Si por un minuto me detuviera a pensar cómo me gustaría que sea el 2022 para la Argentina, lo dividiría en dos partes: la primera mitad de pragmatismo y resiliencia y el segundo semestre de cierta previsibilidad y punto de inflexión en la confianza.
Contextualizando lo anterior, lo planteado puede parecer utópico.
El 2021 cerró con una inflación cercana a 50% anual, escasez de reservas internacionales, una débil hoja de balance del BCRA, un déficit fiscal creciente y una presión impositiva que, a priori, la dirigencia política se apresta a incrementar.
En esa línea, los precios de los activos financieros argentinos son la expresión más transparente que evidencia la desconfianza del inversor y la inestabilidad macroeconómica imperante en el país.
El riesgo país oscilando en la zona de los 1.800 puntos básicos es un fuerte condicionante de la expansión de la economía real. Las empresas no logran acceder a financiamiento históricamente barato en los mercados globales, mientras que el Estado Nacional debe conformarse con los recursos que ofrece el mercado de capitales local y la emisión monetaria como fuente de financiamiento de su desequilibrio.
Adicionalmente, el Merval en torno a USD 400 muestra el escaso apetito del inversor por riesgo argentino, aún considerando que muchas empresas se encuentran cotizando a “precios de remate”.
Volviendo al inicio, por todo lo descripto es que se necesita pragmatismo en la primera parte del 2022. El plan debería estar concentrado en cerrar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional lo antes posible. Hay que despejar esa incertidumbre. El acuerdo con el organismo es condición necesaria para no suficiente para estabilizar la situación. En este sentido, en complemento, urge un reacomodamiento de la distorsión de los precios relativos, tanto en las tarifas de luz y gas, el transporte y los combustibles.
Los precios de los activos financieros argentinos son la expresión más transparente que evidencia la desconfianza del inversor y la inestabilidad macroeconómica imperante en el país
Claro está que lo anterior tendrá un efecto nocivo (e inevitable) en la inflación. De allí que los ajustes deben estar correctamente dirigidos para evitar el impacto en las capas más sensibles en términos sociales de la población. Para el resto, la resiliencia deberá ser la norma.
Desde la óptica del inversor, si efectivamente se avanza en este camino, el CER debería ganarle al resto de las variables financieras, siendo los instrumentos a ponderar a nivel doméstico.
Con un plan racional que ofrezca algunas señales alentadoras, los activos financieros locales, como las acciones, podrían reaccionar positivamente. Hay muchas malas noticias incorporadas en los precios ya. Sin embargo, cuanto más se retrasen las medidas que motoricen el incentivo de los precios, las empresas sentirán que carecen de previsibilidad para invertir.
Así, este juego de expectativas hace que las acciones sean una oportunidad con alto potencial pero con elevado riesgo. De esta manera, solo se presenta como una alternativa interesante para perfiles de riesgo agresivos, dispuestos a exponerse a ese nivel de volatilidad.
Como dato alentador objetivo, al menos, sabemos que en 2022 no habrá ningún proceso eleccionario. Así, quizás la política se haga a un lado para poder dar lugar a la racionalidad económica tan necesaria para revertir el elevado nivel de desconfianza.
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