las que la vacuna afectó su ciclo menstrual sin que nadie le advirtiera nada en lo absoluto, a la que no le llegó ni un solo folleto al respecto, ni pudo leerlo en un poster pegado en la pared del centro de salud, ni escucharlo decir a un médico youtuber, ni a nadie que nos dijera, al menos, que entre los dolores de cabeza y la fiebre podía sufrirse todo tipo de desajustes menstruales, como adelantos, retrasos, ausencias y hasta sangrados en plena menopausia”.
“Estamos cabreadas”, define Gabriela. Y pone el acento en lo que se dice. Si las mujeres no contaban los cambios nadie los contaba. Así que, la post pandemia, trae la definitiva necesidad de hablar, evaluar y nombrar a la menstruación. La Sociedad Argentina de Ginecología Infanto Juvenil (SAGIJ) hizo una encuesta con 4100 mujeres cíclicas que se vacunaron en la que se admiten modificaciones entre las que se vacunaron. Pero que no implica que se recomendie no no vacunarse o dejar de tomar anticonceptivos.
“A pesar de modificaciones en la aparición, la cantidad y la duración del ciclo seguimos recomendando la vacunación porque no es nociva para la salud de la mujer y, a la vez, que no suspendan los anticonceptivos a la hora de vacunarse”, resalta Sandra Magirena, médica ginecóloga, sexóloga e integrante de la comisión directiva de SAGIJ.
Ella aclara: “Las mujeres que tuvieron covid y que no están vacunadas también tuvieron modificaciones en el ciclo”. Y aquieta las aguas de anti vacunas que pueden encontrar en el machismo una excusa para atentar contra la salud pública: “Es una trampa generar una nueva grieta. No hay que ponerse de un lado o del otro. Es importante que las mujeres se vacunen”.
¿Qué se puede aprender? “Todos los estudios de drogas cardiológicas se hicieron en varones y los riesgos de infartos son distintos en varones y en mujeres. Esto no solo pasa con las vacunas. Hay que terminar con el sesgo en el desarrollo de tecnologías sanitarias (en las vacunas o fármacos) y hay que incluir el género en la investigación”, subraya Magirena.
“La menstruación no dejo de ser tabú”, alerta Agostina Mileo, comunicadora científica y coordinadora de #MenstruAcción en la organización “Ecofeminita”. El tabú afecta a todas las clases sociales, pero el temor a mancharse guarda en la casa a las que no pueden comprar tampones, ni muchos paquetes de toallitas para cambiarse seguido o copitas y a las que tienen más dinero no las salva, pero les da mejores atajos para no aislarlas o frenarlas.
La palabra sigue siendo maldita, pero ya no es innombrable como antes. “Hubo un avance grande en Colombia, México, Argentina por los activismos menstruales”, define Agostina Mileo, también co-autora de un libro sobre la pubertad, de Editorial Iamique. “En Argentina fuimos el primer país en tener leyes de salud menstrual y de provisión gratuita y después vino México con quienes trabajamos codo a codo e hicimos transferencia tecnológica latinoamericana”, cuenta Mileo.
El 28 de mayo, en la Ciudad de Santa Fe, de Argentina, se creó el Plan Municipal de Gestión Menstrual. La ordenanza hace referencia al tabú que provoca desigualdad “en una cultura que busca invisibilizar, silenciar y promover la vergüenza en torno a esa condición femenina”. El plan tiene como objeto la provisión gratuita de toallas higiénicas y/u otros elementos a personas menstruantes en situación de vulnerabilidad.
La ordenanza también propone dar a conocer más opciones frente a la menstruación que la que aparece tradicionalmente en la góndola de los supermercados. Además, sugiere (no obliga) que los bares y restaurantes pongan toallitas a disposición de las clientas. Esa ciudad, junto con Morón, son pioneras en dejar que el sangrado sea una cuestión frente a la cual el Estado se lava las manos.
En realidad, en los bares de la Ciudad de Buenos Aires, se ordena dar preservativos (y se deja un cartel para pedirlos en la caja) pero la norma casi no se cumple, ni se controla. Es como si los cuidados tuvieran olas y, de golpe, se impone el jabón, el alcohol en gel y los profilácticos. Y de golpe los cuidados se esfuman. Pero la menstruación no pasa de moda.
Los baños son el lugar donde la cultura esconde lo que no quiere que se vea y, a la vez, donde queda más claro que es lo que la cultura muestra. Ahí las mujeres hacemos rollitos de papel higiénico porque nos vino de sorpresa, porque nos derrama una sangre que tenemos miedo que nos delate rojas frente a los demás, porque queremos contener lo que asusta que desborde.
Creo que la única vez que dije en voz alta lo del truquito de sumar papel o hacer esa venda de emergencia fue a mi hija. La verdad es que la menstruación une a una madre con su hija, aun cuando a ella le venga por primera vez jugando al futbol con su tía. Porque, cada cual juega su juego, pero hay una complicidad innegable en el hecho de sangrar.
Ella la detesta y yo la amo. Es cierto que entrar a la edad de la nostalgia puede dar amor a eso que va a dejar de sucederte como si la vida te obligara a un duelo con vos misma. Pero, la verdad, es que festeje, desde los 11 años mi menstruario. Era el 6 de junio. Y mis amigas de la primaria se acuerdan. No es que no me ha traído dolores de cabeza (y de los otros) pero lo seguiría festejando.
Siempre digo que mi primer acto feminista fue en la secundaria, pero, en verdad, el primero fue en la primaria: luche por un tacho de basura en el baño para las que ya menstruábamos. No queda muy épico lo del tacho de basura pero es una muestra de lo que tuvimos que hacer las mujeres: pelear para decir lo que daba vergüenza decir, lo que se esconde e, incluso, lo que nos enseñan –desde la escuela- que es tan vergonzoso que no entra ni en donde se tira lo que no sirve.
Con el hashtag #HablemosDeLaRegla el sitio Warmis de Perú preguntó: “¿Cómo es tener la regla en el colegio?”. “Yo creí que me había orinado y deje de jugar”, contó una adolescente y otra que un compañero, en el salón, le dijo que le daba asco. “Es como comprar de contrabando, en una bolsita negra, para que nadie te vea”, criticó otra alumna. Y remataron juntas: “En el colegio a veces no hay agua y menos toallitas, el colegio no está preparado para nosotras”.
El 21 de enero de este año, en Perú, se avanzó en la aprobación del proyecto que garantiza el acceso universal, igualitario y gratuito a productos de gestión menstrual para niñas, adolescentes y mujeres adultas. Ya lo aprobó la Comisión de Salud y ahora falta, para que se vote en el recinto, que de el ok la Comisión de la Mujer y Poblaciones Vulnerables. La iniciativa prevé que se otorguen toallas higiénicas descartables, tampones, esponjas marinas menstruales, paños lavables, ropa interior absorbente y copas menstruales, según informa Wayka.
Las chicas podrían pedirlo en la escuela. Y que la regla no sea la vergüenza. El 99% de adolescentes peruanas siente vergüenza de la menstruación, según una encuesta realizada en 2020 por Unicef Perú. El 85% de las alumnas peruanas se siente incómoda en los baños de sus colegios (en uno de cada dos no hay acceso a agua o saneamiento y en tres de cada cinco colegios en las zonas rurales), así que los baños dignos son una medida urgente.
“Qué bajón que a esta altura de la vida la menstruación siga siendo tabú”, se lamentan las mexicanas Plaqueta y Andonella, en el libro “Amiga date cuenta”, de Editorial Planeta. Ellas bromean: “Breaking news: la mitad de la población menstrúa”. Y dibujan a una niña enojada que le contesta a ese compañerito que pone cara de asco o dice directamente que es un asco: “Sí, una vez al mes nos sale sangre de la vagina, ¿y? No es asqueroso, ni raro, ni indecente”.
Plaqueta y Andonella recomiendan a las chicas: “Si llegas a la tiendita, a la farmacia, a la enfermería o con una amiga a pedir una toalla o un tampón, no tienes por qué bajar la voz, ni esconder que “te está bajando”. Y subrayan: “YA BASTA DE SENTIR VERGÜENZA POR UN PROCESO NORMAL Y NATURAL”. Ah, y por si queda alguna duda –o algún hater en el aula- redoblan la apuesta: “Si alguien se siente incómodo porque tu cuerpo funciona como se supone que debería funcionar, es su problema, no tuyo”.
En un barco que se movía le enseñe a mi hija a que el disfrute del agua no podía perderse por la impresión de la sangre. Las dos peleamos entre las piernas, la respiración, la risa y la bronca por el calendario sin vacaciones hasta que lo logramos. El plural es porque para poder separarse el cuerpo femenino en algún momento tiene que unirse.
La maternidad no es un acto singular. En una visita escolar en la que oficiaba de madre acompañante una compañera de mi hijo (Blanca), en quinto grado, me vino a hablar. A ver si yo tenía. Ser portadora de toallitas es una consulta en voz baja, entre el pecado y el delito, pero también en una necesidad que, cuando se empezó a nombrar, la empezaron a demonizar, como si fuera el colmo de la idiotez, la ridículez o la inutilidad.
Blanca no me la pidió porque se había olvidado, le surgió un imprevisto o se manchó. Era la más grandota del grado y la habían mandado con pañales. No había plata en su casa y lo único que había era para la incontinencia de los bebés. Ella no lo era y tuvo un bebé más temprano que tarde. Si no se habla de menstruación la mecha entre ser bebé y tener bebés se acorta para las mujeres.
No es un destino, es el descuido. Sin embargo, cuando se habla, propone o ejecutan políticas menstruales la reacción es la burla. Dar toallitas, copitas o tampones no soluciona todos los problemas, pero es parte de los problemas. El cambio es –o debería ser- que los problemas de las niñas, adolescentes y mujeres, no sean problemas menores, menos problemas o problemas que pasen inadvertidos.
Las películas de hombres en la extravagante tarea de ser padres (en donde no hay madre porque, si la hay, los hombres pueden no ocuparse de ser padres) muestran a varones desorientados eligiendo toallitas en las góndolas de supermercado para sus hijas primerizas. Es la mayor prueba de amor: estar dispuestos a hacer lo que no harían por nadie -por otras- pero sí por ellas. En algo tienen razón las películas: la sangre no es agua.
En Colombia se estima que 683 mil mujeres no pueden acceder a toallitas, tampones o copitas por problemas económicos. Por eso, en agosto del 2021, se lanzó el primer subsidio menstrual. La iniciativa es de la caja de compensación Comfama, de Antioquía y la medida (digna de imitar) está prevista para sus afiliadas.
En la primera fase del proyecto (que se puede gestionar hasta el 14 de abril del 2022) se acompaña a 2700 niñas y adolescentes, de Antioquía y Medellin –de entre 12 y 18 años- a resignificar la menstruación. Se les da un bono para que puedan comprar toallas reutilizables, copas y calzones absorbentes (los productos que contribuyan al medioambiente entran y los tradicionales de mercado no) y se conforman talleres pedagógicos.
En la Ciudad de Buenos Aires un proyecto propone que se distribuya jabón, lavandina, papel higiénico y elementos de gestión menstrual en las Canastas Nutritivas Escolares. La propuesta para que se agreguen toallitas en los bolsones que se entregan en los barrios y las escuelas está firmado por las diputadas Laura Velasco, Ofelia Fernández, Lucía Campora y los diputados Matías Barroetaveña y Santiago Roberto (Frente de Todos).
Barroetaveña expresó: “El gasto que genera la menstruación se trata de un factor importante a considerar en términos de desigualdad económica, social y simbólica respecto a personas menstruantes”. La ordenanza de la provincia de Santa Fe, en Argentina ya rige. Hay otras iniciativas que están, pero por ahora son proyectos.
La diputada argentina Jimena López (Frente Renovador) presentó una iniciativa para generar un “Programa Nacional de Accesibilidad Gratuita a Productos de Gestión Menstrual Reutilizables”. El objetivo central es “asegurar el acceso oportuno a productos de gestión menstrual esenciales para la población sin cobertura de salud y en situación de pobreza”.
El proyecto prevé que el Ministerio de Salud compre productos para que se puedan repartir en todos los centros de salud y que el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad capacite a médicos/as y psicólogos/as para que puedan hablarle a las adolescentes sin eufemismos, ni evasivas.
Otro argumento para ampliar la oferta habitual del mercado y promover la copa menstrual es el ecológico. “Una persona que menstrúa con un flujo normal usa aproximadamente 13.000 toallas higiénicas y tampones a lo largo de su vida. Si cada uno de estos productos después de usado pesa 5 gramos, producimos 65 kg de basura al año solo en toallas higiénicas. En cuarenta años tiramos a la basura amplias toneladas de basura altamente contaminante y no degradable en nuestro medio ambiente y una toalla higiénica o un tampón demora en degradarse 500 años”, sostiene López.
“Los productos menstruales son caros porque están gravados con el mismo iva con que se gravan los cosméticos, cuando en realidad se trata de productos de necesidad básica. En 2020, una mujer gastó entre 2.900 y 3.800 pesos para poder gestionar su menstruación. No es un gasto optativo: muchas mujeres abandonan sus rutinas escolares o laborales por no poder acceder a estos productos. La balanza sigue estando en detrimento de las mujeres y estos proyectos apuntan a poner un poco de equilibrio en ese sentido”, escribieron concejalas y legisladoras socialistas de 14 localidades argentinas.
En Argentina hay un antes y un después de la campaña #Menstruacción, del colectivo Economía Feminita, que reclama la quita del IVA para todos los productos de gestión menstrual; provisión gratuita en escuelas, cárceles, universidades, hospitales y otros espacios comunitarios e investigación y elaboración de datos.
La historiadora e investigadora del CONICET, en Argentina, Karina Felitti es pionera en el estudio de la menstruación y marca un antes y un después con el auge feminista y la marea verde, del 2018: “Si bien puede darse cuenta de estudios e intervenciones públicas sobre la menstruación antes de la reciente masificación de los análisis, demandas y consignas de los feminismos, la inclusión de la justicia menstrual como un tema de política pública en la Argentina es reciente”.
Y agrega: “Lo mismo sucede con desaundar menstruar con ser mujer cisgénero o considerarla solamente como una preparación para la maternidad. El lema feminista “lo personal es político” aplica más visiblemente a la menstruación y converge con otras agendas, de justicia social, de cuidado de la salud y de preservación del ambiente”.
Felitti detalla: “Se han abierto muchas líneas de trabajo y abordaje, que tienen implicancias subjetivas: quiero decir “estoy menstruando” sin que me de verguenza, quiero ver líquido de color rojo en las publicidades, si tengo malestares y dolores menstruales quiero que el sistema de salud me escuche y responda a mis necesidades en lugar de minimizarlas porque es normal que duela, no quiero pagar un tampón como si fuera un bien de lujo, quiero ser educada sobre el ciclo menstrual y no solo en relación a la fertilidad o para no mancharme”.
El tabú dio paso a la palabra, la marca, la imagen. Si las mujeres ya no esperan un príncipe azul, mucho menos se tragan la publicidad de la sangre azul. Felitti subraya: “Esto no implica que toda persona que menstrua vaya a hacer una cuestión pública y política, pero que exista la posibilidad de entablar una conversación abierta sobre esta experiencia marca una nueva etapa porque ayuda a que se desvanezcan miedos y falsas creencias, sin que esto necesariamente eliminé todas las metáforas”.
“De hecho las adolescentes han inventado sus propias fórmulas para contar que menstruan, están venidas –acentúa- pero a diferencia del pasado lo dicen en voz alta y encuentran quien las ayude a limpiar la silla escolar, muchas veces entre sus compañeros varones”.
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