El embajador que se olvidó de llamar a Interpol

No alcanzan las disculpas, el espanto del ministro Aníbal Fernández ni la carta del canciller Santiago Cafiero para justificar la presencia del embajador Daniel Capitanich en un acto con un iraní acusado de planificar el atentado a la AMIA

Guardar
Daniel Capitanich junto a Daniel Ortega en Nicaragua
Daniel Capitanich junto a Daniel Ortega en Nicaragua

Esta semana, la Argentina volvió a hacer un papelón en Nicaragua. Después de las idas y vueltas de la política exterior con respecto a la elección que consagró presidente a Daniel Ortega por cuarta vez consecutiva en un proceso que violó todas las reglas básicas de la democracia, finalmente se realizó el acto de asunción.

Allí estuvo presente el embajador en Nicaragua, Daniel Capitanich, hermano del gobernador chaqueño. El otro que también estuvo fue Mohsen Rezai, vicepresidente de asuntos económicos de la República Islámica de Irán, jefe de la Guardia Revolucionaria Islámica durante 16 años (cuando se produjeron los dos atentados terroristas en la Argentina) y acusado de participar de la planificación del ataque a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) del 18 de julio de 1994, que dejó 85 muertos y 300 heridos. Sobre él pesa un pedido de captura internacional con alerta roja de Interpol justamente por pedido de la Argentina, el país al que representa el señor Capitanich por decisión del Presidente de la Nación.

Rezai fue recibido con honores como un “hermano” por la dictadura de Ortega y se sacó una preciosa foto haciendo la “V” de la victoria (o de la paz, vaya una a saber) con el nicaragüense y sus otros amigos del club del autoritarismo, las elecciones fraudulentas y las violaciones de derechos humanos: el venezolano Nicolás Maduro y el cubano Miguel Díaz-Canel, únicos jefes de Estado del planeta, junto con el hondureño Juan Orlando Hernández, que asistieron al evento.

Daniel Ortega y Mohsen Rezai
Daniel Ortega y Mohsen Rezai

Cuando se conoció la noticia, el Gobierno argentino dijo que Capitanich no sabía que Rezai iba a estar ahí y que ni siquiera lo vio durante la asunción, pues estuvo en otra zona de invitados. Además, la Cancillería, a cargo del ex jefe de gabinete Santiago Cafiero, emitió un comunicado oficial de repudio y presentó una queja formal ante su par en Nicaragua por haber permitido el ingreso del iraní al país y por haberlo invitado al acto. La tercera medida de contención fueron las palabras del ministro Aníbal Fernández, quien se mostró espantado. Ah, listo, entonces ya está. Tranqui, tema olvidado.

Sería interesante saber si, efectivamente, el embajador argentino tenía conocimiento o no de que Rezai estaría presente, pero ello no es determinante para evaluar su conducta. Las preguntas relevantes son otras.

Primero, ¿qué hacía la Argentina en el acto de asunción del dictador Ortega? Recordemos que el proceso electoral incluyó persecuciones políticas; falta de libertad de expresión; detenciones arbitrarias de periodistas, empresarios, líderes estudiantiles y activistas de derechos humanos; intimidación, violencia y coerción con presencia de fuerzas parapoliciales en los lugares de votación; disolución de tres partidos políticos opositores; y, como frutilla del postre, la detención de 39 opositores, muchos víctimas de desapariciones forzadas durante meses, incluyendo a 7 personas que pretendían competir como candidatas.

El canciller Cafiero pasó de excusarse detrás de una absurda interpretación del principio de no intervención para abstenerse de votar ⎯junto con Bolivia y México⎯ resoluciones del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA) en las que se condenaban las violaciones de derechos humanos, se exigía la liberación de los presos políticos y se expresaba preocupación por lo que se anticipaba que sería un proceso electoral reñido con principios democráticos básicos, a condenar la farsa electoral del 7 de noviembre.

Sin embargo, profundizando la confusión con su política de “ni muy muy ni tan tan”, la Argentina luego volvió a abstenerse de votar una resolución que declaraba que Nicaragua violaba la Carta Democrática Interamericana e insistía en la libertad de los presos políticos. Poco después, con el apoyo crucial de Cuba, Nicaragua y Venezuela, el país obtuvo la presidencia pro tempore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), un foro de concertación creado a instancias de Hugo Chávez y Fidel Castro luego del “ALCA, al carajo” del venezolano en la contracumbre de Mar del Plata en 2005 contra el Área de Libre Comercio de las Américas que impulsaba George W. Bush. Y ahora esto: presencia en el acto de asunción de Ortega (luego de algunos amagues de no asistir), aplauso, medalla y beso.

Segundo, ¿cómo es posible que ni la embajada argentina en Nicaragua ni la Cancillería supieran adónde iban? ¿Cómo concurren a un evento ya de por sí polémico para la política exterior argentina, en especial en el contexto del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), sin saber con precisión adónde se están metiendo y con quiénes? ¿Qué clase de improvisados son?

Maduro, Rezai, Ortega y Díaz Canel
Maduro, Rezai, Ortega y Díaz Canel

Tercero, aun asumiendo que Capitanich no supiera que iba a haber un acusado del atentado a la AMIA en la asunción de Ortega, ¿es creíble que no se enterase en el evento? La presentación del iraní como “hermano”, los aplausos y la foto con sus compadritos latinoamericanos se hicieron por micrófono, en público, al aire libre, ante una Plaza de la Revolución llena de gente. ¿No estaba allí el embajador argentino? ¿No escuchó nada? ¿Nadie le avisó? ¿Se enteraron los medios argentinos antes que él y la Cancillería? ¿Son o se hacen?

Cuarto, cualquiera que haya sido el momento en que el Estado argentino tomó conocimiento de que en Nicaragua había un prófugo de la Justicia por el atentado terrorista más sangriento de la historia nacional y latinoamericana a pesar de tener una orden de captura y una alerta roja en su contra, debió haber actuado en forma inmediata para lograr su detención vía Interpol. No importa si se enteraron el lunes en el acto o el martes por los medios. Mohsen Rezai todavía estaba allí. Incluso se reunió con el presidente cubano, como se observa en la cuenta de Twitter de la Cancillería de Díaz-Canel.

Quinto, ¿con qué cara salen los funcionarios del Gobierno a comentar lo mal que estuvo Capitanich como si fuesen ajenos a la situación? El señor es el embajador argentino en Nicaragua. Lo designó el Presidente. Representa al país. Cuando habla o no habla, cuando asiste o no asiste a un evento, cuando llama o no llama a Interpol ante la presencia de un acusado de matar a 85 personas y herir a otras 300 en un atentado terrorista en suelo argentino, lo hace en nombre del Estado argentino. En consecuencia, el espanto de Aníbal Fernández no es ante la conducta del diplomático, sino ante su propia administración. Para separar a los gobiernos y a los líderes políticos de este tipo de escándalos es que Dios inventó las renuncias de los funcionarios de menor rango. ¿Quieren proteger a Cafiero y al presidente? Pues que renuncie Capitanich.

Los vaivenes de la política exterior del Gobierno no son novedad. La confusa actuación del canciller Cafiero ante la dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua tampoco. Lo que no deja de sorprender es la precariedad con la que se conducen asuntos tan delicados como el esclarecimiento del mayor atentado terrorista de la historia argentina, en especial considerando el sombrío derrotero de encubrimientos y escándalos políticos que lo rodearon, desde el reducidor de autos Carlos Telleldín hasta el fiscal Alberto Nisman. No hay ya tolerancia moral para más improvisación.

SEGUIR LEYENDO:

Guardar