“Los niños, que constituyen la comunidad del porvenir, vale decir, la Patria del futuro, son los únicos privilegiados, sus derechos deben ser protegidos, consolidados y desarrollados por el gobierno, el Estado y las Organizaciones libres del pueblo” - General Juan D. Perón
“Hay que cuidar a la niñez argentina, para que la Patria del futuro sea una Nación de hombres sanos, fuertes, optimistas y trabajadores. Para ello es necesario educarlos en un clima de paz y de trabajo, con la protección permanente del amor a Dios, al hogar y a la Patria” - Eva Perón
“Un pueblo que no cuida a sus jóvenes y ancianos no tiene futuro” - Papa Francisco
Así como a propósito de la pasada Navidad reflexioné en una nota publicada aquí mismo, acerca del abandono que el Justicialismo había hecho de los valores del humanismo cristiano centrados en el trabajo y la producción, en la protección de la familia y en el valor de la solidaridad, trocados por los antivalores de un progresismo de base liberal individualista, hoy en la fiesta de la Epifanía del Señor quiero reflexionar sobre la centralidad que la revolución justicialista otorgó a la niñez en momentos en que la pobreza infantil en nuestra Patria llega al 63% (siete millones de niños pobres) y en el conurbano bonaerense trepa a la vergonzosa cifra de 72,7%. Este panorama imperdonable, un verdadero genocidio planificado, se completa con la cifra de la agresiva política antinatalista promovida por la legalización del aborto que en el pasado año 2021 dejó como saldo el asesinato de 32.758 niños por nacer, tal como considera Claudia Peiro recientemente en este medio.
Los Reyes Magos eran esperados en la Argentina de Perón como portadores de la felicidad infantil por décadas ausente en el país. En palabras de Evita que lamentablemente parecen describir nuestro presente: “Hay provincias argentinas donde la mortalidad infantil llega a las cifras de 300 por mil. Verifiqué que había centenas de miles de niños nuestros que casi no conocían ni la carne ni el pan, aunque habían nacido en un país exportador por excelencia de esos elementos básicos alimenticios. Vi a millares y millares de criaturas sin educación, sin higiene, sin calor familiar, viviendo en sórdidos rancheríos, siendo pasto de todas las enfermedades y consumiendo en una desesperación callada todo lo que en otros, más felices, son sueños de la niñez. El porvenir de esos niños era tan incierto como el porvenir de los parias. Y me dije a mí misma que aunque pareciera mentira, eso pasaba aquí, entre nosotros, en un país lleno de riquezas, en un país de hombres que se llenaban la boca con las palabras más sonoras, barajando los conceptos de justicia, solidaridad, patriotismo, fraternidad y ayuda. Pero allí estaban los necesitados, olvidados y encarnecidos, esperando inútilmente que los señores de la política quisieran preocuparse por los que tenían que fundamentar el porvenir de la Nación. Allí estaban los niños, que no figuraban en la preocupación de nadie porque no podían votar, ni podían prestar sus nombres inocentes para las sucesivas farsas electorales con que se pretendía demorar el despertar de nuestro pueblo. Allí agonizaban, enfermos, los hijos de los mismos que creaban la riqueza y que no tenían ante ellos otro futuro que el hospital, la miseria y la desesperación o el delito”.
La independencia económica y la soberanía política impulsaron un proceso incesante de nacionalizaciones, industrialización y activación de la obra pública. La justicia social alcanzada por el pleno empleo, la distribución equitativa de la riqueza y la participación activa de los sindicatos, dieron un piso de dignidad desconocido en Iberoamérica que, junto a la Tercera Posición posicionaron a nuestro país como potencia en el marco geopolítico mundial. En este contexto, la atención estatal a la infancia tuvo prioridad por primera vez en la historia argentina. El título de esta nota no es un eslogan: son palabras de Eva Perón que fundaron el principio ético rector que guió la política de niñez a partir del año 1946. Sintetizado en la Verdad Peronista N° 12: “En la Nueva Argentina los únicos privilegiados son los niños”, modo en que Evita asimilaba la doctrina al ideal evangélico en el que los últimos serían los primeros, enseñanza que tal como relata Enrique Pavón Pereyra en Perón. El hombre del destino (1973), formaba parte ya del primigenio ideario del joven Coronel Perón en su misión como agregado militar en Chile (1936-1938).
La infancia comenzó a concebirse en un sentido político instituyente de un nuevo orden cultural, político y civilizatorio alternativo al liberalismo, de base humanista y cristiano: la comunidad organizada. Expresará Evita: “El problema de la niñez es un problema nacional (…) desde los conceptos morales de hogar, patria, familia, solidaridad social y espíritu de justicia, hasta los principios generales de la educación y la especialización en el trabajo. Desde la higiene más rudimentaria, hasta los más elevados conceptos de fraternidad. Desde el amor a la tierra que los vio nacer y quiere dejar de ser madrastra de sus hijos, hasta el sentido de su propio deber hacia sus semejantes y hermanos”. Fue en tal sentido que el justicialismo consideró que: “El problema del niño, del niño enfermo y sin recursos, del niño desvalido, del niño abandonado, del niño, en fin, que desconoce el calor del hogar por infinidad de causas que son en su gran mayoría sociales, es un problema nacional y seguramente el más urgente de esta hora. El país que olvida a la niñez y que no busca solucionar sus necesidades, lo que hace es renunciar al porvenir. (…) Porque luchar por el bienestar, la salud física y moral, la educación y la vida del niño, es, en síntesis, luchar por la grandeza ulterior de la Patria y el bienestar futuro de la Nación”.
Asimismo, en tanto Proyecto nacional independiente el Justicialismo forjó una política demográfica soberana que entendió que la protección de las madres y de los niños, además de fortalecer la familia como célula básica de la comunidad, se constituía en una política de defensa integral de la Nación que necesitaba armonizar población con un territorio deshabitado y preservar los recursos naturales que, históricamente, habían sido presa de la rapacidad de los imperios. En tal sentido, las tres gestiones de gobierno justicialista promovieron el aumento de la natalidad. La planificación demográfica formó parte de los dos Planes Quinquenales que incluyeron el desarrollo de campañas nacionales de aumento de la natalidad, reducción de la mortalidad infantil junto a la dignificación que permitió la justicia social y la generación de trabajo genuino, unidas al sistema previsional, de salud y educación. Toda la legislación acompañó paulatinamente este proceso. Piénsese en el significado de la ley de adopción de niños (Ley N° 13252, 1948) que terminó con las inscripciones fraudulentas y el prohijamiento o las familias de crianza, la ley que buscó la no discriminación de los hijos nacidos fuera del matrimonio (Ley N° 14367, 1954) y la ley que modificó el régimen de los menores y de la familia (Ley N° 14.394, 1954), elevando la edad mínima para el casamiento, protegiendo a la madre trabajadora y creando la figura del bien de familia.
La batalla contra la mortalidad infantil se ejecutó por medio de un conjunto de medidas preventivas: erradicación de enfermedades endémicas en los centros urbanos y ampliación de la asistencia social y farmacéutica a toda la población, solución al infraconsumo infantil, expansión de obras de salubridad general, asistencia médica gratuita e integral, planes de viviendas higiénicas y difusión de los principios elementales para la conservación de la salud que Ramón Carillo expuso con claridad: “El porvenir de la Patria cobra vida en cada uno de los niños que nacen de un extremo a otro de su inmenso territorio. Toda necesidad, en un niño, es un derecho. Recuerden que no basta que el retoño del rosal haya prendido en tierra óptima; es preciso regar la tierra, darle apoyo hasta que se sostenga por sí mismo, podarle a tiempo y resguardarle siempre de los malos vientos. Así, y solamente así, él también dará rosas en el futuro”.
Asimismo, la Constitución Nacional de 1949 puso en letra de ley la nueva realidad de la Argentina: “La nueva Constitución ha de legislar, entonces, para los niños del porvenir”, afirmará Evita, y en su articulado se ratificó que: “El Estado garantiza el bien de familia conforme a lo que una ley especial determine. (…) La atención y asistencia de la madre y del niño gozarán de la especial y privilegiada consideración”. Durante el último gobierno peronista, el Plan Trienal para la Reconstrucción y la Liberación Nacional (1974-1977) y el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional (1974) revalidaron la defensa de la familia y el esencial cuidado de la niñez. En el marco de la “reconstrucción del hombre argentino” se reforzó la dimensión espiritual de la empresa: “El niño necesita de la protección paterna para ayudarlo a identificar su función social (…) Por ese camino se contribuirá a consolidar la escala de valores que asegurará para el futuro que, de ese niño, surja el ciudadano que necesita nuestra comunidad, en lugar de un sujeto indiferente y ajeno a los problemas de su país. Es la solidaridad interna del grupo familiar la que enseña al niño que amar es dar, siendo ése el punto de partida para que el ciudadano aprenda a dar de sí todo lo que le sea posible en bien de la comunidad”.
Toda esta obra revolucionaria se completó con la inmensa obra de la Fundación Eva Perón, inspirada en la convicción de que: “Entre todos los que en este país esperan aún la ayuda y el cariño que la vida les negó, el niño es el más digno de recibirlos. Porque es el más sensible y el menos responsable de la situación”. La Fundación concretó un plan de construcción de miles de escuelas en el país, como así también escuelas agrícolas, escuelas talleres, jardines de infantes y maternales. Se construyeron veinte Hogares Escuela a lo largo del país, que tenían como objetivo principal la atención de niños de exiguos recursos que vivían en zonas distantes a las escuelas públicas. Se edificaron la Ciudad infantil “Amanda Allen” y la Ciudad Estudiantil “Presidente Perón”, aún hoy sin precedentes en el país. Se puso en marcha el Plan de Turismo Infantil, que hizo conocer a miles de niños argentinos paisajes del país ignorados hasta entonces. Las colonias de vacaciones completaron la iniciativa. Los campeonatos deportivos infantiles y juveniles permitieron la revisación médica de miles de niños y la inclusión en el deporte como escuela de vida y valores compartidos. Sin olvidar que millones de niños argentinos recibieron de la mano de Perón y Evita su primer regalo, como lo había recibido el niño Jesús de los Reyes Magos. Ilusión infantil que se conjugó con la posibilidad real de que los trabajadores pudieran comprar juguetes para sus hijos.
Culmino estas líneas con dos evocaciones que vienen casi sin querer a mi recuerdo. La primera, un puñado de testimonios del más grande poeta del cine argentino. Relata Leonardo Favio tras su encuentro con el General Perón en su exilio en Puerta de Hierro: “No sé cómo transferirle todo lo que sentí, toda la emoción que tuve que contener. Y bueno, es que ahí estaba y charlaba conmigo el General que esperaban millones de argentinos como al Mesías. ´Dejalos nomás, ya van a ver cuando venga el General´, dice Gatica en mi película. Pero eso no era teología. Ese era un sonido real que yo escuché durante dieciocho largos años en que nos privaron de algo que, tal vez, hubiera podido construir nuestra felicidad, o sea, prolongar y hacer crecer esos años felices”. Y rememora allí mismo la marca imborrable de la revolución justicialista en su infancia en Las Catitas y en Luján de Cuyo: “Su voz era la misma que nos llegaba por los parlantes de la plaza, allá en mi pueblo. La misma que escuchábamos en las fiestas patrias, en la Casa del Niño mientras tomábamos chocolate con facturas. Ponían una radio grandota en el comedor y ahí, entre chocolate y facturas, escuchábamos al General. Siempre que a través de la radio hablaban Perón o Evita era día de fiesta. Nos ponían ropa deportiva, si era verano, y entonces la radio la ponían bajo los largos aleros y nosotros nos sentábamos en las baldosas que siempre brillaban. (…) Y si era en invierno, nos hacían poner la ropa de salida. Ropa de gala, le decíamos. (…) Nos instalaban en el comedor. Era una fiesta. Siempre nos regalaban figuritas, sorteaban pelotas, equipos de fútbol, alguna bicicleta… En la época de Perón la infancia no se desperdiciaba”. Y más adelante, asevera: “¿Sabés qué ocurre? Que yo creo -no creo, sé- que, como suelo decir, la revolución peronista pasa por la alegría. Es hermosa y alegre, como era Evita. No es una revolución de ceño fruncido. Es alegre, es vital, como era yo cuando era joven. Donde veas gente triste, ancianos tristes, niñez desguarnecida, donde veas sangre, por ahí no pasó el peronismo. Donde veas al trabajador -sea del músculo o del intelecto- aterrado por su mañana, ahí no pasó el peronismo. Aunque enarbolen la bandera del peronismo, ahí no hay peronismo, porque uno es lo que hace y hace lo que es”.
Finalizo con Favio. Corre el año 2008, le preguntan: “¿Y qué le pasa con los niños solos que ve ahora? ¿Cómo sería Crónica de un niño solo hoy?”. “Hoy no me detendría en un solo chico; haría otro tipo de paneo con la cámara. ¡Es tal el ejército de chicos desnutridos y desvalidos! Ha cambiado tanto todo… Pienso en “Chiquilín de Bachín” y hoy te causa gracia eso. Yo lo conocí, comía como los dioses, vivía como los dioses, era otra la historia. Ahora no, ahora ves eso y es impresionante. (…) Lo que más me asombra es la insensibilidad, las personas que pasan sin mirarlos. (…) Verlos es como una puñalada que no termina de penetrar nunca, es saber que allá está el abismo, un abismo con fuego, y que van, van, van, jugando a la pelota… ¿Se dan cuenta? Acá está todo por hacer y lo tremendo de esto es que yo alcancé a vivir en el paraíso. Viví una época maravillosa, donde no ibas a ver un chico en esas condiciones ni loco”.
Cortito y al pie: “Acá está todo por hacer y lo tremendo de esto es que yo alcancé a vivir en el paraíso”. La Argentina que fuimos.
La segunda evocación es del filósofo Alberto Buela, uno de los pocos pensadores valientes que nos quedan, que insta en el reinado de la post verdad y el nihilismo ambiente, a pensar en nacional. Dice: “Hace ya varios años que sostengo que no estamos en crisis, sino en decadencia. Las crisis siempre son pasajeras, en cambio la decadencia indica una declinación constante y permanente de la que difícilmente se sale desandando el camino. Así, pues, de la decadencia social, política, económica y cultural que nos afecta hoy, aquí y ahora, solo se puede salir por dos vías: o la restauración o la revolución. De la decadencia no se puede salir remontando la decadencia, sino que se tiene que salir por fuera de la misma, sea por la restauración si hubo un régimen donde se vivió mejor o por la revolución si no tenemos experiencia histórica de referencia. En lo personal pienso que tenemos al peronismo, con su líder, su doctrina y su período histórico de referencia; entonces el camino es la restauración, por fuera, por arriba de la decadencia, como Dédalo y su hijo Icaro salieron del laberinto cretense”. La Argentina que fuimos y, fundamentalmente nos dice este argentino en esperanza, que podemos volver a ser.
SEGUIR LEYENDO: