Finalmente el Ministro de Economía Martín Guzmán expuso ante muchos gobernadores oficialistas y otros tantos funcionarios provinciales de segunda línea, además de la atenta mirada del presidente Alberto Fernández. Lo que se había anunciado como el momento donde se develaría el misterio de la negociación con el FMI, terminó siendo simplemente un cúmulo tibias buenas intenciones y un poco más de lo mismo.
Si bien estas puestas en escena son un clásico de la vida política argentina, en este caso sorprendió la falta de entusiasmo por parte del Gobierno para intentar llegar a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional a algo más de dos meses de tener que desembolsar una cifra que sin importar su cuantía nos será imposible afrontar sin haber logrado un acuerdo con el organismo.
Lo interesante es que el equipo económico plantea lo insensato: no hacer un ajuste presupuestario, no achicar el déficit fiscal a base de esfuerzos y corregir cualquier tipo de cuestión fiscal con el futuro crecimiento, ese que se piensa lograr sin crédito, sin reformas estructurales, sin reducción de la presión impositiva, sin modernización de las leyes laborales y con regulaciones y prohibiciones que hacen imposible subsistir en la Argentina. Lo que el ministro Guzmán plantea es en el mejor de los casos es una quimera basada estrictamente en una cuestión de fe en la que lo único que puede tener éxito sería un milagro.
Lo que se había anunciado como el momento donde se develaría el misterio de la negociación con el FMI, terminó siendo simplemente un cúmulo tibias buenas intenciones y un poco más de lo mismo
Cuando el absurdo se antepone a la razón, la probabilidad de que los buenos resultados finalmente aparezcan se extingue. Un acuerdo con el FMI conviene a todos: la Argentina evitaría (al menos por ahora) entrar en un espiral de mayor pobreza y soledad internacional. Asimismo le permitiría al organismo quitarse de encima una vez más los problemas que le generan la Argentina. El Fondo Monetario Internacional sabe que de existir un nuevo acuerdo, más temprano que tarde lo volveremos a incumplir: la historia es así lo indica.
Lo cierto es que poco importa a los fines prácticos el tan ansiado acuerdo. No porque no lograrlo no sea perjudicial sino porque independientemente del acuerdo al que tal vez se llegue Argentina no tiene futuro si no encara puertas adentro los cambios necesarios para lograr una realidad distinta. La deuda con el FMI ronda los 44.000 millones de dólares. Esto equivale al 15% de la deuda total que tiene la República Argentina. Es más, si este fuese un país con cierto grado de normalidad, no estaríamos discutiendo esto en un mundo donde endeudarse es casi un regalo por las bajas tasas de interés internacionales. Más aún, desde la asunción de Fernández el nivel de endeudamiento se ha incrementado en 60.000 millones de dólares, una cifra bastante más elevada que la que se le debe al Fondo Monetario.
Cuando el absurdo se antepone a la razón, la probabilidad de que los buenos resultados finalmente aparezcan se extingue
Tener la firme creencia (aunque errónea) que sin hacer absolutamente nada en pos de corregir los grandes desequilibrios que enfrentamos podemos crecer de manera sostenida y así solucionar mágicamente todos los problemas estructurales que nos mantienen estancados desde hace más de una década, puede tener son explicaciones: que sea solo una cuestión de militancia populista o bien que sea debido a un nivel de ingenuidad indescriptible. No comprender que la falta de inversión tiene su base en la falta de seguridad jurídica, en la falta de respeto que se le tiene a la propiedad privada, en el hostigamiento permanente que se le hace al empresario, en la inmensa conflictividad laboral, en los sindicatos corruptos y autoritarios, en la falta de crédito, en los niveles insoportables de inflación (que ya lleva en la Argentina 19 años ininterrumpidos de niveles insoportables), en los deplorables niveles educativos, en la astronómica presión fiscal y en las cientos de miles de regulaciones, prohibiciones y cambios permanentes en las reglas del juego que imperan en el país, es una garantía para seguir sumergiéndonos en una decadencia que nos ahoga en pobreza, en miseria y subdesarrollo. Más aún: no comprender que el prohibir importaciones frena la actividad económica, la producción y dispara los precios, es no comprender absolutamente nada.
Mientras que los que producen sean los estafados por aquellos que no producen, seremos un país tercermundista, siempre al borde de la desaparición.