Ya oscurecía en un súper chino de San Telmo. Junto conmigo -buscaba agua mineral- entró un señor con traje gris como el pelo abundante. Anteojos. Fue hacia la verdulería. El verdulero parecía adormilado entre las frutas y verduras marchitas de esperar, sin brillo.
-¿Sí? -preguntó el verdulero.
-Una papa, por favor.
La papa fue pesada.
-¿Qué más?
-Está bien. Nada.
El señor salió con la papa en uno de los bolsillos del saco.
Esos minutos expresaron algo: el ascenso resignado de la compra y venta de alimentos por unidad. Poco a poco, cada día, se verifica la modestia impuesta por un empobrecimiento resignado.
Una naranja.
Una milanesa.
Un durazno.
Un cigarrillo.
Un vaso de cerveza.
Un bifecito de hígado.
Esta vez una mujer mayor y de paso corto pide y cuenta lo que hay en el monedero. En la mitad del mes calculaba, supongo, cómo subir la cuesta de la otra.
Una papa.
Con solo flanear por la ciudad, el ojo del cíclope le da significado a todo, es suficiente.
No se trata de un método socionómetro ni de una ciencia auxiliar de la economía política. La calle es tan elocuente como insobornable. Y la vida de estos oficios está en enorme medida en la calle. Caminar solo y sin prisa revela muchas pistas de un momento en la historia de un país. Sobre todo en el nuestro, con su irrefrenable regurgitación. Y allí está el goteo del achicamiento y pérdida de la clase media, el tesoro vapuleado por los ensayistas del resentimiento.
Una papa lleva detrás menos cine, nada del libro por mes, dificultades con las expensas o el alquiler, colegios: la clase media tiene el corazoncito al lado de la educación pública, aunque se le endilgue la intención de perjudicarla. Nació con ella. Prefiere que los chicos lo intenten con el Colegio Nacional de Buenos Aires o en el Pellegrini, donde convergen historia y modernidad, aprender en serio, saber pensar, estar a la altura de inteligencias con exigencia. Públicos. La escuela pública es víctima de gremios asalvajados que no quieren enseñar, no ponerse al día, dar a todo el mundo por aprobado como si se tratara de un gesto igualitario y no de echar al agua sin nadar a millones de alumnos con el cerebro lavado. En serio: sin nada, sin posibilidad, sin defensa ni futuro.
Una papa, sí.
Una papa en el bolsillo representa mucho.
Con mansedumbre, millones de argentinos de clase media compran una papa. De manera literal o, tal vez sería más claro, como el ariete contra sus modos y maneras. Si no están cómodos con su papa en el saco, que se vayan, que viajen por la razón que fuera, y a ver cómo vuelven llegado el caso. Los varados, las exigencias más duras de todo el mundo para regresar si se ha detectado COVID. Una papa. Una papa tangible, real, como un mecanismo para asegurar con certeza que alcanza lo que falta.
Que aguanten como los pobres que integran el cincuenta por ciento de nuestros compatriotas -parece expresarse- sin proyecto ni programa a la vista para incluir realmente. Que hagan lo que puedan. Van a ver lo que es bueno.
Uno no piensa, no quiere pensar en una ingeniería social que carcoma un estilo de ser progresista sin cuentos. Por amistad natural con la cultura y con el arte, con la noción de trabajar. Se hace arduo que el ideologismo cerril tenga como objetivo la clase media, de todos modos no un corral cercado y preciso, no algo que pueda trazarse: aquí empieza la clase la media.
No es fácil definir la esencia o la importancia en el tiempo a la clase media. Camino al andar, hay que referirse al aporte de pensadores –aunque la Argentina no encuentro en el pensamiento sistemático y lúcido su joya de la corona-, escritores, empresarios chicos y grandes, cineastas, hoy unicornios en número superior a cualquier país de la región. A la literatura aportaron también, y mucho, las clases fundadoras, iniciales: Hernández, Lynch, Victoria y Silvina Ocampo, Borges, Bioy Casares, Mansilla, Güiraldes, Cané, que la clase media tomó y prosiguió con maneras propias, con otra visión. No se trata de algo entre dos panes, porque se han formaron nuevas oligarquías de piñón fijo en una política de todo o nada. Los otros, que se vayan a otra parte. Que vendan el auto.
Con aquello de las regurgitaciones y repeticiones, la música popular fue muy explícita y rica en rupturas sociales y quebrantos. Yira, yira, de Enrique Santos Discépolo: “Cuando no tengas ni fe/ ni yerba de ayer/ secándose al sol”. Y aquello creado como estrella de la revista porteña para Tita Merello, “¿Dónde hay un mango, Viejo Gómez/los han limpiao con piedra pómez.”. Las dos letras de 1930 y lo que ocurrió: un pozo de autoritarismo y poquísimos mangos como los requeridos al Viejo Gómez.
Abajo, arriba. El subibaja. Con todo, la yerba de ayer secándose al sol quedó atrás, la clase media resistió. Por este tiempo cuentan la calle y sus efectos -se produce al verla- hay una protesta susurrada.
Se dirá con seguridad que siempre ha pasado. Que se ha comprado y vendido para lo básico por unidad, solo por hoy y mañana será otro día. Le diferencia es cómo se produce con más intensidad y persistencia. El gran desgaste.
¿A qué se debe? ¿Puede concebirse la idea -porque es tema de ideología- que el sueño de la revolución se ha descompuesto y que el sueño es ya pesadilla donde Daniel Ortega es igual a Somoza y se ha creado un “involucionismo creador” que, a partir de destruirlo todo, se haga todo de nuevo? ¿El involucionismo triunfante?
Quién sabe, son vueltas y vueltas en la mente del caminador. ¿Un involucionismo en marcha? Produce cierta sonrisa nerviosa. Poner sitio a una manera de transcurrir. Es que una naranja, una berenjena, una medialuna, se acompaña de la extinción del estacionamiento en un mercado grande para abrir el baúl y hacer la compra semanal. Una foto de clase media, no la opulencia de reyes asiáticos. Bueno, ya no ocurre. Se acabó. Algo nos dice.
¿Hacia dónde girarán las comprobaciones de la calle?
Hay movimientos de porte en todos los aspectos de la Argentina. Se verifican entre ellos donde se compra cada vez menos .En los barrios de pequeña clase media tanto como en las zonas más acomodadas. Menos.
Al saberlo, puede elegir entre algo que podría ser una de esas sentencias chinas auténticas o inventadas: ”Mejor tener una papa que media”. O levantar la mirada y, para ahorrar palabras, dirigirla hacia la posibilidad de que la familia de Mafalda sea desalojada. La familia emblema. Todo dicho.
Hay que impedirlo.
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