“No se trata de cambiar de collar, sino de dejar de ser perro” - Arturo Jauretche
Uno tenía la impresión de que había algunos puntos de nuestro relacionamiento con el mundo que estaban muy definidos para la mayoría de las fuerzas políticas. Entre lo más destacado: defensa de los derechos humanos, de la democracia como estilo de convivencia y el evitar alineamientos acríticos con otras naciones. Sin embargo, la Casa Rosada aparece, en los últimos tiempos, subordinada a los intereses estratégicos de la República Popular China.
Es un alineamiento que verbaliza con desparpajo nuestro (?) Embajador Sabino Vaca Narvaja. Este “embajador militante”, como lo calificó Alberto Fernández al anunciar su nombramiento, afirmó en una serie de declaraciones, sin ninguna observación del Palacio San Martín, que daremos facilidades para que China tenga prioridad en temas como energía, infraestructura y 5G.
El Presidente anunció que concurrirá a Beijing, a participar de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno y allí firmará la adhesión a la nueva Ruta de la Seda y en la CELAC, de la que es presidente pro tempore, hay una iniciativa para entregar a los chinos la conexión 5G.
Desde el siglo XX, China ha retomado su antigua pretensión imperial con lo que podríamos llamar la ”dinastía roja”. Los tres líderes más significativos han sido Mao (marxista), Deng (reformista) y Xi (capitalista autocrático).
Durante este año, el culto a la personalidad alrededor de Xi, se completará con la ruptura de la norma instaurada por Deng de impedir más de una reelección.
Desde el 2013, con la “iniciativa de la Franja y la Ruta”, o “Nueva Ruta de la Seda”, el actual Politburó comenzó una etapa de expansión con una serie de enlaces por tierra (camiones y trenes), marítimos y fluviales, utilizando el financiamiento de su estructura bancaria y un mix de empresas privadas, mixtas y públicas con una planificación centralizada y una ejecución descentralizada.
Durante las dinastías Han y Tang, la Ruta de la Seda era la expresión manifiesta de los tiempos del “imperio del Medio”. Por esa legendaria vía comercial, fluía el comercio entre China y Europa por Asia Central.
En este siglo XXI, el objetivo es planetario: todos los continentes están incluidos en el plan estratégico de Beijing. El reciente acuerdo con Rusia ha sido un paso esencial para el desarrollo de la competencia con USA.
Durante la Guerra Fría del siglo XX, entre Moscú y Washington, Nixon a instancias de Kissinger, viajó a Beijing y motorizó el acercamiento a la República Popular para debilitar a su adversario.
En la actual Guerra Fría , Xi Jinping hace lo mismo con Putin y se apoyan mutuamente frente a los norteamericanos, en temas espinosos como Taiwán y Ucrania o trabajan juntos, como en Medio Oriente, aprovechando su respectiva influencia en Irán, Siria y Armenia, para intentar seducir a Turquía.
Moscú, por supuesto, se ha reservado zonas de influencia y su estrecha relación con India no debe resultar del agrado de Beijing, pero aún menos de la Casa Blanca. En América Latina tienen metas geopolíticas y económicas.
En el Cono Sur: Argentina, Bolivia, Chile( desde la asunción de Boric) y Brasil, con la eventual vuelta de Lula, son clave por su posición geográfica y las empresas chinas pretenden el litio, gas, hierro, carbón, petróleo, tierras raras, etc.
Y se llevan la materia prima. No vienen, por ejemplo, fábricas de baterías y de autos eléctricos a usar aquí, nuestro litio y crear puestos de trabajo. En nuestro país, la hidrovía es un objetivo central a sumar a la nueva Ruta de la Seda y al gobierno de la potencia asiática le interesa nuestro alto nivel de producción agropecuaria, nuestra riqueza ictícola y la posibilidad de una base aeronaval que controle el Canal de Beagle.
Por supuesto no se conocen protestas de nuestro gobierno sobre las violaciones de nuestra zona de pesca exclusiva, por los buques factorías chinos. Ni sobre la depredación de los caladeros. Ni referencia alguna al alto precio de las vacunas contra el Covid, que nos vendieron los ”amigos” asiáticos.
Tampoco han ingresado los miles de millones de dólares de China, y otras naciones, que el Gobierno “dejó trascender” que iban a llegar, para evitar un acuerdo con el FMI y los ajustes económicos impuestos por los técnicos del Organismo. Recién después del acuerdo de Facilidades Extendidas, que nos otorgaría el FMI, nos llegarían los préstamos para hacer la infraestructura que a los chinos les conviene y que pagaremos con nuestras riquezas naturales y la cesión de puntos estratégicos de nuestro territorio.
El neocolonialismo chino, tanto en África como en América Latina, tiene características similares al que ejerció Europa, pero sin la presencia, aún, del uso de la fuerza.
Les alcanza, parafraseando a Jauretche, con nuestra propia zoncera: “Si malo es el chino que nos compra, peor es el criollo que nos vende”.
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