Ya está. No hicieron lo que deberían haber hecho durante el año y ahora le toca estudiar en el verano. Por más que nos enojemos con ellos, que los castiguemos, que amenacemos, tenemos que ocuparnos del tema y, cuánto antes superemos las fases de enojo, negación, bronca y repartir culpas; antes podremos comenzar. Hay un dicho que dice: “No es tan importante qué pasa, sino qué hacemos nosotros con las cosas que pasan”.
Algunas ideas para que reflexionemos juntos: No es lo mismo no “querer” hacerlo que no “poder” hacerlo. Lo primero que tenemos que ver es por qué debe volver a rendir o por qué no entregó algún trabajo cuando tenía que hacerlo. Una cosa es que no quiera por rebelde, por “vago” y haber elegido otras opciones más divertidas, pero otra cosa es que no entienda, que no le guste la materia, que no haya establecido un vínculo con el docente, que no esté a gusto en el colegio o con sus compañeros, o que tenga alguna dificultad de aprendizaje, entre otras posibilidades.
Esto es clave para comprender cómo debemos tratar el tema y colaborar con nuestro hijo o hija. Una cosa es enseñarles a asumir su responsabilidad, pero otra es hacerlos sentir mal.
Aunque no lo demuestren, se sienten mal con la situación. Que el chico se sienta mal acerca de sí mismo no hará que se haga responsable de manera automática, y se ponga a hacer lo que debiera haber hecho el año pasado. Pero si se siente bien acerca de él mismo, podrá tener una mejor actitud que lo ayudará a enfrentar la situación de la mejor manera posible.
Muchas de las responsabilidades que les enseñamos a los chicos son “aburridas” para ellos. Es entendible que prefieran ir a jugar y no tener que estudiar, por ejemplo, pero crear una cultura de responsabilidad en nuestros hogares es parte de nuestra tarea como padres.
Debemos trabajar la conexión con nuestros hijos. Si no, perdemos la influencia y dejan de respetarnos. Ahí surge el “no me hace caso”, “nunca hace lo que le pido”, y la constante pelea. Para que los chicos respondan, deben sentir una gran conexión con el adulto. Los niños necesitan tener la confianza necesaria en sus posibilidades, y esa confianza viene de la percepción que tienen de sí mismos. Necesitamos transmitirles a nuestros hijos lo mucho que valen. Que sepan, sientan y crean que son valiosos. Como padres somos custodios de su autoestima. Una cosa es fracasar pero otra, muy distinta, que piensen que no sirven. Ahí es donde tenemos que accionar como padres.
Nuestros hijos pueden aprender a convertir los desafíos en grandes lecciones, pero para eso deben aprender que cometer errores es parte del aprendizaje y que deben caerse para aprender a levantarse. No a los premios o castigos, sí a las consecuencias. Si lo que buscamos es desarrollar la autoregulación y la automotivación en nuestros hijos, debemos enfocarnos más en las consecuencias que en los premios y castigos, que solamente refuerzan la motivación extrínseca. Los castigos generan culpa, ira, o resentimiento, y lo que generan es que los chicos actúen por miedo y no por satisfacción personal. Es decir, hacen lo que tienen que hacer, no porque comprendan que sea su responsabilidad, sino para sacarse el tema de encima, o evitar un reto.
¿Por qué no a los premios? Porque el aprender a ser responsable es demasiado importante como para atarlo a un premio. Si cada vez que queremos que nuestros hijos hagan algo les ofrecemos un premio, ¿qué va a pasar cuando ese premio ya no les interese? Lo que buscamos es inculcar responsabilidad. Las consecuencias, por lo tanto, son más efectivas que los premios o los castigos.
Veamos estos dos ejemplos:
“¡Andá a tu habitación a terminar ese trabajo final, y hasta que no termines no salgas, o te saco la tablet toda la semana!”. Versus: “El fin de semana empieza cuando hayas terminado el trabajo final”.
La diferencia puede ser sutil, pero en el primer ejemplo el castigo es externo, lo impone el adulto, y es arbitrario. En el segundo ejemplo, la consecuencia se desprende de los actos del chico, de su comportamiento. “Si no te pones la campera, vas a tener frío en la excursión”, es una consecuencia lógica que lo ayudará a tomar la mejor decisión. En cambio, “si no te ponés la campera no venís a la excursión”, genera, seguramente, bronca, enojo y resentimiento.
Sí a las consecuencias lógicas, no al castigo o a los premios. Ayudar sin hacerlo por ellos. No debemos saber de la materia para poder ayudar a nuestros hijos. Hay otros tipos de ayuda que son beneficiosas: desde ayudarlos a buscar un lugar apropiado para estudiar, respetar sus tiempos y no distraerlos, hacerles una rica merienda mientras estudian, ayudarlos a armar un plan de estudio, cronograma, a organizarse y priorizar, sugerirles pedir ayuda si la necesitan, acompañarlos estando cerca, alentándolos cuando están por frustrarse. Pero lo que NO debemos hacer es hacer por ellos lo que ellos pueden hacer por sí mismos.
Intervenir sin controlar: “Tenés que entregar este proyecto final y es mi trabajo, como mamá/papá, ayudarte a lograrlo. Vamos a armar juntos un plan y yo voy a ir chequeando que lo cumplas.” Lo que buscamos es que se adueñe de la situación, y que esto lo lleve a preocuparse más. Acá nacen la responsabilidad y la autonomía. Es decir, se arma un plan, y los dejamos hacer, pero chequeamos que el plan vaya avanzando o intervenimos.
No sobreprotegerlos
Resolverles la vida (o hacerles los trabajos) a nuestros hijos no es ayudarlos, es incapacitarlos. Cuando sobreprotegemos a nuestros hijos, aún con las mejores intenciones, creyendo que ellos no pueden por sí mismos, los despojamos del poder de decidir, de utilizar su razonamiento o de tomar decisiones. En vez de ayudarlos a crecer, los hacemos más chiquitos, y los chicos terminan con más inseguridades, miedos, angustias, e incapaces de avanzar por sí mismos. Además, les cuesta asumir la frustración o reconocer sus errores. Si no entienden algo, alentémoslos a internarlo, a preguntarles a algún compañero, o a su docente. Un niño que aprende a pedir ayuda de chico, va a poder pedir ayuda de grande.
Cuando les damos las respuestas sin permitirles pensar por ellos mismos, o cuando les terminamos un trabajo, lo que les estamos diciendo es: “Como vos no podés, debo hacerlo por vos”, y eso genera una sensación de inseguridad, de frustración y de dependencia muy grande. Si no queremos que sean dependientes, debemos permitirles hacer aunque esto implique equivocarse. Una cosa es ayudar, pero otra es hacer por ellos lo que ellos pueden (o deben) hacer por sí mismos. Guiar sí; hacer por ellos, no. Después de un tiempo, decirles a los chicos las respuestas cuando se traban puede contribuir a generarles la sensación de “no poder”.
Los recreos también son importantes
No llegues al punto de que estén tan cansados que se ponen de mal humor. Sugeriles una pausa antes. Anticipate y mechá con actividades placenteras. “Pongamos una alarma, estudiá 45 minutos y después hacemos tal cosa que te guste”. Cuando la atención cae, y los chicos ya no son tan productivos, es momento de hacer un recreo. Si pueden moverse, mucho mejor: desde una pequeña caminata o subir y bajar escaleras, todo ayuda a que el cerebro descanse y vuelva a estar activo cuando retome el estudio, a los pocos minutos.
Cuidá sus creencias
Son nuestras creencias las que nos acercan o alejan de aquello que queremos hacer. Frente al fracaso o al desafío, algunos niños se esfuerzan más. Otros, por el contrario, se frustran y abandonan. Si utilizan un lenguaje negativo, ayudemóslos a reformularlo:
Hijo: ¡Soy malísimo para matemática!
Adulto: Mi amor, no sos malo para matemática; simplemente no te salió el ejercicio”.
Otro:
Hijo: ¡No me sale!
Adulto: No te sale todavía
Validá su frustración
Aunque algunos no lo demuestren y se hagan los superados, ellos no están felices con esta situación de no poder disfrutar de las vacaciones a pleno por tener que rendir materias o entregar trabajos pendientes. Validá su frustración o su malestar pero enseñales a manejar esas montañas rusas emocionales. “Mi amor, tenés todo el derecho del mundo a estar enojado, pero eso no te da derecho a tratar mal a los demás. Andá a tu habitación, o a donde quieras, a calmarte”.
No se trata de sacarlo “a pensar”, sino “a calmarse”. Los niños necesitan practicar el volver a su eje cuando tienen emociones fuertes. Aprender a volver a estar en calma después de un terremoto emocional (ira, frustración, bronca) es una herramienta que utilizarán toda su vida.
Dicen que cuando era chico, Thomas Edison, quien fuera uno de los inventores más grandes del siglo pasado, llegó a su casa y le dio a su mamá una nota. “Mi maestro me dio esta nota y me dijo que solo se la diera a mi madre”, le dijo. Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas mientras leía en voz alta para que escuchara Edison: “Su hijo es un genio, esta escuela es muy pequeña para él y no tenemos buenos maestros para enseñarle, por favor enséñele usted” .
Muchos años después, cuando ya la madre de Edison había fallecido y el inventor miraba algunas cosas viejas de la familia, cuando vio un papel doblado en el marco de un dibujo en el escritorio. Lo tomó y lo abrió. En el papel estaba escrito: “Su hijo está mentalmente enfermo y no podemos permitirle que venga más a la escuela” . El hombre lloró por horas. Luego, escribió en su diario: “Thomas Alva Edison fue un niño mentalmente enfermo, pero por su madre heroica se convirtió en el genio del siglo” .
La realidad es que no se sabe si la historia es cierta o no, pero este relato nos ayuda a comprender cómo la actitud de los padres es crucial porque influencia cómo se sienten los chicos acerca de ellos mismos, especialmente cuando son más chicos.
Cuando los padres ayudan a sus hijos a confiar en ellos, y muestran su amor, aun cuando cometen errores, los chicos van a aprender a aceptarse y van a encaminarse a desarrollar la auto confianza. No son tan importantes las cosas que pasan, sino qué hacemos nosotros con las cosas que pasan.
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