Diego Simeone se despertó temprano como de costumbre. No se permite la menor indulgencia: “Si dormí mal, me levantaré a la misma hora. Y haré unos minutos de gimnasia para estirarme”. Carla Pereyra, su segunda mujer, una modelo entrerriana muy alta y guapa, se propuso dejar la cama, pero Diego “Cholo” Simeone le indicó que tratara de seguir el sueño y la tapó con delicadeza.
Caminó unos metros, se preparó dos tostadas y café. Los pájaros ya cruzaban sonidos de territorio, sentían el sonido de la luz, los llamados de apareamiento. Palomas, jilgueros, zorzales, tordos con buen refugio para los grandes árboles de La Finca, donde viven. Una urbanización privada lujosa hacia el norte de Madrid, algo más allá de Puerta de Hierro o de Somosaguas, territorios también suntuosos pero con aire de grandes empresarios, banqueros, algún político. Las estrellas máximas del fútbol suelen reunirse, estar en alguna vecindad. Por naturaleza y oficio recelosos y herméticos sin embargo se acercan, son miembros de un gremio dorado.
Se puso unos jeans negros ajustados de Moschino, un jersey negro, una campera de cuero negra, medias negras, zapatillas negras, gorra de beisbol negra bordada en el escudo del Atlético de Madrid, el Aleti. En la mesa de la gran cocina generosa se veía un ejemplar de ¡Hola!, la creación inimitable que narra y convierte en sueño colectivo una revista del corazón casi patrimonial de España. En la tapa estaba el casamiento de Diego y Carla en la Toscana, en un sitio soñado de una tarde serena y perfumada con todo el mundo de etiqueta, muchas flores, escenario perfecto: la unión de los dos en Italia, tras pasar por el civil en Buenos Aires, todo con discreción, prudente, por no decir secreto. ¡Hola! había comprado en exclusiva la fiesta grande, los invitados, las comidas, la presencia de los tres hijos varones y jugadores, una niña alegre, Francesca. Más tarde iba a nacer Valentina. La transacción es habitual cuando se trata de acontecimientos con mucha fama. Solo para ¡Hola!
La ropa negra es pieza básica de sus rituales, ceremonias de superstición de muchos futbolistas, y en mayor o menor medida de muchos en todas partes y realidades.
Diego Pablo Simeone miró el celular. No era un día cualquiera. Se iba a confirmar su continuidad como entrenador del equipo cuando se cumplían diez años sin interrupción, una rareza en asuntos de tal volatilidad. El contrato dejaba claro el pago de 24 millones de euros al año y la prolongación por tres períodos. El Cholo, ahora de 51, volvió a mirar varias veces el teléfono, tal vez como un tic. Al iluminarse pudo verse su divisa: “El esfuerzo no se negocia”.
Súper ganador como centrocampista, del tipo caudillo como jugador, como técnico y como poderoso influencer -el fútbol influye en la marcha del mundo- caminó un número de pasos hasta el auto italiano, los mismos de cada día, las puertas de La Finca se abrieron y salió. Con acelerador picante partió hacia el estadio uno de los argentinos más famosos del mundo.
¿Antes?
Antes, el nacimiento en una familia de clase media sin apuros. La madre modista, el padre futbolista amateur y formador de juveniles que compartiría con éxito todo tipo de ventas, persuasivo y seguidor. Una hermana, Natalia, con el tiempo uno de los mejores representantes y administradores – sin separar en géneros, no es necesario- de probables o consagradas estrellas del mundo enrevesado y con interesas enormes. Incluido y en primer lugar Diego. El Cholo. En la casa de Palermo donde estaban, no siguieron el esquema que marca con el índice del médico, el ingeniero, el abogado, el arquitecto. El diploma. Al terminar el secundario sabía que sin dudarlo iba a ser jugador. Iba a intentarlo. En ese mojón, una diferencia: era una carrera, no un grupo para divertirse. Era a suerte y verdad. No para perdedores, la posibilidad no existía.
Le fue bien pero no fueron fáciles las primeras pruebas. La competencia era feroz. El DT Vittorio Sipinetto le puso Cholo por el recuerdo de Carmelo Simeone, el primer Cholo, jugador de Boca en los 60, duro y metedor en la defensa: había que pasarlo sin consecuencias. Sin parentesco. Desde el principio se supo que no había un virtuoso. Había nacido un tigre.
Un paseíto nos dice Vélez, Pisa, Sevilla, River en año nublado, Inter, Lazio, Atlético, Racing vuelta a Madrid, ídolo jugador en una institución creada en 1906. Los hinchas más calientes de todo el fútbol español se entregaron al argentino con su ropa ceñida (negra, de qué estamos hablando, cortada por Dolce & Gabbana) un metro setenta y siete con una devoción desconocida. Gritan cuando pierde -muy poco- y cuando gana. Un campeonato de Liga, una final de Champions. Una Copa del Rey. Aplauden cuando celebra con un saludo de manos juntos en los testículos hacia los adversarios.
Sex and the city.
Bueno, está la cuestión del amor en la vida de Diego. Renuente a las entrevistas, de vez en cuando habla. Lo hace con fidelidad al argentino, uno de los modos del español, casi el destino del latín y la diversidad legada. No parece en cuestiones amorosas un cazador capaz de enhebrar aventuras y cama. Que las tiene, no vamos a decir tonterías, la oferta es grande.
Carolina Baldini conoció al Cholo cuando tenía 19 años. Ella, una estrella mediática, modelo, con figuración luego en el Bailando y en su versión sobre hielo. Veloces, los tribuneros más fantasiosos la llamaron La Chola. De gran belleza y sex appeal, deportista, Carolina y el Cholo se casaron y separaron al cabo de una década y los nacimientos de Giovanni, Gianluca y Giulano, de inexorable tronco futbolero, todos en actividad. El gossip de mayor pimienta, se habían tolerado tal vez algunos deslices. Al enterarse de que Súper Cholo se acompañaba de Julieta Spina, la Chola devolvió la pelota con fuerza al viajar a México junto a Fabián Orlovsky, atleta, bañero, Apolo de pelo largo y mucho músculo. Cosas. Ahora mantiene una amistad abierta y los hijos se sienten hermanos.
Sabe que no es tranquilo, que lleva sangre brava. Que no es la varita mágica de Messi ni el poder religioso y político de Jorge Bergoglio, Papa de la Iglesia. Sabe que no es una barbaridad de simpático. Sabe que, como quiera que sea, es un semidiós de una mitología planetaria. Lo tiene todo, se lo ganó.
En una diálogo de revista contó como una sorpresa descomunal que repetía un sueño de que al día siguiente iba ser despedido. El arrasador señor Simeone tiene – increíble- escondido en el sistema nervioso un miedo inexplicable, a menos que la kryptonita sea real.
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