El olvido será el triunfo de los asesinos

Escuchamos hoy con preocupación a muchos que dicen que el Holocausto ya no es tema de agenda. Esto debe comprometernos, porque la ignorancia será siempre tierra fértil para el germen del antisemitismo, y la indiferencia para los autoritarios, fascistas y dictadores

Marcha por la vida en Auschwitz

En el año 2012, invitado por la Sociedad Hebraica Argentina, participé de “Marcha Por La Vida”, uno de los más importantes programas educativos sobre el Holocausto a partir de la experiencia vivencial que propone. Un viaje que se inicia en Varsovia con recorridos por lugares históricos que fueron escenarios de la tragedia, y que tiene su acto central desgarrador, reivindicativo y esperanzador a la vez, en el campo de concentración de Auschwitz y concluye en Israel en la celebración del Iom Haaztamaut, el Día de la Independencia del Estado Judío.

Miles de personas de todo el mundo, sobre todo jóvenes, se concentran allí.

La interminable columna humana ingresando en Auschwitz, por el mismo lugar y con la misma escenografía por donde eran obligados a entrar nuestros mayores rumbo a la muerte en las torturas, los experimentos infrahumanos, los campos de trabajo y las cámaras de gas, es la respuesta más categórica del triunfo de la humanidad por sobre la locura nazi.

Las banderas de Israel desplegadas al viento refrendan la victoria.

Recuerdo estar en Varsovia, parado en una esquina, la intersección de dos avenidas importantes y plenas de movimiento. No registré sus nombres, quizás como una negación o resistencia. Aguardaba por la luz del semáforo para cruzar y llegar a un pequeñísimo lugar que queda en pie de lo que fue el gueto, lugar de segregación obligada, confinamiento, enfermedad, muerte y paso previo a la deportación y exterminio. Casi nada queda en Varsovia de lo que fue durante la Segunda Guerra Mundial.

Estando allí, quieto y en silencio, con la mirada buscando el pasado que no está pero se siente presente, la guía que me acompañaba me pregunta si me siento mal. Respondo que sí, que es la segunda vez que estoy aquí en Polonia y tengo esta misma sensación de nervios y angustia de ahora que me invade y acompaña todo el tiempo. Su respuesta fue reveladora y ahondó más mi tristeza: “Lo entiendo, Varsovia es un gran cementerio, sobre él estamos. Debe saberlo”.

El silencio nos acompañó por un buen tiempo. Al cabo de un rato, le pregunto, no ingenuamente, cuántos polacos murieron durante la invasión nazi. Tras pensar unos instantes me responde: casi 3 millones de judíos y 2 millones de polacos. Mi repregunta lógica que fue una afirmación a la vez fue “¡5 millones!”.

“¡No! 3 millones fueron judíos” fue su nueva respuesta.

Esa categorización y discriminación está instalada en la cultura universal, no sólo de la guía.

Tristemente, cuando se recuerda el Día del Holocausto la inmensa mayoría de la gente considera que sólo se trata de un acto conmemorativo exclusivo del pueblo judío. Intelectuales y políticos caen, producto del desconocimiento y lejanía con la temática, en este error.

Se oyen siempre voces señalando a los judíos de apropiarse del tema, hacer abuso de él, utilizarlo en provecho propio.

Vaya ironía, de no ser fundamentalmente por el trabajo y la constancia de los judíos y sus instituciones a través del tiempo, el mundo, que fue en oportunidades indiferente y avanzó lentamente hasta comprender la dimensión y las consecuencias del daño del nazismo, hubiera olvidado dando vuelta la página de la historia sin más.

Recién en el año 2000 las naciones democráticas se convocaron en una conferencia y dieron lugar a la creación de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto, fue en Estocolmo, a instancias del primer ministro Göran Persson. Allí estuvo Argentina con su presidente De La Rúa.

Las Naciones Unidas demoraron nada menos que 60 años para establecer el 27 de enero, día de la liberación de Auschwitz, como el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Seis décadas para entender la barbarie que significó el nazismo, que los alcanzó y nos alcanza a todos.

El mundo tardó en comprender que nadie salió indemne, que con el Holocausto la humanidad toda está afectada y porque el virus del antisemitismo, el filonazimso y el negacionismo está inoculado como peste en todo los países, principalmente en Europa y es siempre una amenaza a las democracias.

Recordar a las víctimas del nazismo implica honrar sus memorias, sus vidas, hacerlas presente, acompañar el dolor eterno de los sobrevivientes, reconocerles sus esfuerzos y enseñanzas, agradecerles el legado.

Escuchamos hoy con preocupación a muchos que dicen que el Holocausto ya no es tema de agenda, lo cual debe asustarnos, preocuparnos y comprometernos.

Se demoró mucho en aprender las lecciones para tirarlo por la borda renunciando a lo conseguido. El olvido será el triunfo de los asesinos. La ignorancia será siempre tierra fértil para el germen del antisemitismo, y la indiferencia para los autoritarios, fascistas y dictadores.

Por eso, es fundamental celebrar que en la Asamblea de las Naciones Unidas 193 países aprobaron el reciente 20 de enero la resolución contra la distorsión y negación del Holocausto.

No se puede titubear ni cejar en el esfuerzo de educar el Holocausto. Es tema de agenda y lo seguirá siendo. Requiere un compromiso renovado y creativo de la dirigencia y liderazgo de los Estados y del pueblo judío principalmente ahora que las voces de los sobrevivientes se van apagando.

Una palabra tras otra palabra es poder, es el título del espléndido documental sobre Margaret Atwood. Así fue y así es. El antisemitismo con su relato en el nazismo fue poder.

Que las palabras que hoy se escriben y se pronuncien en homenaje y recuerdo sean un compromiso real y sincero con la vida, la educación y los valores humanos.

Generar a partir de las palabras un poder para el bien debe ser el homenaje a los 6.000.000 de judíos asesinados y a todos los millones de seres humanos víctimas de la infernal maquinaria de muerte nazi.

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