Cada hecho de violencia protagonizado por jóvenes, a la salida de un boliche, nos recuerda la madrugada del 18 de enero de 2020. Ese día Fernando Báez Sosa murió en Villa Gesell, por los golpes que recibió de un grupo de jugadores de rugby.
A través de las redes sociales se viralizan imágenes de peleas, golpes por la espalda, botellazos en la nuca, patadas en el piso. La vida del otro parece no valer nada. Y no hay límites para descargar la ira. Un grupo de 8 jóvenes golpea y patea en el piso hasta matar a un chico de la misma edad que ellos. Una patota ataca a botellazos a otro joven en Mar del Plata. Otro es acuchillado y dejado inconsciente, también en Mar del Plata. No importa el lugar. La violencia invade la noche. Y los espectadores involuntarios de esos hechos son testigos, que registran con sus celulares escenas salvajes. En las escenas ninguno atina a defender a la víctima o a poner un límite a la situación. ¿Se trata de apatía social, de hartazgo ante estas situaciones, o hay una especie de normalización de la violencia? Como si la noche y la violencia fueran ya una sola cosa.
Un mes después de la muerte de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell se publicaba esta cifra: cada fin de semana sólo en los locales bailables de la provincia de Buenos Aires había unos 700 enfrentamientos. Esto según el Sindicato Único de Trabajadores de Control de Admisión y Permanencia de la República Argentina, la organización gremial que agrupa a los responsables de la seguridad en los boliches. Si a los 650 locales bailables registrados le sumábamos los de la Ciudad de Buenos Aires, las fiestas privadas, los recitales y los clubes donde se organizaban eventos, podíamos suponer que se superaban ampliamente los 700 hechos de violencia.
Quienes trabajan en boliches dicen que todos los fines de semana, las inmediaciones parecen zonas de guerra. Dicen que la violencia nocturna es habitual y que se viven situaciones de desborde que parecen imposibles de controlar.
¿La noche incita a la violencia? La mirada de algunos sociólogos es que la violencia está presente en todos los ámbitos y que el mandato de la masculinidad juega un rol clave. Destacan que hay conductas que son permitidas, festejadas y aprobadas socialmente. Pequeños comportamientos que no tienen sanción social, intervención institucional ni familiar, y que después se ven exacerbados en hechos violentos como los que vemos en los medios.
El consumo de alcohol, que está naturalizado, es uno de los grandes temas a resolver. Es necesario que se trabaje sobre el consumo problemático tanto de alcohol como de otras sustancias.
La pandemia nos enseñó algo como sociedad: que el cuidado es colectivo. Y que siempre podemos hacer algo por el otro. Creo que para revertir los problemas de la noche y la violencia es necesario trabajar integralmente en la nocturnidad.
En General Deheza, provincia de Córdoba, se gestó el movimiento de padres autoconvocados, que trabajan en la contención de los chicos a la salida de los boliches. Voluntariamente, desde hace algunos años, salen a la madrugada a acompañar a sus hijos y sus amigos para que tengan un buen regreso a sus hogares, evitando peleas callejeras. Tomaron la decisión alertados ante hechos de violencia que se habían producido. Lo hacen en conjunto con Seguridad Ciudadana.
Tal vez este sea un ejemplo de que el cuidado es colectivo. Que erradicar la violencia en la noche depende del compromiso de todos. Creo que es necesario un trabajo en conjunto del Estado, con más y mejores controles y prevención. Los trabajadores de la seguridad y los empresarios, con mayor capacitación, registro del personal y contención de la violencia dentro de los boliches. Los padres y los jóvenes, abordando el consumo responsable, la solución pacífica de conflictos y el respeto por el otro. Debemos involucrarnos todos aportando nuestro compromiso para que no muera otro joven. Para que lo que sucedió con Fernando Báez Sosa nos permita construir una nocturnidad segura para los jóvenes y podamos crecer como sociedad.
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