Acerca de los premios y castigos en los niños

Para desarrollar la auto-regulación y la responsabilidad en nuestros hijos hay que enfocar más en las consecuencias que pueden acarrear esas recompensas o retos

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Cometer errores o correr los
Cometer errores o correr los límites es parte del desarrollo madurativo de los niños

Reflexionemos juntos: ¿cuántas veces terminás castigando a tu hijo o hija por el mismo tema? El castigo, ¿te acerca o te aleja de él? ¿Cuándo lográs que colabore más: cuando está enojado o cuando se siente bien acerca de él mismo? Si siempre el que reta o castiga es la misma persona, ¿qué valoración le dará el niño? Si el castigo termina siendo “no podés ir al cumpleaños de tu amigo, así que te quedás en casa toda la tarde”, y lo tenés con cara larga y de mal humor todo el día, ¿quién termina castigado?

Si lo que buscamos es desarrollar la auto-regulación y la responsabilidad en nuestros hijos, debemos enfocarnos más en las consecuencias que en los premios y castigos, que solamente refuerzan la motivación extrínseca. Las recompensas podrían hacer que los chicos solo hagan lo que se les pide para recibir algo. ¿Qué va a pasar cuando eso que les propongamos ya no les interese? Los castigos, por otro lado, generan culpa, ira o resentimiento, y lo que produce esto, es que los niños actúen por miedo pero no por satisfacción personal.

El castigo:

-Envía a los niños un mensaje de que son malos y por eso deben ser castigados.

-No los ayuda a reconocer sus errores y a hacerse responsables de sus actos.

-Los hace enfocarse en el castigo, y no en lo que han hecho.

-Los enoja, ya que sienten que los lastimamos conscientemente.

-Resquebraja la relación con sus padres.

-Pone al padre en una desigualdad de poderes.

Al gritar, podrán conseguir la atención de un niño, sin duda, pero no es una estrategia efectiva para enseñarle la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto. Los ayuda a descargarse a ustedes, pero no ayuda a su hijo.

Debemos recordar, por otro lado, que el castigo físico queda afuera de todo intento de educar a los niños. El castigo físico nunca es terapéutico para el adulto ni pedagógico para el niño. Les estamos mostrando un modelo a imitar, del que él va a aprender. Pegarle al niño genera más miedo, rebeldía, humillación, y hace que pierda confianza en sus padres, y baje su propia autoestima.

Un adulto que le grita o le pega a su hijo porque este tiene un capricho, es un adulto que no sabe cómo canalizar sus propias emociones y no sabe cómo manejar sus impulsos. Si bien este tipo de reacción puede calmar una situación puntual, no la corrige a largo plazo, y genera, además, una carga emocional negativa en nuestros hijos.

Lo que en realidad deseamos es inculcar responsabilidad. Por lo tanto, las consecuencias lógicas son siempre más efectivas que los premios o castigos. Veamos estos dos ejemplos:

-Adulto al niño: Si le volvés a contestar mal a tu hermano, te vas a tu habitación y no podrás usar tu celular en todo el fin de semana. ¿Cómo creés que termina esta escena? Seguramente con enojo y bronca.

-Adulto al niño: Si le volvés a contestar mal a tu hermano, él no va a querer jugar con vos y no creo que quieras eso. ¿Cómo creés que termina esta escena? Seguramente diferente a la situación anterior.

La diferencia puede ser sutil, pero en el primer ejemplo el castigo es externo, lo impone el adulto, y es arbitrario. En el segundo ejemplo, la consecuencia se desprende de las acciones del chico, deriva de su propio comportamiento.

También podemos pedirle su opinión para que se sienta que él también tiene control sobre lo que ocurre: “¿limpiás tu habitación antes o después de tomar la merienda?”, o “claramente tu hermano se sintió mal con tu contestación. ¿Qué podés hacer para hacerlo sentir mejor? Que el niño se sienta mal no hará que se comporte mejor. Pero si se siente bien acerca de él mismo, podrá colaborar más. No queremos que busque evitar el castigo o acercarse al premio sino que vaya desarrollando un pensamiento que lo ayude a tomar las mejores decisiones.

Compará esto:

“Si no terminás de ordenar tu cuarto, no salís a jugar” versus “cuando termines de ordenar tu cuarto, podremos jugar un rato”. ¿Qué afirmación pensás va a funcionar mejor? Seguramente la segunda. Una vez más, la consecuencia tiene que ver con las acciones del niño y no del adulto.

Otro ejemplo: “Andá a tu habitación y no salgas hasta que hayas completado el trabajo” versus “el fin de semana empieza cuando hayas completado el trabajo”. En el segundo ejemplo, la decisión está, nuevamente, en las manos del chico. Acá empiezan a desarrollar la responsabilidad y el hacerse cargo. Otro consejito: fíjate que es mejor decir “cuando termines de ordenar tu cuarto podremos jugar un rato” que “si ordenás tu cuarto podemos jugar un rato”. Sacamos el foco de la acción y lo ponemos en el tiempo. Es decir, damos por sentado que debe ordenar el cuarto; eso no está en discusión.

Por otro lado, las consecuencias deben ser lógicas. Es decir, deben estar asociadas al comportamiento que deseamos corregir. Si tu hijo deja los marcadores destapados y se secan, o los rompe, lo que deberíamos decir es “qué pena que no vayas a poder volver a usarlos porque no vamos a volver a comprarlos”, en vez de prohibirle ir a un cumpleaños. Aquí es donde debemos enseñarles. Por ejemplo: “si rompés el juguete, no lo vas a tener para volver a jugar. Cuidemos lo que queremos”.

Si se pelea con su amigo por un capricho, podemos decidir dar por terminada la tarde de juegos, en vez de enviarlo a la cama temprano. Los niños aprenden más de consecuencias lógicas que de las ilógicas.

Algunas consecuencias lógicas:

-Sacamos privilegios: si deja los marcadores sin tapa, no puede volver a usarlos ese día.

-Si se rompe, se arregla: si el niño derrama líquido en la mesa, y ya tiene la madurez o edad apropiada, por ejemplo, lo debe limpiar.

-Tiempo de calma: es un tiempo que le brindamos al niño cuando necesita volver a su eje.

¿Viste esos padres que le dicen a sus hijos “andá a tu habitación a pensar por qué hiciste tal cosa?” ¿Realmente creés que los chicos se ponen a pensar? No, ¿no?. No se trata de sacarlos “a pensar”, sino a calmarse. Los niños necesitan practicar el volver a su eje cuando tienen emociones fuertes. Aprender a volver a estar en calma después de un terremoto emocional (ira, frustración, bronca) es una herramienta que utilizarán toda su vida. Enviar a un niño “a pensar” para corregir esas conductas que el adulto quiere corregir no tiene ningún sentido. Se siente avergonzado o enojado. El “sacarlos a pensar” no funciona. Lo que el niño necesita es que le enseñemos a calmarse, no a sentirse mal consigo mismo.

Consecuencias naturales

Las mejores consecuencias son las naturales. Por ejemplo, se quedó sin merendar en la colonia porque se olvidó -de nuevo- el snack en casa. O tuvo frío porque no se llevó su sweater. Claramente, debemos mostrar empatía: “¡Qué pena que no hayas podido merendar! ¡Ojalá mañana no te olvides de llevarte algo!” o “Qué pena que no pudiste salir a jugar con tus amigos por no tener tu buzo. Y sí, hizo frío hoy”.

Las consecuencias naturales no funcionan cuando:

-A los niños no les preocupa la consecuencia (por ejemplo, no tener su snack o tener frío).

-La consecuencia está muy lejos en el tiempo (si no hacés los deberes, no nos vamos de vacaciones).

-Si vos interferís con el aprendizaje: “¡Te lo dije!”

Algunos puntos importes a tener en cuenta:

-No lo olvides, independientemente de la situación, tu hijo necesita sentirse seguro. Cuando un niño se comporta de manera incorrecta, necesita saber que siempre están los brazos de sus padres, donde poder desahogarse o llorar. Esta seguridad es crucial para que pueda aprender a manejar sus emociones.

-Siempre elegí el incentivo amoroso -mostrar afecto, alegría, satisfacción, en vez de una recompensa material.

-Nunca pongas la comida o el sueño como castigo; por ejemplo, “te vas a ir a la cama sin comer”, ya que son necesidades fisiológicas que el niño no debe asociar con castigos. Es diferente no poder merendar porque se olvida su snack que irse a la cama sin comer.

-Explicá qué va a ocurrir con claridad (”Te cuento un cuento y después a dormir” o “Primero merendamos y después hacemos los deberes).

-Enfaticemos el SÍ y no el NO. Cuando ponemos el foco en el SÍ, generamos menos resistencia. Por ejemplo: “Sí, podés ir a jugar a la casa de Marina, pero mañana”, en vez de “No, no podés ir a jugar hoy a lo de Marina”, o “Sí, podríamos hacer eso que querés pero después de…”, en vez de “no, ahora no se puede”.

-Si te cuesta calmarlo, ¡a moverse! El movimiento mejora las habilidades de resolución de problemas, atención, memoria, reduce el estrés, la ansiedad y la depresión. También lleva oxígeno al cerebro, protege las neuronas, reduce los niveles de cortisol (un de las hormona del estrés) y segrega neurotransmisores como la noradrenalina, la dopamina y la serotonina, todos asociados con el bienestar, y que ayudan a mantener el estado de ánimo. Además, el ejercicio distrae.

No nos olvidemos que los niños son niños. Cometer errores o correr los límites es parte de su desarrollo madurativo. Cuando un niño hace algo que desaprueban, no se lo hace a ustedes; simplemente, lo hace. Y, muchas veces, lo que hace es inclusive apropiado para su edad.

Cuando los padres recurren al castigo para “corregir” a sus hijos, no se dan cuenta de que el castigo no mejora la conducta. Puede resolver una situación puntual en el momento, pero rara vez lo hace a la larga. Por eso, intentemos despersonalizar lo que sucede. No lo “echen” ni lo hagan sentir que no merece cariño. Debemos quererlos cuando menos se lo merezcan porque será cuando más lo necesiten.

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