La crisis de seguridad en Europa del Este se encuentra en un punto crítico ante el riesgo que el irredentismo ruso avance sobre Ucrania. Es probable que los diplomáticos rusos acreditados en Kiev se estén preparando para buscar refugio y recibir las facilidades que confiere el artículo 45 de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas, como lo hicieron los diplomáticos argentinos en 1978 ante la posibilidad de un conflicto con Chile. Ese paralelismo, permite recordar otros. El Santo Padre de ese entonces era oriundo de atrás de la Cortina de Hierro. Hoy, en cambio, de América Latina. Y, en ese contexto, el Papa Francisco, como lo hizo Juan Pablo II, podría jugar un papel decisivo para distender intenciones y abogar por la paz.
El canciller Santiago Cafiero perdió la oportunidad de conversar sobre el particular con el Secretario de Estado, Anthony Blinken, que a las pocas horas del encuentro con el canciller argentino se desplazaba a Europa para tratar la crisis de Ucrania con la OTAN y, posteriormente a Ginebra, con el Canciller ruso, Serguei Lavrov. El gesto de ofrecer que la Argentina pudiera interesar al Papa Francisco para interceder en una solución pacífica fue una posibilidad desperdiciada. Lo mismo al no haber sugerido que el Presidente Fernández, en su próximo viaje a Moscú, propicie la distención entre Rusia y Ucrania. Aunque estas referencias tendrían un propósito meramente simbólico, es siempre interesante tomar nota que en diplomacia esas demostraciones pesan.
El catolicismo del Presidente de Estados Unidos, de excelente relación con el Papa Francisco, y la actitud del Presidente ruso como sostenedor de la Iglesia Ortodoxa, en particular la alianza con el Patriarca de Moscú y de todas las Rusias, Cirilo I, son factores que deberían contemplarse para reducir los riesgos de una guerra. En el 2016, en Cuba, tuvo lugar la primera reunión histórica, desde el Gran Cisma de Oriente, entre el Papa Francisco y el Patriarca Cirilo I. Kiev, que integra el Patriarcado de Moscú, ha sido la cuna de la Iglesia ortodoxa desde el año 988 y las dos vertientes de los sectores ortodoxos ucranianos alientan en la actualidad la separación con el Patriarca Cirilo I. La distención religiosa ayudaría a atenuar la ríspida atmósfera política.
Lo que ocurre en Ucrania no debería ser indiferente para Argentina. La iglesia ortodoxa rusa de la Santísima Trinidad en Buenos Aires fue la primera de ese credo que se levantó en América del Sur. La comunidad ucraniana, de aproximadamente medio millón, es la séptima diáspora a nivel mundial y la segunda en importancia en América Latina. Las primeras corrientes migratorias tienen lugar a partir del siglo XIX. La colonia Apóstoles (Misiones) fue la primera concentración proveniente de Galitzia en 1897, provincia de la antigua Ucrania y parte del imperio austro húngaro.
En el 2014, en ocasión de la ocupación de la península de Crimea, la posición argentina estuvo teñida de ambigüedad y, en particular, fue contradictoria con el principio de integridad territorial que esgrime frente al Reino Unido en la cuestión Malvinas. El alineamiento argentino con Moscú, que en el 2015 adquirió carácter de asociación estratégica integral, se tradujo en una ratificación encubierta de la anexión rusa de Crimea. En esa oportunidad la Argentina se abstuvo en una resolución adoptada por la amplia mayoría de la Asamblea General de las Naciones Unidas en apoyo de la integridad territorial de Ucrania.
Es de esperar que Rusia se abstenga de repetir una agresión territorial sin respetar la primacía del principio de integridad territorial, la soberanía y la independencia política. También que las principales potencias aprovechen la vía diplomática para encontrar acomodamientos a la crisis de seguridad en Europa del Este, incluyendo desequilibrios geopolíticos, y evitar una escalada militar. El Presidente Alberto Fernández debería mostrarse en Moscú a favor de la paz y conforme los principios consagrados en la Carta de las Naciones Unidas.
SEGUIR LEYENDO