El fin de la política

La mesura de los hombres ejemplares que imploran llorosamente correrse al centro para salvar a la Argentina, ahonda más la crisis

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El presidente de Argentina, Alberto
El presidente de Argentina, Alberto Fernández, (3-i), hace un gesto después de jurar al ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca de Argentina, Julián Domínguez (i), al ministro de Ciencia y Tecnología de Argentina, Daniel Filmus (c), al secretario de Prensa y Comunicación de Argentina Juan Ross (2-d), jefe de gabinete de Argentina Juan Manzur (d), el canciller argentino Santiago Cafiero (2-d), y el ministro de Educación de Argentina, Jaime Perzyck (3-d)

Un poquito antiimperialista, un poquito cubanista, bastante derecho humanista, un poquito anticapitalista, excesivamente pobrista, un poquito marihuanero y alguito más, un poquito kirchnerista, algo abolicionista, naturalmente Trump, Bolsonaro y Kast le parecen propiamente el demonio; así es cierta izquierda coqueta para quien Manuel Gálvez, hace ya muchos años, les dedicó un párrafo. Pero antes y por las dudas que el lector ande ligero de equipaje estos poquitos no deben confundirse con la famosa frase atribuida a Pericles y hecha popular por el general Perón: Todo en su medida y armoniosamente. Pues poquito no es armonía y menos medida. Esta mesura o prudencia, como quiera que se llame, es asimilable a mí entender -no pretendo complicar a nadie con mis pensamientos- a la mediocridad y la medianía. Al parecer para Perón también, pues a estos personajes, que ni fu ni fa, los denominaba bosta de paloma.

Decía Gálvez:

“El izquierdismo es el comunismo vergonzante: los izquierdistas admiran a la Rusia de los soviets. Los izquierdistas, de cualquier pelaje que sean, son enemigos furiosos de la Iglesia, de la Familia, del Ejército. Los izquierdistas de este país no intentan establecer el comunismo ni el colectivismo, pero sí el divorcio, la separación de la Iglesia del Estado, el desarme, el culto de los incompetentes y la indisciplina social. Los izquierdistas son los destructores de la familia. El socialismo, y aun el comunismo, son, desde su punto de vista, lógicos; y algo tienen de respetables. El izquierdismo es el comunismo compatible con la camisa de seda y con cierto dandismo intelectual”.

Va de suyo que estas ideas hay que ponerlas en el presente, con ejemplos actuales, pero el sentido no cambia. Al izquierdismo de Gálvez lo llamamos progresismo y agregamos aborto, género, casamiento igualitario, multiculturanismo, indigenismo, feminismo, abolicionismo, e infinidad de modernidades más y aparece, entonces, el izquierdista o progresista de siempre. Este pequeño prólogo viene a cuento porque nuestra sociedad cultural presente, bien pensante y políticamente correcta, se asimila fervorosamente a la definición de Gálvez. Hoy en idioma vulgar pero ejemplarmente límpido podríamos hablar de aquellos impíos que piden la puntita nada más. Sin comprender que eso no puede ser jamás. Si lo sabrán los cubanos enfervorizados con los barbudos, o los venezolanos enceguecidos por Chávez. No aplica a los obnubilados por Hitler o Mussolini pues estos hablaron claro desde un principio.

La mesura de los hombres ejemplares que imploran llorosamente correrse al centro para salvar a la Argentina, ahonda más la crisis. El centro es la antipolítica o para decirlo mejor la no política, puesto que la esencia de ésta es la confrontación de ideas y la lucha por el poder, mostrando al pueblo las diferencias. La democracia se nutre de la discrepancia. En síntesis la política con mayúsculas no es algo con modales rosados.

Es natural e incluso necesario a la vida democrática este fenotipo ciudadano afín a los partidos progres. La cultura política está constituida por un vasto abanico de ofertas, y bienvenidos sean. Lo que resulta incomprensible es que políticos o pensadores provenientes del peronismo o que se asumen como tales sean punteros amantes de la puntita. Debieran enterarse que Perón los denominaba bosta de paloma, aun el que volvió herbívoro y amortizado. Llegados a este punto amerita una aclaración. Una cosa es pensar diferente, dejarlo claro ante la sociedad, buscar el poder y gobernar bajo esas ideas explicitadas, y otra encarcelar al opositor, cerrarles sus medios de comunicación o hacerles la vida imposible. El Perón que volvió había dejado de ser este último. Pero el primero estaba más vivo que nunca. Ser herbívoro no es perder las ideas.

Desde la perspectiva peronista, no desde la progresía o el kirchnerismo, es incomprensible que no se hable claro a la sociedad acerca de las medidas drásticas que hay que tomar. En vez de actuar como políticos buscan acuerdos de maneras antidemocráticas. Un importante dirigente de la Provincia de Buenos Aires en un reportaje realizado por La Nación afirmó, luego de llamar sicarios a los que creen en los debates fuertes: “Un acuerdo necesita reuniones reservadas. Quisiera que el diálogo ocurriera en la oficina del Presidente. Que Fernández llame a cinco interlocutores válidos y responsables que puedan hacer algo por el país. Sería bueno que el Presidente pueda hacer reuniones reservadas para armar un plan plurianual o lo que sea”.

Ni los conservadores se atrevieron a tanto. En octubre de 1903 se realizó una Reunión de Notables -264- que eligieron Presidente a Manuel Quintana y José Figueroa Alcorta. Eran tiempos en que un grupo de hombres selectos dirigían los destinos de la Nación. ¿Las palomas quieren volver a esos años? No solo han perdido el contenido popular de la política sino la dirección ideológica. Han ponderado el triunfo de Boric en Chile sin meditar que Perón en 1946 derrotó a la izquierda reunida en la Unión Democrática. Si no se habla claro y fuerte gobernarán al decir del General: los bosta de paloma. La insustancialidad.

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