Faltando pocos días para terminar el año, recibíamos con estupor la noticia de que la provincia de La Pampa eliminaba la figura de los abanderados bajo consideraciones que ofenden a la mayoría de los argentinos, que siempre hemos creído que esos colores simbolizan los valores de la nación, que tan sabiamente la Constitución ha preservado durante más de un siglo.
La bandera que además lleva la sangre de los héroes de la Patria, y ha cobijado a generaciones de inmigrantes que la honraron con su trabajo en todos los confines de nuestra geografía. La bandera que hermanó a todos en el guardapolvo blanco, cuando nadie declamaba autoritariamente la palabra igualdad, arrogándose el derecho de imponerla por decreto según la ideología progre de moda.
No puedo dejar de recordar a mi abuela española, que lloró de orgullo cuando me vio portarla; la misma que cantaba nuestro himno y sabía de nuestra historia como si hubiera nacido en este suelo que la adoptó y amó como propio. Esa bandera representaba todo por lo que habían luchado en la vida, el trabajo, el estudio de sus hijos y nietos, la movilidad social que lograron gracias a todos esos valores encarnados en la sencillez de la vida cotidiana en un país en paz. El mérito encarnado en la vida cotidiana de los más humildes, cuando aún no se los llamaba “vulnerables”.
Suprimir el concepto de mérito, trocándolo en una versión perversa que llaman meritocracia; es uno de los factores que nos han traído hasta esta decadencia, en la que los jóvenes que crecieron bajo la línea de pobreza de los último veinte años, sólo aspiran a que les paguen por cada hijo que tengan; por un Plan en vez de trabajo, y donde la educación y la movilidad social no tienen lugar porque es más fácil “militar” para los gerentes de la pobreza, que labrarse un futuro a fuerza de trabajo y estudio.
Hemos contemplado con profunda tristeza, a una joven diputada, de una organización social, contar que había terminado la primaria hace un año con el plan Fines y consultada por el periodista acerca de continuar los estudios; manifestaba que no estaba en sus planes, porque había que seguir militando en la organización, etc… Sus planes eran conseguir un salario universal, perseguir a los monopolios, conseguir una “caja” con el impuesto a los envases, para seguir sosteniendo a los cartoneros. Más allá de un discurso aprendido que atrasa varias décadas; y la imposibilidad de responder a nada con frases propias; causa enorme desazón contemplar que; sumida en una ignorancia que reivindica; sólo aspira a mantener en la pobreza y la ignorancia al sector que representa. Es la contracara de Marie Schaab que también en 2001 salió a cartonear con su papá, pero logró su título universitario gracias al tesón, al apoyo de sus padres, y una beca universitaria. Hoy aquella niña que iba a la escuela con zapatillas rotas, ayuda a muchos a través de su cuenta de Twitter.
¿Por qué estos jóvenes no tienen sueños, o un proyecto de vida que los saque de la marginalidad y la pobreza? Seguramente porque no ven en la escuela, una salida a una vida mejor; a un futuro con el techo propio, con trabajo formal. Se ha creado una cultura que alimenta el orgullo de la marginalidad y la pobreza, con base en la ignorancia del 50% de los que no terminaron la secundaria en las últimas décadas. La escuela dejó de ser el espacio donde se aprende, y aquellos valores del mérito, el trabajo, y el esfuerzo han quedado tan depreciados, que permiten que pasen hechos como el de La Pampa. Las calificaciones desaparecieron por estigmatizantes, y todos son promovidos por decreto.
Estos jóvenes desconocen el valor del trabajo, del ahorro y la producción; y miran con desconfianza aprendida a todo aquél que tiene un mínimo capital de trabajo, una industria, o una explotación agrícola. Ignoran que el mundo en el que nacieron necesita de un capital humano formado en tecnología, que hace falta poder comunicarse en otras lenguas porque su lugar de trabajo es el mundo, un espacio sin fronteras.
El futuro se forja en las decisiones del presente. Un tiempo que ha cambiado definitivamente todos los ámbitos, y la escuela no es la excepción. Ha movilizado a todos los actores del sistema, y muy especialmente a los padres, que lograron la vuelta a las aulas, con un protagonismo muy inspirador y constructivo. En esta nueva hora, esperamos que también reclamen calidad, además de presencialidad; un nivel superador de la coyuntura que los vio nacer y que implicaría avanzar sobre un indicador que atañe tanto a los del circuito público como del privado. La decadencia es mucho más democrática de lo que creen.
El tercer año de la pandemia nos encuentra, una vez más, frente a la improvisación y la incertidumbre. Sin datos oficiales que nos permitan medir la magnitud de la tragedia que atravesamos, y poner los medios para remediar lo más urgente, los aprendizajes perdidos de los más vulnerables. La nueva generación perdida.
En lugar de soluciones, vemos políticas entregas de notebooks, que no alcanzan a tapar la promoción automática de la que ya hablamos en Brevísima destrucción de la Educación; sumado a las interminables discusiones sanitarias; y a una nueva embestida de los gremios contra la iniciativa de incluir la educación financiera y las prácticas laborales en el último año del secundario en CABA. Porque además, el colapso de la educación sigue teniendo una perspectiva absolutamente centralista, las provincias no existen cuando llega febrero-marzo. La nacionalización de los conflictos de la provincia de Buenos Aires y la CABA, son un clásico, como la canción del verano, o el festival de Cosquín; parte del folklore mediático.
A un mes del comienzo de la actividad docente, y sin ningún movimiento que ponga en el horizonte la cuestión de fondo: la imperiosa transformación de la escuela secundaria, no puedo menos que compartir las palabras de Guillermina Tiramonti cuando señala que pareciera que nuestros funcionarios de educación están dispuestos a sacrificar el futuro de una generación y con ella, el de toda la sociedad, antes que correr los inevitables riesgos de negociar los intereses instituidos.
Mientras padecemos la falta de electricidad de este tórrido verano, seguiremos trabajando para demandar a los políticos lo que han jurado por la Patria; que no es “el otro”, sino todos nosotros, en unión y libertad.
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