Alberto Fernández, un presidente de la democracia

Los mandatos no son la demostración pura de lo que cada dirigente pensabas antes de asumir, sino una negociación de ese corpus de ideas con lo que efectivamente se puede realizar

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Alberto Fernández, durante la apertura
Alberto Fernández, durante la apertura de las sesiones legislativas del Congreso Nacional, en Buenos Aires, Argentina. Mar 1, 2020.

Luis Novaresio retomó un ranking que patentó Ernesto Tenembaum de las mejores y peores presidencias, y pretende que a mitad de mandato ya se juzgue a este gobierno como el peor. Propongo una serie de argumentos para discutir su artículo que, desde “mi verdad relativa”, clausura el debate, omite y desconoce que a este gobierno le faltan dos años de mandato -quedando mucho por hacer-, y que también niega la complejidad estructural y la pandemia global.

Un primer elemento para pensar la calidad democrática en un sistema representativo como el nuestro debería definirse por la capacidad de los poderes del Estado de expresar y respetar la voluntad popular en las funciones que le asigna nuestra Constitución.

Si el Poder Judicial (no la justicia) hoy se dedica más a anular las leyes que emanan del poder legislativo, que a garantizar su aplicación, ¿no está tomándose atribuciones que no le corresponden? ¿Si el Presidente, electo por la voluntad popular, denuncia ciertos abusos por parte del Poder Judicial (no la justicia), no está expresando las demandas de la voluntad popular que lo puso en la primera magistratura?

Puedo compartir con Luis que la calidad democrática tiene que ver con un conjunto de procedimientos, pero mientras que en su razonamiento los procedimientos válidos son aquellos que condicionan a las autoridades emanadas de la voluntad popular, en mi caso los procedimientos válidos son aquellos que protegen y refuerzan el respeto de la voluntad del Pueblo.

Un segundo elemento que propongo para evaluar la calidad democrática: ¿Quién respetó el compromiso explicitado en la campaña para acceder al gobierno?, o dicho de otra manera, ¿Quién los decepcionó agravando más los males que se comprometió a resolver? Y le propongo al lector complejizar un poquito más este segundo elemento cruzando compromisos asumidos con contexto nacional e internacional por parte del gobierno del presidente Alberto Fernández y el de Mauricio Macri; las diferencias son claras. Pero el faltar a su palabra es más grave aún, ya que cada vez que un presidente falta a su palabra debilita la democracia, porque la ciudadanía comienza a descreer de toda la práctica política, única herramienta para modificar la realidad de los pueblos, por aquellos políticos que no cumplen con la palabra empeñada.

Y quiero detenerme en los contextos: ningún presidente o presidenta es su trayectoria personal; las presidencias no son la demostración pura de lo que pensabas antes, sino una negociación de ese corpus de ideas con lo que efectivamente se puede realizar. El ex presidente Raúl Alfonsín fue sus convicciones y las condicionalidades que emergían de la postdictadura; para Néstor Kirchner fue determinante la necesidad de reconstruir la confianza en la política y el sistema de partidos luego de la crisis de 2001.

Más allá de lo injusto de evaluar el mandato del presidente Alberto Fernández que está iniciando su segunda mitad, y compararlo con mandatos cumplidos, propongo detenernos en dos cosas:

Un elemento de contexto insoslayable y claramente no esperado lo representa la pandemia del Covid 19. El presidente Fernández estaba preparado para resolver la crisis de la deuda y la reactivación económica, pero tuvo que enfrentarse con una crisis mundial, de ribetes históricos, que nos puso a discutir como especie, entre la vida y la muerte. Alberto Fernández no eligió ser el presidente de la pandemia, pero le tocó, y asumió esa responsabilidad eligiendo entre los múltiples caminos disponibles, el de la cooperación y el encuentro más allá de las identidades, poniendo ante todo el cuidado de la salud y la vida de las grandes mayorías. Protegiendo la industria y las empresas de servicios, apoyando sin distinción a todos los sectores de la producción nacional.

Otro elemento que quiero destacar: el Presidente para restablecer la calidad democrática tiene que reparar y transparentar las zonas oscuras, los sótanos de la democracia y del funcionamiento institucional. Cuando asumió, ¿alguno de nosotros escucho un reclamo popular para intervenir los servicios de inteligencia? No, pero el presidente Alberto Fernández sin que nadie se lo pidiera lo hizo porque había indicios suficientes para suponer que la conducción política macrista de la AFI (ex SIDE) había subordinado a ese organismo para la realización de tareas de persecución política en connivencia con miembros “concretos” del Poder Judicial (no la justicia). Esa zona oscura hoy sabemos que se llamaba “mesa judicial”.

Es el presidente Alberto Fernández quien elige desarmar el brazo estatal de persecución política, denunciando a sus responsables tanto del Poder Ejecutivo como del Poder Judicial. Alberto Fernández expone ante el pueblo argentino que el principio republicano de división de poderes ha sido vulnerado. ¿Realmente es posible argumentar que el presidente Fernández tiene una pulsión autoritaria cuando desarma el hasta ese momento brazo ejecutor destinado a la persecución política? ¿Era este un objetivo principal de Alberto Fernández previo a ser presidente? Claro que no, el Presidente es sus convicciones confrontadas con situaciones esperadas e inesperadas, las cuales se convierten en decisiones que toma para mejorar la vida de las y los argentinos. No entiendo cómo es el razonamiento por el cual este gobierno es peor que un gobierno que decretó el Estado de Sitio y disparó contra sus connacionales que veían como o caían en la pobreza o le confiscaban sus ahorros. Tampoco entiendo cómo se llega a la conclusión de que el endeudamiento irresponsable que se propone subordinar la capacidad soberana de una nación puede ser visto como calidad democrática, dado que pone una parte de la toma de decisiones fuera de nuestro país.

Cómo podemos pensar que el gobierno que conduce el presidente Alberto Fernández puede ser autoritario, y ser parte del denominado por cierto periodismo “eje del mal global”, y nuestro canciller Santiago Cafiero es recibido por el Secretario de Estado de Estados Unidos Antony Blinken, cómo puede ser que seamos antidemocráticos cuando se destaca nuestra labor en la comisión de DDHH de Naciones Unidas. Nuestro Presidente fue votado por unanimidad por los 33 países miembros de la CELAC para presidir dicho organismo, dándole un rol en el liderazgo regional a nuestro Presidente.

Un periodismo que siempre ha reivindicado la calidad institucional de Chile, un Chile que en el gobierno de Piñera proyectó un volumen de comercio con China de 75 mil millones de dólares con un saldo positivo de 25 mil millones mientras la Argentina con toda su potencia productiva solo tiene un comercio con el gigante asiático de 18 mil millones y con un saldo deficitario. Ese mismo periodismo hoy cuestiona la gira del presidente a ese país.

Un último elemento que quiero agregar es que Alberto Fernández es el primer presidente después de Alfonsín que renuncia al hiperpresidencialismo. He leído muchas veces en letra de reconocidos pensadores liberales, con los cuales Novaresio seguro comulgue, que afirman que el problema argentino es que los presidentes gobiernan casi prescindiendo del resto de los poderes. Sin embargo, Alberto Fernández se propone reconstruir el Estado de Derecho en Argentina, echar luz en esos sótanos de la democracia donde se pergeñaba la persecución política, poner en valor al diálogo y al consenso como metodología para la resolución de problemas, tampoco puedo dejar de mencionar dada mi militancia en una organización político social, de que el presidente gobierna incorporando activamente a su agenda las demandas de organizaciones sociales, sindicales y empresarias. Ofreciendo un liderazgo presidencial que renuncia al hiperpresidencialismo, y pone en el centro de la agenda pública el bienestar de las y los argentinos.

Esta renuncia junto a la capacidad autocrítica del presidente deberían ser elementos para que el periodismo de manera independiente enriquezca críticamente al gobierno con distintos puntos de vista y no se quede haciendo aquello que el querido Julio Blanck denominó “periodismo de guerra”.

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