No mires arriba (Don’t look up, 2021), una de las producciones más recientes de Netflix y entre lo más visto en Argentina en las últimas semanas, ofrece una oportunidad perentoria para reflexionar sobre el presente y el futuro de nuestro mundo atravesado por el cambio climático y de nuestro país por la crisis energética.
Repasemos brevemente la línea argumental del satírico largometraje (tratando de evitar los spoilers al máximo): un par de astrónomos descubren que un enorme cometa lleva un rumbo de colisión directa con la Tierra amenazado destruir totalmente el planeta y, con éste, a la humanidad entera. La historia toma luego un giro “inesperado”: pudiendo poner todos los recursos de la ciencia y la tecnología americanas (e inclusive pudiendo aunar fuerzas con las grandes potencias mundiales) para neutralizar la amenaza desviando su curso, la presidente americana –caracterizada por la versátil Mery Streep– se encuentra frente un dilema. Debe decidir si continúa con la misión, tal como estaba previsto y traer alivio a los habitantes de la tierra cuanto antes; o bien, abortar la misión para esperar que el cometa alcance proximidad suficiente para explotar comercialmente el contenido de minerales raros del cometa. Aquello, a priori, brindaría un millar de empleos y oportunidades para los habitantes del mundo; más aún, podría significar el alivio de grandes males sociales como el hambre y la desigualdad de ingresos. En este último caso, la misión estaría a cargo del CEO una gran compañía de telecomunicaciones que, habiéndose convertido en uno de los hombres más ricos del planeta, ya estaba incursionando en la exploración espacial y contaba con acceso irrestricto a la Casa Blanca (cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia).
La ola de calor que vivimos en Argentina la semana pasada no es un fenómeno aleatorio e inexplicable
Ahora volvamos de la ficción a la realidad, aunque a veces ésta última supere ampliamente a la primera. La ola de calor que vivimos en Argentina la semana pasada no es un fenómeno aleatorio e inexplicable: el panel de cambio climático, que agrupa a varios de los científicos más encumbrados del mundo, ha advertido que los fenómenos climáticos extremos son y serán propios de la era que nos toca transitar, presentando riesgos no menores no sólo para el desarrollo de nuestras economías (a partir de las sustantivas disrupciones no sólo en la actividad agropecuaria, sino en prácticamente todas las cadenas de valor crecientemente globalizadas), sino para nuestra vida misma (pensemos en tantos mayores necesitando asistencia médica para sobrellevar los efectos del calor extremo). Ahora bien, ante esta amenaza global, ¿cómo nos paramos a nivel local?
El largometraje al que hemos hecho referencia advierte dos grandes peligros. El primero consiste en que la amenaza, por más objetiva y científicamente comprobada que sea, es susceptible de ser contaminada por el relato y quedar enredada en la grieta política, la cual resulta funcional amplificar previo a cualquier contienda electoral (el famoso “divide y reinara”). “No mires arriba” no era sino el slogan de una presidenta necesitada de legitimar su decisión de esperar máximamente la colisión hasta que el cometa esté en condiciones de ser minado y así sostenerse en el poder. Mientras tanto, en nuestra Argentina, la ausencia de planificación económica y las necesidades sociales acuciantes, la puja por el control de la justicia y las diatribas entre oficialistas y opositores, pueden distraer la mirada de la necesidad de gestar una política energética de largo plazo, que permita balancear precios justos por la energía con objetivos de inclusión.
Ante un clima que nos interpela a académicos, políticos, empresarios y la sociedad civil entera: ¿seremos capaces de mirar hacia arriba?
Esto último, está estrechamente conectado con el segundo peligro sobre el que la película nos invita a reflexionar: la tensión latente entre el imperio del rédito económico a corto plazo que supondría minar un cuerpo celeste valuado en trillones de dólares y la sostenibilidad del planeta y sus habitantes en el largo plazo. Volviendo al contexto nacional, al margen de los más o menos legítimos reclamos acerca de la intervención del Estado en el mercado de energía, es preciso que las empresas implicadas dialoguen más activamente con la sociedad respecto a cuáles son sus planes para mitigar los efectos del cambio climático y así no solo asegurar un abastecimiento energético sostenible, sino también no comprometer su propia capacidad de crear valor a futuro.
Ante un clima que nos interpela a académicos, políticos, empresarios y la sociedad civil entera: ¿seremos capaces de mirar hacia arriba? Ojalá así sea.
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