En un contexto signado por el efecto prolongado de la crisis sanitaria producto de la pandemia y una crisis económica que si bien viene de arrastre se ha profundizado en estos dos últimos años de restricciones globales, el país atraviesa una de las crisis más profundas de su historia reciente. Una crisis inédita no tanto por su profundidad y persistencia sino por su carácter multidimensional. Una crisis que es económica, sanitaria, política, social y, por qué no decirlo, también moral.
Pese a esta cruda y dolorosa realidad no deja de llamar la atención la falta de responsabilidad de una gran parte de la dirigencia política, con comportamientos y gestos que no sólo dan cuenta de la primacía de ambiciones personales y guerras de egos de cara a las elecciones generales de 2023, sino que en muchos casos adolecen de la más mínima empatía y sensibilidad frente a millones de argentinos que realmente la están pasando mal.
¿Una “clase política”?
Ya desde los tiempos de la revolución francesa, no faltaron quienes observaban cierta tendencia de los representantes a autonomizarse respecto a sus representados, a transformarse en palabras del Conde de Mirabeau en una suerte de “aristocracia de hecho”. Esta preocupación de uno de los líderes revolucionarios franceses será retomada entre fines del siglo XIX y principios del XX, en el marco de la llamada “teoría de las elites”, que tendrá como máximos exponentes a Gaetano Mosca, Wilfredo Pareto y Robert Michels.
La formulación pionera y, quizás también, la más clásica de este planteo fue la teorización sobre la “clase política” de Gaetano Mosca (1858-1941) en sus “Elementos de ciencia política” (1896). En el segundo capítulo de esa obra, titulado precisamente “La Clase Política”, Mosca procurará demostrar que, en todas las sociedades aparecen dos grupos sociales claramente diferenciados: una clase que gobierna y una clase que es gobernada, una minoría que manda y una mayoría que obedece. Se trata de una tendencia que para el autor es irreversible.
Ahora bien, al afirmar que el poder es monopolizado por una “clase política”, Mosca relega a las masas a un papel absolutamente pasivo. De esta forma, los gobernantes se erigen como una minoría privilegiada que, acaparando las prácticas políticas, rige los destinos de la mayoría “apolítica”: el gobierno no es, lisa y llanamente, un asunto del pueblo.
No son pocos los que creen ver en este concepto de larga historia en la ciencia política, una herramienta de gran utilidad para dar cuenta de los procesos de crisis de la representación que -con matices y diversos niveles de profundidad- ha venido asolando, casi sin excepciones, a las democracias occidentales desde la década de 1980. Así, con la apelación a la “clase política”, se criticaría la supuesta tendencia de la dirigencia política a erigirse en una verdadera “clase”, escindida del resto de la sociedad, que protege sus propios intereses corporativos en lugar de los de sus representados, y que elude los mecanismos de rendición de cuentas que, en cierta forma, propiciaban una suerte de sistema de premios y castigos en relación con la satisfacción de las expectativas ciudadanas.
Así las cosas, el profundo descrédito por el que atraviesa gran parte de la dirigencia política y los partidos, sumados a la evidente disconformidad, insatisfacción y enojo en razón a la performance del sistema político, instaló en el imaginario popular esta idea de una “clase política argentina”, que no sólo prendió en cierto sector de la opinión pública, sino que fue difundida profusamente por los medios y analistas políticos, e incluso ha sido paradójicamente asumida por un sector importante de la dirigencia política.
La agenda de la política y la agenda ciudadana
En este contexto, el viaje de la titular del PAMI, y su segundo en el organismo que maneja el dinero de los jubilados al caribe mexicano, en plena crisis económica y de la frenética negociación clave con el FMI, y mientras el oficialismo intenta fomentar el turismo interno, son mucho más que un gesto que trasluce insensibilidad y poco tacto. Es cierto, si bien tuvo amplia cobertura mediática, no es el único gesto de este tipo. Otro ministro, encargado de un área estratégica (Desarrollo Territorial y Hábitat), caminaba por las blancas arenas cubanas, mientras en muchos municipios del país se discute un considerable aumento tarifario en el transporte ante la falta de discusión del mecanismo de subsidios que sigue beneficiando ostensiblemente al AMBA.
Tampoco son gestos que puedan achacarse únicamente al oficialismo. Recordemos que, en una de las últimas sesiones legislativas del 2021, el viaje a Disney de una legisladora recién electa de Juntos por el Cambio frustró la victoria opositora en la discusión del proyecto de modificaciones al impuesto a los bienes personales. Algo similar le pasó el peronismo santafesino, que con el viaje del legislador Luis Rubeo al exótico archipiélago de las Maldivas, privó al gobierno encabezado por Omar Perotti de la sanción del Presupuesto.
En relación a la titular de la obra social de los jubilados, desde el gobierno nacional se habló de “imprudencia”, calificativo que de alguna manera a muchos les recordó el episodio del festejo de cumpleaños de la primera dama en momentos en que regía el más estricto confinamiento.
Estos comportamientos son, sin embargo, la cara más visible -y mediática- de un proceso más profundo. Tras abandonarse la relativa “prudencia” que primó durante las dos primeras olas de la pandemia y, en particular, desde el proceso electoral del último cuatrimestre de año, la mayoría de la dirigencia política argentina viene demostrando escasa capacidad de escucha y evidenciando una agenda alejada de las preocupaciones ciudadanas.
En Juntos por el Cambio, la principal coalición opositora, el resultado electoral disparó una guerra de egos que, por momentos, parece casi fratricida. A los pases de factura y tensiones internas entre los “halcones” y “palomas” del PRO se sumaron fuertes críticas de los “socios” radicales de la coalición que, por cierto, también tuvieron sus fuertes cruces internos que amenazaron incluso con culminar en la ruptura de los bloques legislativos en el Congreso Nacional. En el oficialismo, las desavenencias y el “fuego amigo” continuaron, incluso cuando comenzó la “cuenta regresiva” para un acuerdo con el FMI que es vital para las perspectivas económicas de corto y mediano plazo. A ello se suma la persistencia de “errores no forzados”, como el escándalo de la participación argentina en la asunción de Ortega en Nicaragua, que contó con la presencia de un funcionario iraní con pedido de captura internacional por el atentado de la AMIA, en momentos en que el país busca el apoyo estadounidense para “cerrar” con el FMI.
En medio de este verdadero aquelarre, un político que precisamente ha venido haciendo campaña contra la dirigencia política tradicional, a la que -en la línea de lo planteado por Mosca- denomina “casta”, sorteó su primera dieta como diputado nacional, entre los casi 1 millón de anotados. Toda una postal del momento político que atraviesa el país.
Así las cosas, es evidente que algunos políticos están pensando más en el 2023 que en la realidad que nos toca vivir. La pregunta que flota en el aire es, si se extiende el descontento, la frustración y el descontento con la política, ¿quién se verá beneficiado? Siempre cabe recordar cuán cerca está, en la historia política argentina, el “que se vayan todos” del 2001 y las dramáticas consecuencias económicas, sociales e institucionales que ello trajo aparejado.
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