Argentina es un país que viene transitando sus últimas décadas en un permanente estado de situaciones virulentas. Solo desde la llegada de la democracia hemos tenido en nuestros bolsillos cinco monedas diferentes: iniciamos el período democrático con el “Peso argentino” que luego de quitarse tres ceros se convirtió, allá por 1985, en el “Austral” para siete años después transformarse finalmente en el “Peso” quién al nacer se encargó de sacarle a su antecesor otros cuatro ceros más. Luego, casi de manera imperceptible, con la crisis del 2001, pasamos de tener una moneda “convertible” a tener una moneda “no convertible”. En definitiva durante casi cuatro décadas hemos convivido con cuatro monedas a las que les hemos quitado en total siete ceros y que hoy nadie la quiere en sus bolsillos. Resulta sorprendente que aún no logremos resolver nuestro dilema monetario. Incluso un sector de la sociedad parece creer que la soberanía nacional necesariamente implica contar una moneda local a pesar de los desastres que han ocasionado con ella.
También hemos atravesado años de estabilidad (como aquellos que nos ofreció la “Ley de Convertibilidad” durante los años 90), tiempos de hiperinflación (como la de los años 1989 y 1990), y años como los actuales donde tener un 50% de inflación anual nos parece absolutamente normal a pesar de ser junto con Venezuela y Sudán uno de los países con el mayor aumento de precios en el mundo.
Durante casi cuatro décadas hemos convivido con cuatro monedas a las que les hemos quitado en total siete ceros y que hoy nadie la quiere en sus bolsillos
La pobreza ha sido otro de los temas que no hemos logrado resolver: hace varias décadas en Argentina no se conocía lo que significaba la indigencia. Hoy hay 5 millones de personas que no logran alimentarse y unos 19 millones que viven debajo de la línea de pobreza. La peor de las imágenes es aquella que muestra una realidad mucha más dura: el 65% de los chicos en el país son pobres. Además la zona más densamente poblada, conocida como el Conurbano Bonaerense, ostenta el triste logro de tener en sus habitantes más personas pobres que no pobres. La pobreza infantil resulta un dato que habla mucho de nuestro futuro: chicos que hoy no se están alimentando bien, son aquellos que tampoco están en condiciones de educarse como corresponde, a pesar de ser ellos quienes dentro de algunos años tendrán la responsabilidad de hacer de este un país distinto. Si seguimos sin ocuparnos de este tema dentro de algunas décadas más el piso de pobreza del que se hablará en la Argentina será del 65% y ya no habrá posibilidades de volver a inclinar la balanza hacia un futuro próspero y pujante.
La pandemia ha dejado un millón de chicos que no han logrado regresar a las aulas, siendo este el nivel de deserción escolar más estrepitoso de la historia. Un país que solía ser la envidia del mundo en calidad educativa hoy no solo no logra que los chicos vayan a la escuela sino que además quienes logran terminar el secundario tienen serias dificultades para comprender textos y también para resolver ejercicios matemáticos básicos. El sindicalismo y la política tercermundistas han sido cómplices de este desastre educativo del que nos llevará décadas recuperarnos. Como dato adicional, de los chicos con menores recursos solo el 10% llega a poner un pie en la universidad.
Chicos que hoy no se están alimentando bien, son aquellos que tampoco están en condiciones de educarse como corresponde, a pesar de ser ellos quienes dentro de algunos años tendrán la responsabilidad de hacer de este un país distinto
La economía es la principal compañera del progreso. Nuestro país no solo ha sido un desastre en materia monetaria: los despilfarros y desórdenes de las cuentas fiscales, la falta de planes económicos sostenibles y la falta de sentido común en materia tributaria y regulatoria que ha imperado a través de los años en la dirigencia argentina (al punto que el propio Presidente de la Nación ha manifestado que no cree en los planes económicos) han transformado a la Argentina en una tierra estancada desde hace más de 10 años, sin creación de empleo genuino, sin nuevas empresas y prácticamente sin inversión privada. Solo un dato: el que nació junto con la democracia ha vivido unos 16 años en recesión, un 42% de su vida.
Nos engañaron haciéndonos creer que con la democracia se come, se educa y se cura, sin decirnos que eso solo ocurre únicamente cuando el trabajo, la inversión y el incentivo a la acción privada son prioridad. Si dejamos que nos sigamos engañando, terminarán quedándose con el futuro que alguna vez imaginamos tener y que hoy parece cada vez más inalcanzable.