Los impuestos y las preocupaciones educativas de los socialdemócratas

La educación y los impuestos fueron los ejes de un interesante contrapunto entre Ernesto Tenembaum y Javier Milei. ¿Podrían coincidir?

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Aunque los comunicadores de esta orientación política suelen ser los que ocupan el espacio de la intelectualidad, lo cierto es que las creencias de la social democracia son las mayoritarias alrededor del mundo. Sin embargo, es necesario poner en tela de juicio sus vacas sagradas y fomentar el debate, incluso en los temas más polémicos.

Este fin de semana se planteó un interesante contrapunto entre Ernesto Tenembaum y el diputado Javier Milei. El comunicador pensó en hacer una crítica sobre la posición libertaria en contra del cobro de impuestos y su consecuencia en la financiación de la educación pública. Sin embargo, en lugar de una crítica unilateral, el periodista le abrió el artículo al economista para que planteara su posición utópica, pero consecuente.

Aunque ambos tienen algo de razón en sus puntos, el debate sobre la problemática educativa puede encontrar un punto medio que suscriban los anarcocapitalistas, así como también los socialdemócratas honestos intelectualmente. Un programa que significaría una mejora en los términos educativos, sobre todo para los chicos de familias de menores ingresos.

Vamos primero al argumento del comunicador. Ante la posición de Milei contraria al cobro de impuestos para financiar al Estado, lo que el diputado considera un “robo a mano armada”, Tenembaum señala que todos los países del mundo los cobran. Por lo tanto, y aunque la platea libertaria se enoje, la posición doctrinaria de Milei (no su agenda política) sí es utópica.

Según la Real Academia Española, una utopía “es algo deseable, pero no realizable”. Para un socialista, la aplicación del comunismo en los términos de Marx podría ser una utopía. Sin embargo, la experiencia ya dejó en evidencia que cualquier modelo sin propiedad privada termina eliminando el sistema de precios, lo que hace imposible la planificación centralizada y su coordinación económica. La utopía del socialismo, aunque se intente miles de veces más, lo único que dejará es un mayor saldo en el número de víctimas de un sistema fallido y totalitario.

Aunque millones de personas siguen defendiendo este sistema, el mainstream político insiste en recalcar la utopía de Milei y no la de sus vecinos de banca del Frente de Izquierda. Puede que sea que las proyecciones en las encuestas les sugieran que el espacio liberal represente una amenaza a futuro real, por el evidente crecimiento exponencial del espacio.

Sin embargo, más allá del significado de connotación imposible que le otorga la RAE, si vamos a la etimología griega de la palabra podemos encontrar una interpretación más optimista. La palabra viene del “u” y del “topos” que hacen referencia, literalmente, a la idea de “ningún lugar”. En algún momento de la historia, el respeto a los derechos humanos fue una utopía. La democracia, el fin del absolutismo monárquico, el voto y la igualdad de la mujer y tantas otras cosas fueron parte de una utopía en las cabezas de personas a contramano. No hace mucho tiempo, en pleno siglo XIX, el pensador liberal John Stuart Mill argumentaba que las mujeres no eran inferiores intelectualmente, como sugerían las corrientes mayoritarias de la ciencia y la política en su momento.

Aunque los impuestos se cobren en todos los países del mundo, la socialdemocracia debería aceptar el punto de Milei: que son un robo.

Si alguien tiene problemas en aceptar la figura del asaltante armado, por lo violento que le resulta la imagen, vamos a un planteo conceptual. Existen solamente dos formas de transferencias de recursos: las voluntarias y las forzosas. En el primer grupo están las compras, las ventas, los regalos, los préstamos, las herencias, y todo lo que tiene que ver con las personas que deciden disponer libremente de su propiedad. En el segundo, lógicamente, está el robo. La coerción. ¿A cuál de las dos familias pertenecen los impuestos? Si alguien tiene alguna duda, lo único que tiene que decir es en voz alta la palabra “impuesto” para llegar a la conclusión inequívoca. Si alguno sigue dudando, puede ponerse a pensar las consecuencias físicas de la evasión, en caso que el Estado las aplique. Ahí la violencia y la pérdida de libertad ya se torna algo más tangible.

Aunque mañana sigamos pagando impuestos, debatir su naturaleza puede elevar el nivel de la discusión. Al menos se pondría arriba de la mesa la presión impositiva desde la cuestión moral, dónde y cómo se gasta y, sobre todo, los incentivos del Estado. Con estos debates presentes en la sociedad y los medios, el kirchnerismo, por ejemplo, hubiese tenido que renunciar a la idea de nombrar como “solidario” el impuesto a la riqueza, que iba a ser por única vez y ahora quieren hacer permanente. Aunque parezca una cosa menor, la cuestión terminológica juega un rol fundamental en el debate político.

El fetiche de la socialdemocracia, los edificios estatales (y lo que muchos libertarios pasan por alto)

Con relación a la cuestión de la educación pública, los socialdemócratas parece que tienen una vaca sagrada que confunde medios con fines. En cada discusión, muestran que el dogmatismo sentimental con las denominadas “escuelas públicas” termina siendo más importante que la finalidad de las mismas: la educación. Una cuestión afectiva que solamente se podría resolver yendo a lo más profundo del cerebro de los estatistas moderados y bienintencionados.

Si nos preocupa el tema educativo, mantener un modelo rígido, de reglamentos y contenidos regulados por el Estado, que se financia y se abastece de la forma más ineficiente, tendría que abrirse un debate incómodo para muchos. Aunque todavía no se percibe, lo cierto es que la escolarización formal ya perdió hace años el monopolio en materia de educación. Mucha gente hoy se capacita y se perfecciona mediante las herramientas de la tecnología y contenidos gratuitos o a bajo costo de internet. Las consecuencias de esto serán evidentes e indiscutibles dentro de unos años. Sin embargo, en Argentina, seguimos discutiendo como única cuestión la importancia de la financiación de las escuelas públicas sin percibir que forma parte de un modelo que, en el plano general, multiplica los excluidos que cada vez más la requieren.

La preocupación mayor, obviamente, está relacionada la educación de los chicos cuyas familias no cuentan con los recursos para pagar por colegios y universidades privadas. Sin embargo, hay varias cuestiones que no forman parte de este debate y no es solamente la responsabilidad de los socialdemócratas. Que muchos libertarios centren la cuestión en la inmoralidad de los impuestos tampoco ayuda demasiado.

Si la cuestión de la educación es fundamental para las personas de todas las ideologías, debería pensarse un régimen especial que la desregule por completo, bajando así los costos de las barreras de entrada de la denominada “educación privada”.

Sin llegar al fondo sobre el tema de los impuestos, ¿por qué no se puede pensar que al menos la educación pueda ofrecerse “libre de impuestos”? Si se quitaran la mayor parte de las regulaciones que pesan sobre las instituciones educativas, y se desregulara su oferta, aparecerían posibilidades para todos. Para que el Estado habilite una escuela primaria, secundaria, terciaria o una facultad, existen tantos requisitos y barreras de entrada que se produce un cuello de botella donde muchos eventuales ofertantes y demandantes quedan fuera de juego.

El día que los burócratas, y los defensores incondicionales de sus políticas, consideren viable que un grupo de profesores puedan tener un instituto privado, por ejemplo, en sus domicilios, para cinco o seis alumnos, el panorama empezará a cambiar. Si el Estado limita la habilitación y el permiso a cuestiones básicas (algo sobre lo que también podríamos discutir a futuro), la competencia puede sorprender a todos los que ni sospechan el poder del mercado. Claro que los sindicatos no son los únicos que perderían privilegios. Las grandes empresas que sí pueden enfrentar los requisitos, también se las verían cara a cara con una nueva y revolucionaria competencia.

Resumiendo, ya que hay muchísimo para discutir al respecto, el debate sobre la educación debería considerar cuestiones más revolucionarias que el financiamiento de un sistema fallido.

Claro que para hacerlo hay que quitar del medio ciertas telarañas dogmáticas, a las que mucha gente se aferra por cuestiones culturales y sentimentales.

La aplicación de un sistema de vouchers (que financie la demanda en lugar de la oferta) y la apertura a nuevos oferentes que hoy no pueden entrar en el mercado serían sinónimo y garantía de un nuevo panorama que mejore exponencialmente la educación de los más necesitados. La implementación de este programa sería algo que los libertarios con los pies en la tierra, que quieren generar cambios en el corto plazo, podrían firmar sin inconvenientes, al igual que los socialdemócratas honestos intelectualmente, claro.

Seguramente, en este camino hay muchas propuestas que podrían poner de acuerdo a Milei con Tenembaum. Pero para eso hay que dejar de lado los prejuicios, algo que parece costarle un poco más a los socialdemócratas que se mantienen firmes en ciertas convicciones dogmáticas, mientras que los libertarios ya aterrizaron en el barro de la política terrenal.

Por lo pronto, que siga el debate.

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