La agenda externa dominó la escena política en enero. La reunión de la CELAC donde participaron 33 países encumbró al Presidente Alberto Fernández después del fallido intento en México. La Cancillería trabajó con ahínco para confirmar el liderazgo en América Latina que el Presidente buscó desde su participación en los inicios del Grupo de Puebla. En simultáneo, el Embajador Jorge Arguello organizó el encuentro con el Secretario de Estado Antony Blinken con la esperanza de obtener su apoyo a las negociaciones con el FMI. Juan Luis Manzur, Gustavo Beliz y Sergio Massa también pasaron por separado por Washington con el mismo propósito. El Ministro Martín Guzmán ya es un viajero frecuente a esa ciudad para encontrarse no solo con técnicos sino para exhibir su relación afectuosa con Giorgeva Kristalina.
El Embajador Argüello mostró su habilidad al reunir en una mesa a los principales miembros del Gobierno de Estados Unidos relacionados con América Latina para brindarle al Ministro Cafiero la oportunidad de exponer sobre política exterior. Todo ese esfuerzo estuvo a punto de naufragar cuando trascendió que la aquiescencia de Nicaragua con la presidencia en la CELAC incluía la participación en la ceremonia de asunción de Daniel Ortega con la presencia de Nicolás Maduro, Diaz-Canel y Mohsen Rezai, señalado como planificador del atentado a la AMIA en 1994. El traspié de este descuido terminó con una apurada presentación en la OEA, organismo calificado de golpista, junto con EE.UU. reclamando por el cumplimiento de los alertas rojas de Interpol que mereció una obscena respuesta de Nicaragua repitiendo el entredicho de la reunión de la CELAC en México.
A esos hechos se suma la aceptación de las invitaciones de Vladimir Putin y Xi Jiping en una coyuntura conflictiva. La relación con China está encuadrada en el plan de acción del Acuerdo de Asociación Estratégica Integral firmado en abril de 2014 y con la Federación Rusa en el Acuerdo de título similar de julio 2015 firmados ambos por la Presidente Cristina Fernández celebrando las coincidencias sobre la situación internacional. La preparación de las agendas habrá requerido un trabajo minucioso de los embajadores Eduardo Zuain y Sabino Vaca Narvaja por la complejidad de los temas y organismos involucrados. Los preparativos del viaje a la Federación Rusa incluyeron reuniones con empresarios encabezada por Juan Manzur y Cecilia Nicolini. La agenda con China incluye una larga lista de proyectos cuya financiación depende del Eximbank y el Banco de Desarrollo de China que se adjudican en forma directa según los documentos firmados por Axel Kicillof cuando era Ministro de Economía; la incorporación a la iniciativa política de Xi Jinping denominada Nueva Ruta de la Seda (BRI) para afianzar los vínculos chinos con los países miembros es una condición sine qua non para recibir el apoyo de ese país.
La concentración de todos estos temas en un lapso reducido, cuando los objetivos eran contradictorios, muestran la falta de definición de prioridades. No se puede suponer que la diplomacia ignore que la urgencia para definir la presidencia de la CELAC pasara desapercibida en la víspera de los arreglos de la visita del Canciller Cafiero a Washington para reclamar el apoyo para una gestión que lleva más de dos años y donde cada funcionario intentó darle su propia impronta incluyendo las gestiones del Presidente de la Nación en sus periplos por las capitales europeas. Las posibilidades de un fracaso pondrían de manifiesto las lecturas erróneas de los metamensajes transmitidos por los interlocutores producto del exitismo del aparente beneplácito.
Los eventos de las últimas semanas expusieron el intento por mostrar un equilibrio entre las diferentes apreciaciones sobre la situación internacional. Existe marcada simpatía por la presencia de China y Rusia para compensar el peso de los Estados Unidos a quien se visualiza como opuesto con los objetivos económicos y políticos a pesar de la simpatía que despertó en su momento Joe Biden. Los esfuerzos para aparentar una posición equidistante no están exentos de riesgo porque en relaciones internacionales no hay generosidad sin contraparte.
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