Daniel Ortega fue proclamado, nuevamente, presidente de Nicaragua después de unas falsas elecciones en noviembre. En esta, su cuarta investidura consecutiva, entre los invitados se encontraba Moshen Rezai, vicepresidente de Asuntos Económicos de la República Islámica de Irán y uno de los cinco iraníes acusados de estar tras el atentado de la AMIA.
Rezai está señalado por Interpol con su “código rojo”, que indica que el cuerpo policial transnacional anda tras sus pasos para arrestarlo, y sin embargo el iraní aterrizó en Managua para la ocasión festiva de Ortega, donde, por cierto, también estaban el presidente de Venezuela Nicolás Maduro y el de Cuba, Miguel Díaz-Canel. Y no solo: también el embajador argentino, Daniel Capitanich, estaba allí, lo cual deja al actual gobierno argentino en una posición muy desafortunada.
Lamentablemente este tipo de situaciones que evidencian que Irán no solo no coopera con la investigación del crimen, sino que hace alarde de ello colocando en sus diferentes gobiernos a algunos de los acusados, clama al cielo.
Es el caso del ministro del Interior, el general Ahmad Vahidi, también señalado como cerebro del atentado AMIA, cuyo “código rojo” de Interpol no interfirió con su inmunidad diplomática y es tristemente conocido su viaje a Bolivia en el año 2011 para un acto militar, del que retornó sano y salvo a Teherán, a pesar de que las autoridades argentinas hicieron lo que pudieron para advertir a Interpol del despropósito.
El acaecido Alberto Nisman, fiscal especial asignado al caso AMIA en Argentina, solicitó a las autoridades bolivianas el arresto de Vahidi, tan pronto como su avión aterrizó en Santa Cruz, el 31 de mayo de 2011. El gobierno del MAS en Bolivia, de manera conveniente, eligió ignorar la solicitud del fiscal Nisman, y ofreció sus más sentidas disculpas al gobierno de Argentina una vez que Vahidi estaba ya en ruta a Teherán. Es importante notar que la disculpa oficial vino del canciller boliviano en ese entonces David Choquehuanca, que hoy ocupa el cargo de vicepresidente de ese país.
Parece que la historia se repite nuevamente. El 10 de enero del año en curso, el gobierno de Alberto Fernández dirigió un reclamo tenue al gobierno nicaragüense, mientras que su Ministerio de Relaciones Exteriores publicaba una dura condena pública a la prensa argentina. Lo que no hizo el gobierno de Fernández es poner en movimiento los mecanismos legales con Interpol para el arresto de Rezai mientras se encontraba en Managua o incluso en Mauritania antes de partir hacia Latinoamérica.
No hay que subestimar a los gobernantes iraníes, ya que calcularon antes los riesgos que deben ser asumidos en un vuelo transatlántico, sabiendo que el gobierno de Ortega-Murillo, al igual que el régimen de Evo Morales de 2011, no actuaría en contra de Irán, porque son parte de la alianza. Un patrón que se repite.
Alianza Autoritaria
El que este tipo de viajes se produzcan en secreto, pero bajo las narices de Interpol y Argentina crea desasosiego, y sin embargo no es sorprendente que ocurra en dos países miembros de la alianza ALBA.
Las ambiciones de Irán en América Latina siempre han estado unidas al surgimiento del bloque socialista del siglo XXI conocido como la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA). En 2007, Irán solicitó oficialmente un estatus de observador al grupo, que le fue concedido, y así lo ha mantenido desde entonces. Con Venezuela, Cuba, Nicaragua, y Bolivia, y otros seis países como miembros, este proyecto de poder político ha tenido sus altibajos durante los últimos quince años. Pero las recientes elecciones regionales, a saber, en Perú, Chile y Honduras, han revivido el proyecto ALBA, una vez incipiente y con él, las ambiciones de Irán en la región.
En agosto de 2021, el secretario general del ALBA (y exembajador de Bolivia ante la ONU), Sacha Llorenti, visitó a Irán. Durante su reunión, el presidente iraní, Ebrahim Raisi, declaró que la República Islámica y los estados miembros del ALBA tienen valores comunes y enfatizó la profundización de los lazos políticos y económicos entre las dos regiones como una prioridad de política exterior para Irán.
La presencia de Mohsen Rezai en Nicaragua es una ofensa a la justicia argentina y a las víctimas del atentado a la AMIA, pero también es un acto ilegal el que ningún país involucrado haya informado de su presencia, precisamente para evitar su arresto.
Mientras tanto, el brazo armado de Irán en el Líbano, Hezbollah, los más que probables autores materiales del brutal atentado en Argentina, se siguen armando e indoctrinando. Su financiador y protector, Irán, continua impune. Ambos penetran también en los resquicios en los que pueden actuar en América Latina, tráfico de armas, drogas, blanqueo de dinero… Y este cáncer no podrá erradicarse sin una postura firme de todas las personas que crean en la vida por encima de la muerte y en la tolerancia sobre la intolerancia.
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