Feminista en falta: la hierveconejos existe, y es varón

No hay otra figura nacida en el cine que haya trascendido con más fuerza en la cultura popular que la de la psicópata obsesionada que interpretó Glenn Close en Atracción Fatal. Ahora que Paramount+ anuncia una remake para 2023 surge la pregunta sobre por qué recuperar una trama que invertía la carga de responsabilidades de modo que el héroe fuera el pobre inocente que había roto su contrato conyugal, y la villana, esa loca que no había entendido su lugar de mero objeto y se negaba a ser ignorada

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Michael Douglas y Glenn Close en la película de Adrian Lyne (Sunset Boulevard/Corbis via Getty Images)
Michael Douglas y Glenn Close en la película de Adrian Lyne (Sunset Boulevard/Corbis via Getty Images)

Beth Gallagher (Anne Archer) acaba de entrar a su casa y el clima de su familia perfecta de pronto se vuelve tenso. Su marido y su hijita todavía están en el jardín. Las escenas ocurren en simultáneo: ella escucha el ruido del agua hirviendo en la cocina y, al acercarse, descubre que alguien dejó en el fuego una olla tapada. Mientras la abre, su hijita corre a toda velocidad hasta la jaula de su mascota, pero la encuentra abierta. El grito de la niña coincide con el de la madre: al destapar la olla, se encuentra con el conejo degollado que había estado cocinándose en su ausencia.

“Papá, Blanquito desapareció”, llora la chiquita. La olla que acaba de destaparse es la de la infidelidad de Dan Gallagher (Michael Douglas) y, con ella, la del mayor terror de muchos hombres: violar el pacto de monogamia conyugal puede volverse una pesadilla que nada tiene que ver con la culpa por la transgresión, sino con que, del otro lado, acechan mujeres infelices con su independencia, dispuestas a sacrificar mascotas y también a matar a todo aquel que se interponga en su deseo obsesivo de alcanzar lo que no pueden darles sus carreras: el de “realizarse” como madres y esposas.

Atracción Fatal se estrenó en septiembre de 1987, y Alex Forrest (Glenn Close) –esa editora exitosa que seduce y se deja seducir sin remordimientos ni dilemas morales por un abogado que lleva una tranquila y amorosa vida de casado, para vivir una aventura de fin de semana mientras la familia de él está afuera de la ciudad– pasó a la historia para siempre como la representación de ese miedo; no es solamente una “rompehogares”, es una “hierveconejos”.

No hay otra figura nacida en el cine que haya trascendido con más fuerza ni por más tiempo en la cultura popular. La idea de la familia tradicional se erosionó de todas las maneras posibles, pero la figura de la “hierveconejos” persiste hasta nuestros días.

Atracción fatal, la película con Michael Douglas, Glenn Close y Anne Archer

Hay una anécdota sobre la producción de aquel thriller psicoerótico, que se convirtió en el más taquillero del momento –recaudó US$320 millones, con un presupuesto inicial de sólo US$14– y recibió seis nominaciones al Oscar –Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actriz, Mejor Actriz de Reparto, Mejor Guión Adaptado, y Mejor Edición–, que pinta bien el clima de la época. Cuando Paramount hizo las pruebas de visionado de rutina, la mayoría de los hombres que participaron de los focus groups no podía contener su ira. Querían a Alex muerta, y querían que Dan Gallagher terminara con ella.

Los productores les hicieron caso: cambiaron el final original en el que Alex se suicidaba escuchando Madame Butterfly, por una escena tan célebre como la del conejo, donde la transformaron, ya no en una mujer obsesionada y depresiva, sino en una psicópata asesina a la que su contrafigura, la esposa buena y abnegada que es capaz de todo por su familia, remata de un tiro en el baño de su casa.

Cuando esta semana Paramount+ anunció que ya tenía al actor que encarnará a Dan Gallagher en la remake de Atracción Fatal prevista en formato de serie para el año que viene –Joshua Jackson, el marido engañado de The Affair, actuará en lugar de Douglas, y Lizzy Caplan, la heroína feminista de Masters of Sex, será Alex–, trajo de vuelta las preguntas sobre el guión original y abrió el planteo sobre por qué recuperar una trama que invertía la carga de responsabilidades de modo que el héroe fuera el pobre inocente que había roto su contrato conyugal y era incapaz de empatía por la mujer a la que había seducido; y la villana, la loca que no había entendido su lugar de mero objeto y se negaba a ser ignorada.

Hay, en principio, una diferencia fundamental entre esta versión y la de 1987. Si la primera fue íntegramente escrita, dirigida y producida por varones –el guión es de James Dearden; la dirección, de Adrian Lyne; y la producción, de Stanley R. Jaffe–, la actual tiene un equipo exclusivamente femenino: la productora general y guionista es Alexandra Cunningham, que antes estuvo al frente de las series Dirty John (2018-2020) y Amas de Casa Desesperadas (2004-2012), y la presidenta de Paramount TV y responsable de los contenidos del estudio, es Nicole Clemens.

Las dos aseguran que, esta vez, la idea es explorar los temas atemporales del matrimonio y la infidelidad con una mirada moderna de las actitudes hacia las mujeres fuertes, el control coercitivo que se ejerce sobre ellas, y los trastornos de la personalidad. Está por verse.

Atracción fatal y la escena del conejo. Con Glenn Close, Michael Douglas y Anne Archer

Para los feminismos, Atracción Fatal fue desde siempre un emblema de la reacción sociocultural frente a los avances que la segunda ola trajo para las mujeres. Sobre todo después de que, en 1991, Susan Faludi lo puso por escrito en Backlash: The Undeclared War Against American Women, un libro más tarde criticado por ofrecer una visión apenas limitada a las mujeres ricas, heterosexuales y blancas, pero que, aún así, acertaba en demostrar la existencia de una revancha mediática contra los logros feministas de los setenta, centrada en la estrategia de culpar a las víctimas, al sugerir que había que buscar la causa de los supuestos dramas de las mujeres de la época en su propia liberación.

Faludi reseña en Backlash una nota de tapa de Newsweek del mismo año en que se filmó Atracción Fatal en la que sociólogos de Harvard aseguraban que, para una mujer de más de cuarenta años, era más fácil ser víctima de un atentado terrorista, que casarse. Si ahora la opción era trabajar el doble y sufrir la brecha salarial, o elegir entre carrera y familia, la culpa era de los feminismos y del hecho en sí de que a las mujeres se les hubiera ocurrido ocupar espacios fuera del hogar.

Douglas y Glenn Close en una escena de la película de Adrian Lyne (Paramount/Getty Images)
Douglas y Glenn Close en una escena de la película de Adrian Lyne (Paramount/Getty Images)

Alex tenía 36 años, y aunque fuera libre y exitosa, estaba incompleta. Le faltaba un hombre. Su función era disciplinadora: mostrar que el tipo de mujer capaz de plantarse con seguridad en el mundo laboral era un auténtico peligro para los demás y para sí misma. Era egoísta, amenazadora, y su maldad no tenía límites –al igual que su moral–; era una loca, una intensa. Era, incluso, una asesina en potencia. Era, sobre todo, la peor cara de la infelicidad pese a los avances y, justo por eso, un llamado a dejar la lucha por la igualdad.

En su ensayo, Faludi da cuenta de otros mitos que se instalaron en esa época: que los varones disponibles eran menos, que las mujeres profesionales eran cada vez más infértiles y tendían a tener problemas de salud mental, que los hijos de madres que trabajaban tenían peor rendimiento académico y estaban condenados a la inestabilidad social y emocional, y que la creciente tasa de divorcios era una condena financiera para las mujeres –no importaba si eso tenía que ver con que sus ex maridos dejaban de pagar las cuotas de alimentos–.

Atracción Fatal no dudaba en contraponer dos modelos estereotípicos de mujer: una toda dulzura, que se queda en su casa y espera al marido mientras se hace cargo sola de las tareas de cuidado; otra, que sale a trabajar, pero es toda maldad, esa que es capaz de hervir al conejo. El marido infiel tampoco tenía que hacerse cargo de eso: como con Wanda y la China, el problema, y la competencia, eran entre ellas, la madre de familia y la zorra.

Faludi también cita en Backlash las declaraciones de Lyne y de Douglas en las entrevistas de promoción de la película. El director, por ejemplo, no dudó en decir que veía casos como el de Alex a diario entre las ejecutivas de los estudios cinematográficos: “El otro día una productora muy poderosa ninguneó por completo a un varón con un cargo inferior al de ella. Hizo como si no lo viera sólo porque su posición era más alta. Fue desconcertante que esa actitud viniera de una mujer; me pareció anti femenina”.

Lyne también dijo en una nota que se había cansado de escuchar como muchas mujeres habían pasado “de querer que un hombre se las cogiera, a querer cogerse ellas a los hombres”. Por más emancipatorio que pareciera, para el realizador, cuya mujer obviamente era ama de casa, aquello era lo menos atractivo del mundo, y contradecía el rol de la esposa y de la madre. “Seguro, tenés una carrera –explicitaba finalmente–, pero no sos una mujer realizada”.

Douglas dijo algo similar: Estoy cansado de las feministas, harto. Se cavaron su propia tumba. Cualquier hombre que no esté de acuerdo con la igualdad de derechos y de salarios sería un tonto. Pero ahora hay mujeres que hacen malabares entre sus carreras, sus amantes, sus hijos, y sus familias. Les queda muy poco espacio para ellas mismas, y son muy infelices”.

El afiche de la película de 1987
El afiche de la película de 1987

Que la idea y los comentarios sobre cómo debe realizarse una mujer sigan vigentes es una prueba de que ese discurso no se desactivó. También hay pruebas de que, en parte, el disciplinamiento funcionó: Glenn Close contó en 2008, más de dos décadas después de ponerse en la piel de Alex, que los hombres todavía se le acercaban para agradecerle: “Me asustaste tanto que salvaste mi matrimonio”, le repetían

Aclarar que una no es “una hierveconejos” es bastante frecuente para muchas mujeres, incluso cuando entablan relaciones con solteros, y es que el término se expandió: ahora sirve también para las insistentes, para las que van al frente o las que llaman al día siguiente de una cita. Ni hablar de la obligación impuesta a las amantes; son ellas las que deben justificarse ante la falta cometida por esos maridos que deciden ser infieles. Pero en los hechos, el stalker, el que es capaz de atosigar psicológica y físicamente a una mujer a la que no puede tener, es estadísticamente varón. Los datos de los femicidios diarios no dan lugar a muchas dudas al respecto.

Glenn Close dijo muchas veces que nunca quiso actuar un cliché o una generalización, sino a una mujer específica, frágil y perturbada. Ella tampoco estuvo de acuerdo con el final de Alex, y tiene sentido. La experiencia de la vulnerabilidad de las mujeres que son descartadas a la manera de El Cuento de la Criada, donde algunas son elegidas como esposas y otras sirven sólo para descargar necesidades –a diferencia de la furia vengativa que puede provocar el rechazo en los varones–, casi nunca termina de tomar la forma de una amenaza contra alguien más que ellas mismas. Es triste, pero el destino de la Alex depresiva que se mataba, era mucho más verosímil que el de la psicópata que irrumpe en la casa de su amante para matar.

Las mujeres, en general, no queremos arruinar la vida de nadie tras una noche de sexo consensuado, y ni siquiera después de largas relaciones en las que el psicópata está del otro lado. No es que la hierveconejos no exista, sino todo lo contrario: Alex vive entre nosotros, pero es un varón.

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