En los últimos años la grieta sustentó dos corrientes falsificadoras de la historia, que han tratado de imponer su relato. Una nos dice que sólo el peronismo sabe -y puede- gobernar. La otra sostiene que este país sufre una maldición hace ochenta años y que el peronismo es el causante de todas nuestras desgracias pasadas, presentes y futuras.
A nuestro juicio, la pereza intelectual y la búsqueda de un redito político fácil e inmediato alimentan estas posiciones sin matices ni profundidad en el análisis. Abundan otros mitos. Leyendas urbanas, diríamos hoy. El antiperonismo afirma que la fortuna siempre acompaña a la demagogia peronista. Y que a los gobiernos peronistas siempre les ha tocado asumir el poder en periodos de bonanza económica, de vacas gordas y esplendor. No siempre fue así. En 1989 Carlos Menem asumió en medio de una crisis gigantesca. Y es muy útil revisar la situación de junio de 1946 cuando Juan Domingo Perón asumió su primer mandato constitucional.
Se suele afirmar que en aquel momento, al fin de la Segunda Guerra Mundial, el Banco Central estaba repleto de oro. Ello es cierto. Pero se suele omitir que nuestro país tenía a su principal cliente y comprador quebrado. Para empeorar las cosas no disponía de otros mercados donde colocar su producción agropecuaria ya que, desde 1942, los EE. UU., primera potencia mundial, llevó adelante un feroz e injustificado boicot contra la República Argentina. En síntesis, el stock era muy abundante, pero el flujo decreciente estaba preanunciando una crisis.
En ese marco, durante sus primeros años de gobierno, las prioridades del presidente Perón se orientaron a cumplir sus promesas electorales y consolidar la frágil coalición política con la que había derrotado a la Unión Democrática. El gasto público devoró todo un PBI completo entre 1947 y 1950. El gobierno tuvo la vana esperanza de que las condiciones extraordinarias se repetirían, y una nueva guerra colmaría de oro al fisco argentino. El fin de fiesta nunca es un momento grato para los políticos, ni para los pueblos. Pero como enseñara el poeta Antonio Machado “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.
Aunque con demoras -cuyos porqués serian tema de otro artículo-, el general Perón, pragmático por sobre todas las cosas, convocó a un ajuste. Una materia sobre la que la reciente obra “El Perón que no miramos” (2021) del escritor, historiador y ex embajador Mariano Caucino aporta aspectos no conocidos, tanto por los propios peronistas -que suelen estudiar poco su movimiento político- ni por sus detractores recalcitrantes.
Corrían los primeros días de 1952, hace exactamente siete décadas, cuando el gobierno de Perón lanzó un plan económico de estabilización, destinado a conjurar la situación de crisis que aquejaba al país. Los hechos permiten demostrar hasta qué punto, contrariamente a lo que se suele creer, tachar a Perón como un populista consumado, un gastador compulsivo y un irresponsable fiscal puede haber significar un redituable deporte gorila. Pero constituye esencialmente un error interpretativo histórico.
En “El Perón que no miramos”, Caucino sostiene que inmediatamente después de ser reelecto con más del sesenta por ciento de los votos en noviembre de 1951, Perón se entregaría al que sería un “año bisagra en su gobierno: el año de la muerte de Eva Perón, el año del ‘pan negro’, el Segundo Plan Quinquenal y el de una profundización en la búsqueda de una alianza con los Estados Unidos”.
El 18 de febrero de 1952, Perón habló al país para lanzar el llamado “Segundo Plan Quinquenal”. Informó que se aplicaría un plan económico de emergencia que en los hechos implicaba adoptar un programa de austeridad económica tras negarse a recurrir al crédito externo.
Caucino recordó que “consumir menos y producir más”, fue la explicación de un Perón que hizo gala de su casi irrepetible habilidad dialéctica y didáctica. Buscaría reducir la inflación recortando el gasto público. El gobierno se vería obligado a recurrir a los fondos de las Cajas de Ahorro de pensión para financiar gastos corrientes sin tener que emitir moneda sin respaldo. “1952 sería el año que los argentinos recordarán como el de la muerte de Eva Perón y el tiempo en que debieron comer pan negro. El pragmatismo en el pensamiento económico de Perón era una nota evidente”, resumió.
La decisión mostró la cara menos conocida del Perón-Estadista que curiosamente ni siquiera los peronistas buscan evocar. “Eterno lector de la realidad de los hechos” -explica Caucino- “Perón ya había advertido en 1949 las graves dificultades económicas que enfrentaba la Argentina. Entre las causas del deterioro de la economía peronista se distinguen básicamente dos elementos, que -combinados- producen el estado de cosas que obliga a Perón a iniciar una nueva política económica en su segundo gobierno. Por un lado, las inconsistencias de un plan de expansión del mercado interno sin atender las necesidades de inversión y de fomento a la actividad productiva en la industria pesada a la que la “revolución” peronista ha obligado. Por otro lado -no con menos importancia- la caída del comercio con Gran Bretaña fue decisiva. Finalmente, el hecho de que nunca se produjo la llamada “tercera guerra mundial” que tantas veces predijo Perón termina de complicar el panorama económico que enfrenta el país hacia 1950/52″.
En 1983, Joseph Page escribió en su biografía sobre el líder justicialista: “Un par de informes confidenciales preparados por sus asesores económicos en los meses de junio y noviembre de 1951 describían la seriedad del problema de la balanza de pagos. El creciente costo de las importaciones, como consecuencia de la guerra de Corea, y una abrupta caída en la producción agrícola causada por la sequía, surgían como las causas principales. Las disposiciones provisorias adoptadas antes de las elecciones no habían mejorado en nada la situación. Después de que los votantes renovaron el mandato de Perón, éste se sintió políticamente capacitado para tomar decisiones más drásticas. Perón llamó al ministro Gómez Morales a su residencia y lo interrogó sobre las posibles opciones. Gómez Morales le respondió que el gobierno iba a tener que pedir crédito al exterior o embarcarse en un programa de austeridad económica. El presidente optó por esto último.”
Antonio Cafiero, que meses más tarde sería designado ministro de Comercio cuando sólo contaba 29 años, recordó en su obra “Cinco años después” que “el período 1946-51 fue pródigo en realizaciones y parecía que la prosperidad creada por el gobierno era virtualmente inextinguible. Se vivía una euforia en la que se sobrestimaban los recursos del país y se subestimaban los problemas. Esto no permitió ver la situación económica en su real dimensión, en la que factores externos e internos precipitaron una crisis”.
Hasta un consumado antiperonista como Loris Zanatta sostiene que Perón procuró en todo momento descartar “cualquier brusca devaluación, por más aconsejable que resultara para favorecer las exportaciones, por el devastador efecto que hubiera tenido para el bolsillo de los asalariados”.
El plan de austeridad y estabilización redundaría en efectos positivos al gobierno: la inflación se reduciría notablemente a partir de 1953. Así lo acreditó Zanatta: “hay que admitir que 1955, que sería el año de la caída de Perón, no se caracterizó en absoluto por ser una etapa de decadencia económica”. Zanatta reconoció que en 1955 existía un sostenido crecimiento, una buena balanza comercial, una moderada tasa de inflación y una dinámica salarial que, en líneas generales, pudo ser mantenida bajo control”.
El propio Perón así lo explicó pocos días después de reasumir la Presidencia. El diario Crítica en su edición del 12 de junio de 1952 reprodujo las palabras del líder del día anterior: “El primer plan quinquenal trataba de la recuperación y consolidación industrial, la reforma agraria (...) y toda la evolución institucional y jurídica que nos permitiese consolidar la nueva idea en lo económico, en lo político, en lo social, etc. El segundo plan quinquenal es el complemento de eso: terminar la reforma agraria, ganadera, etc., extender a la industria mediana y liviana, y extenderse a la industria pesada para lo cual hay que resolver el problema industrial de abastecimiento de la materia prima (...) ¿qué debemos propugnar entonces? El cooperativismo, el ahorro y para ello, tengo que decirle a la población: muchachos, no gasten tanto”.
Perón recomendó al pueblo: “Antes les bajaban el sueldo para que ahorraran a la fuerza. Ahora yo les digo solamente que sean virtuosos. Les aumento el sueldo, pero les aconsejo que guarden algo. Si me hacen caso, ustedes serán los beneficiados y no exclusivamente el sector capitalista ni el gobierno (...)”.
Jorge Remes Lenicov escribió años más tarde: “Las consignas fueron: incrementar la producción, austeridad en el consumo, fomento del ahorro, mayor productividad, más trabajo, y sacrificios compartidos por empresarios y trabajadores. La política macroeconómica puso eje en la concertación entre el estado, trabajadores y empresas (...) Los salarios aumentaron por inflación hasta el pacto y, luego, se congelaron; se enfatizó la disciplina laboral y el presentismo. Los precios y las tarifas, luego de absorber el aumento salarial, se congelaron. Las empresas solo podían incrementar sus ganancias bajando costos y los salarios solo aumentaban por mayor productividad. Se suprimieron o redujeron subsidios al consumo, excepto en alimentos. Se bajó el gasto público real. A su vez, la política monetaria fue restrictiva, concentrando el crédito en la producción, y aumentando la tasa de interés para estimular el ahorro (...) Seis meses después la economía crecía al 6 %, aumentaron los salarios reales y la inflación bajó del 40 % en 1952 al 4 % entre 1953 y 1954. Al exponer su nueva estrategia Perón sostuvo: “El punto de partida es la estabilidad de precios; el trabajo y el sacrificio, creadores de riqueza, son los factores decisivos de toda solución económica, y los hombres y los pueblos que no sepan discernir la relación entre bienestar con el esfuerzo no ganan el derecho a la felicidad que reclaman”.
La misma propaganda oficial pregonaba: “Quien gasta más de lo que gana es un insensato; el que gasta lo que gana olvida su futuro; y el que produce y gana más de lo que consume es un prudente que asegura su porvenir”.
Perón fue derrocado tres años más tarde. Paradójicamente, cuando la economía había vuelto a crecer, cuando su programa de estabilización mostraba signos alentadores y cuando su política exterior se encontraba alineada con la de los Estados Unidos.
Solamente sirve reflexionar sobre la Historia si ésta ayuda a proyectar el presente y el futuro.
Archivando grietas y superando antinomias, sólo una lectura realista, desapasionada y pragmática de los hechos permitirá tanto a peronistas como a sus adversarios imaginar fórmulas creativas para sacar a la Argentina del pozo en el que se encuentra.
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